Esta semana se espera en Cuba la visita del representante especial de la Unión Europea (UE) para los Derechos Humanos, Eamon Gilmore. El contexto nacional en el que llega el funcionario no puede ser más adverso. En medio del éxodo masivo más significativo de las últimas décadas, con más de mil presos políticos y una profunda crisis económica, la isla le dará múltiples dolores de cabeza al enviado de Josep Borrell. El mayor reto de su viaje será esquivar la abrumadora agenda que el régimen de La Habana le prepara para evitar que mire hacia las zonas más problemáticas y dolidas de la realidad cubana.
A diferencia de otros tiempos, cuando la información salía a cuentagotas del país, Gilmore ha tenido a su alcance innumerables informes, testimonios y artículos de la prensa independiente que detallan la envergadura de la represión que sufrimos. Ha podido también reunirse con exiliados que le han contado, de primera mano, sobre los destierros forzosos, la prohibición de viajar que pesa sobre varios disidentes, las amenazas contra las familias de los condenados por las protestas populares del 11 de julio de 2021 y la vuelta de tuerca de censura que supone la nueva Ley de Comunicación Social, ya aprobada y que entrará pronto en vigor.
Sin embargo, una cosa es leer todos esos alarmantes reportes y escuchar las historias de los emigrados y otra, muy diferente, oír las voces de las víctimas dentro de Cuba e incluir en su programa el contacto con la parte más silenciada y vulnerada de nuestra sociedad. En la isla, Gilmore será un invitado más de la Plaza de la Revolución y tendrá que ceñirse al protocolo oficial, lo que se traduce en la necesidad de condenar el embargo estadounidense, alabar los servicios públicos, aunque solo lo lleven a escuelas y hospitales maquillados para la ocasión, y pregonar los "sólidos lazos" de colaboración entre la Unión Europea y La Habana.
Pero alguien que vela por los Derechos Humanos debería ir más allá, escurrirse de los gestos simbólicos y las alfombras rojas para adentrarse en lo que aqueja y atemoriza a una sociedad. En caso de seguir un programa acorde con su cargo, Gilmore no podría dejar de visitar al menos una cárcel cubana. Sumergirse en ese inframundo resulta vital para comprender la ausencia total de garantías físicas y legales que aqueja a los reclusos. Hablar directamente con prisioneros políticos y sus familiares sería vital para comprender lo que sucede en esta isla.
Si el funcionario, además, usara durante su estancia la conexión a internet que ofrece el monopolio estatal de telecomunicaciones, Etecsa, podría comprobar las decenas de sitios digitales bloqueados, especialmente aquellos que ofrecen noticias nacionales sin comulgar con las directrices editoriales del Partido Comunista. Un paseo por los campos cubanos, no a las fincas decoradas para los ojos de organismos internacionales, sino a aquellas de guajiros que no pueden ni comprar alambre para sus cercas porque los insumos agrícolas son en divisas, agregaría matices a sus conclusiones.
No podría faltar en su periplo la atestada sala de un aeropuerto donde cientos de hombres, la mayoría jóvenes y ligeros de equipaje, se preparan para abordar un avión a Managua para emprender la ruta migratoria. En esos cubanos que parten buscando mejoras económicas y libertades se resume el fracaso del modelo impuesto hace más de seis décadas.
A la lista de acciones, Gilmore podría sumar la llegada sorpresa a un mercado del racionamiento con sus muchas moscas y sus pocos productos, además de la irrupción en uno de esos negocios que han aparecido por todos lados, donde una treintena de huevos equivale a un salario mensual. Para rematar, se recomienda una caminata por un barrio de la periferia habanera, repleto de gente "ilegal" en su propio país, carente de servicio de agua potable y oportunidades.
Todo eso y más daría al representante especial de la Unión Europea para los Derechos Humanos una visión completa y realista de lo que vivimos los cubanos. Pero entre las trampas de la agenda oficial y la timorata diplomacia europea, es posible prever que la visita de Gilmore quedará como otra más, sin repercusiones para nuestra ciudadanía. A fin de cuentas, él solo está por un breve período en su cargo y el régimen cubano lo supera con sus 64 años de experiencia represiva.
(rml)