Donald Trump, ¡estás despedido!
10 de noviembre de 2020Marco es ciudadano cubano-estadounidense, tiene 23 años de edad y vive en California. En 2016 estaba registrado para votar en la elección presidencial en la que compitieron por el Partido Republicano Donald Trump, y por los demócratas, Hillary Clinton. Pero en vez de ir a la casilla o emitir su voto por correo, se quedó en casa. No le gustaba ninguno de los dos candidatos. Clinton le parecía artificial y desconectada con los jóvenes, y Trump demasiado inepto. Marco no quiso ser parte de esa historia y rechazó inaugurar su vida electoral.
El 3 de noviembre pasado se encontró en la misma disyuntiva. En su familia, como en muchas otras familias estadounidenses, hubo un largo debate sobre por quién se debía votar. La polarización generó una insidia que permeó profundamente no solo a la familia de Marco, sino a toda una nación. Llegó a ser tan sensible el tema, que yo misma presencié reuniones familiares en las que antes de sentarse a la mesa se recomendaba no hablar del tema electoral. Paulina la esposa del papá de Marco, pidió evitar el tema porque una amiga de la familia, Cynthia, era radical opositora de Trump, mientras que el padre de Marco, como muchos otros cubano-estadounidenses en Florida, era igual que radical en contra de Biden y a favor de Trump.
No es exagerado decir que el aire era tan denso que se cortaba con un cuchillo en cuanto alguno, de una posición política u otra, rompía las reglas del territorio neutral familiar creado por Paulina. Los desacuerdos políticos entre la familia y amigos llegaron a ser tan ásperos que difícilmente se borrarán con rapidez.
La evolución de un voto
Marco fue evolucionando durante todo el proceso electoral. Primero estaba fastidiado del tema y pensó no presentarse a votar de nuevo. Con el tema del coronavirus, estaba más preocupado por poder mantener aunque sea algunas horas de su empleo y poder seguir las complicadas clases online de economía y estadística del "College" de su ciudad. Después pensó que, en medio de un debate nacional tan intenso, debía manifestar su posición: iría a la casilla para anular su voto, porque no se sentía representado por ninguno de los dos candidatos.
El 3 de noviembre se levantó a las seis y media de la mañana y caminó quince minutos a la casilla electoral. Ahí le dieron guantes, desinfectante de manos y una especie de pluma. Firmó digitalmente en su registro electoral y lo pusieron frente a la pantalla de una tablet. En ese momento, Marco pensó en sus muchos amigos que en el gobierno de Trump no habían podido obtener o renovar sus visas y ahora eran indocumentados, que no tenían seguro médico para enfrentar la crisis del coronavirus, y que en la crisis de desempleo nunca ontendrían un bono de desempleo.
Ahí Marco decidió votar por Biden, porque si bien no se sentía representado por él, confió en que su Presidencia beneficiaría a los amigos que no tenían sus mismas ventajas. Ante sus ojos, una máquina imprimió su voto y lo metió en la urna electoral, convencido de que había hecho algo a favor de las personas que le importaban.
Cada voto fue importante
Su voto fue decisivo, junto al de millones de jóvenes que votaron por Biden. De la población estadounidense de 18 a 29 años de edad, el 60 por ciento votó por Biden, en comparación del 2016, cuando 55 por ciento votó por Clinton.
Otro sector que marcó la elección presidencial del 2020 fueron las llamadas minorías. El 87 por ciento de la población afroamericana votó por Biden. El 66 por ciento de los latinos votaron también por el candidato demócrata, al igual que el 63 por ciento de los asiáticos y el 58 de otras minorías.
Y de todos estos sectores, fueron las mujeres quienes dieron la palabra final. El 56 por ciento del electorado femenino votó por Biden y el 43 por ciento por Trump. Mientras que 49 por ciento de los hombres con derecho a votar lo hicieron a favor del todavía Presidente y 48 por ciento por su opositor.
Será por eso que el sábado 7 de noviembre, en cuanto se confirmó la clara ventaja de Biden con 279 puntos electorales, las primeras en salir a las calles fueron mujeres de todas razas y edades, paradas en las principales avenidas de Oakland y sus alrededores, bailando, cantando, alzando sus manos en forma de triunfo, sonando sus cacerolas en forma de celebración. Ya por la tarde alrededor de Lake Merritt, en Oakland, la tierra natal de la Vicepresidenta electa Kamala Harris, familias enteras se reunieron en una fiesta celebrando la derrota de Trump.
Triunfo por margen estrecho
Pero más allá de las celebraciones multitudinarias en diversas partes de Estados Unidos y el número de votos electorales, el triunfo de Joe Biden fue menos arrollador que los festejos. El estrecho margen de diferencia entre él y Trump -apenas tres puntos porcentuales en número de votos totales por ciudadano- dibuja una línea invisible entre sus electores, la misma línea que existe dentro de la familia de Marco y otros millones de ciudadanos estadounidenses: la polarización que tendrá efectos colaterales, independientemente de la oficialización del triunfo electoral de Biden.
Biden ha obtenido hasta ahora más votos en 24 de los 51 estados que conforman Estados Unidos, y Trump, en 23. Y si bien las minorías votaron mayoritariamente por Biden, el 57 por ciento del electorado de piel blanca votó por el candidato republicano; 76,1 millones de electores escogieron al demócrata y 71,5 por Trump.
Es por eso que el discurso de Biden el 6 de noviembre, cuando ya estaba seguro de que los votos electorales lo favorecían, fue sumamente mesurado. Dejó a un lado el triunfalismo e hizo un llamado a la reunificación del país reiterando que sería el presidente de vencedores y vencidos. Pero no serán las palabras las que unifiquen a un país profundamente dividido.
El 9 de noviembre en la autopista 101 Norte, pasando Gilroy, California, decenas de personas apostadas en un puente vehicular se manifestaban a favor de Trump paralizando el tráfico. "Detengan el robo”, "detengan el fraude”, "las plegarias salvan naciones” , "Nosotros defendemos nuestra libertad”, entre otros.
Negar o menospreciar la existencia de esta gran parte de la población que se siente representada por Trump, sería ignorar la señal de alerta de los albores de lo que puede convertirse en un conflicto social interno en la primer potencia del mundo.