Recuerdos de un periodista
27 de septiembre de 2010A comienzos de 1989, volví a mi divida ciudad de Berlín luego de haber finalizado mi formación en la Escuela de Periodismo Alemana en Múnich. En ese momento trabajaba para la radio ubicada en la zona de control estadounidense (RIAS por sus siglas en alemán). La cadena había sido fundada después de la II Guerra Mundial por Estados Unidos, y tenía sobre todo muchos oyentes en la República Democrática Alemana (RDA). Una de mis tareas en otoño de ese año consistía en realizar un reporte de medios sobre la RDA, ya que por esa época muchos alemanes del Este huían de la RDA o llevaban a cabo demostraciones en contra del régimen comunista.
Galimatías de un burócrata del aparato comunista
De forma sistemática analizaba los informes radiales y televisivos sobre los cambios en la RDA. Obviamente vi también en directo la conferencia de prensa internacional del 9 de noviembre de 1989, en la cual Günter Schabowski, miembro del Politburó, desató sin querer la Caída del Muro. Su largo discurso -que no decía mayor cosa- era la típica confusión de un burócrata del aparato comunista. Por eso, no capté de una vez qué era lo que decía sobre las nuevas regulaciones para viajar al extranjero. "Las peticiones de viajes particulares al extranjero pueden solicitarse sin condiciones previas. Las autorizaciones se emitirán sin demora. Por lo que sé, las regulaciones entran en vigor ahora mismo, de inmediato”, dijo Schabowski.
¿Qué había dicho Schabowski? ¡De inmediato! ¡Ahora mismo! Me imaginaba largas filas en los despachos de la RDA la mañana siguiente. Seguramente, las personas tendrían que diligenciar un formulario, que luego sería revisado exhaustivamente, para unos días después viajar a la zona libre de Berlín, donde yo me encontraba. Así estaba acostumbrado desde mi niñez, pero en dirección inversa. Nosotros podíamos viajar a todas partes, pero para ingresar a Berlín del Este había que diligenciar cada vez un formato, cuya autorización recibíamos un par de días después.
En taxi al “Checkpoint Charlie”
Debido a mis experiencias de muchos años con la burocracia de la RDA y del estereotipo del alemán del Este, nunca me habría imaginado que los berlineses del Este tomaran literalmente las palabras de Günter Schabowski. Y sobre todo, que acudieran en hordas a los pasos fronterizos. Pero eso fue exactamente lo que sucedió. Mi problema radicaba en ese momento en terminar junto con otros colegas del RIAS el reporte de medios de la RDA. Este trabajo se extendía por lo general hasta media noche.
Para nosotros era claro que éramos testigos y parte de un momento histórico mundial. Apenas tuvimos listo el reporte de medios, nos fuimos en taxi al “Checkpoint Charlie”, a unos seis kilómetros de distancia de nuestro trabajo. Por años había caminado al lado de este paso fronterizo del Muro de Berlín. Estaba ubicado a pocos metros del Berliner Morgenpost, medio para el cual trabajé como periodista deportivo hasta 1987.
En esa época podía ver desde mi escritorio la franja de la muerte sobre el Muro de Berlín. El silencio fantasmal era normal. Y de pronto celebrábamos lo inconcebible: la Caída del Muro. Se abrían botellas de champaña, y los conductores de los vehículos “Trabis” -de producción de la RDA- tocaban sin parar la bocina por toda la ciudad hasta la calle Kurfürstendamm, el bulevar lujoso en lo profundo de Berlín occidental que para los berlineses del Este había sido hasta hace unas horas atrás sólo un sueño.
“Un día hermoso”
A las seis de la mañana yo también me encontraba en ese lugar. No tengo la más remota idea de cómo llegué allá. Seguramente me acosté por un rato en la tarde del 10 de noviembre. Pero por la noche estaba otra vez de pie al frente de la Alcaldía del distrito Schöneberg, como miles de personas. Éste era el lugar donde estaba ubicado el Senado de Berlín occidental, a unos metros de mi trabajo, el RIAS.
En la plaza John-F.-Kennedy escuchamos conmovidos las palabras de nuestro alcalde y Premio Nóbel de la Paz, Willy Brandt. “Éste es un día hermoso después de un largo camino. Pero ahora nos encontramos en una estación intermedia. Todavía no hemos llegado al final del camino. Todavía hay mucho por hacer”, declamó Brandt.
En ese momento nadie pensaba en la reunificación alemana. Para mi este pensamiento también era lejano. Yo conocía mi ciudad sólo dividida por el Muro. Nací un año después de que fuera erigido, y viví por más de 20 años bajo su sombra. Desde la ventana de mi cocina podía ver hacia el Este, el alambre de púas y a los soldados. Aunque ellos seguían haciendo su trabajo, me parecían ahora humanos, hasta simpáticos. Antes de la Caída del Muro habían disparado tal vez a fugitivos, pero ahora me dejaban pasar con una sonrisa al otro lado.
Apertura de la Puerta de Brandenburgo
Dos días antes de Navidad, el 22 de diciembre de 1989, se abrió el símbolo de Berlín: la Puerta de Brandenburgo. Esta vez también estuve presente. Aunque llovía a cántaros, a nadie parecía molestarle. Sobre todo me acuerdo de una pareja de novios, ella de blanco, él de negro, que escuchaba en medio de la masa el discurso del presidente del Gobierno de la RDA, Hans Modrow. “La apertura de la Puerta de Brandenburgo simboliza hoy la mejor de las intenciones frente al mundo, promover el encuentro entre personas”, decía Modrow. “Tómenlo como una nueva señal de la buena voluntad de mi Gobierno de servir a esta preocupación humana”.
Increíble que estas palabras provinieran de un político de un régimen que hizo por décadas todo lo posible para que alemanes del Este y del Oeste fueran cada vez más extraños entre sí. Dos años antes había presenciado en ese mismo lugar el discurso del entonces presidente de Estados Unidos Ronald Reagan, quien pidió al presidente de Rusia: “Mr. Gorbatschow, open this Gate! Mr. Gorbatschow, tear down this wall!“.
El final de este cuento increíble lo viví el 3 de octubre de 1990 frente al Parlamento alemán. A media noche el presidente Richard von Weizsäcker proclamó la reunificación alemana. Un año antes, en ese mismo lugar, todavía estaba de pie el Muro de Berlín.
Autor: Marcel Fürstenau / CMW
Editor: José Ospina Valencia