Salvador Dalí: hace 20 años dijo adiós un genio excéntrico
23 de enero de 2009“Soy el divino Dalí”, le había dicho por teléfono. Aquel día el pintor aceptó que fuera a verle al hotel parisino en el que se alojaba. Para estar a la altura de tal ocasión, encadenó a unas estudiantes maoístas y lesbianas, y encadenar a unas maoístas lesbianas no resulta nada fácil, y se dirigió con ellas hasta la suite del “rey sol”. La comitiva pasó por delante de la recepción sin llamar la atención de nadie: en un hotel que cobijaba a Dalí debía quedar poco espacio para la sorpresa ante la extravagancia. Lo que pasó después, no se puede contar en público.
Al escritor español Fernando Arrabal le encanta narrar esta historia. Dalí había hecho como ningún otro toda una cultura de lo excéntrico, de la ruptura con cualquier tabú digno de no quebrarse, del desafío frontal a los dictámenes de la moral, sobre todo si la moral era católica. Para quienes, como Arrabal, gozaban con la provocación, Dalí era la expresión del arte en sí mismo.
Irritando a lo corriente
De hecho, Dalí siempre guardó cierto parecido con un colorido cuadro: ya desde sus tiempos de estudiante en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, llamaba la atención su vestimenta al estilo del siglo XIX. Años más tarde se dejó crecer el bigote a imagen y semejanza de su admirado Diego Velázquez, y los puntiagudos pelillos sobre el labio superior se convirtieron en su marca característica.
Pero más allá de la necesidad constante de irritar a las normas, Dalí fue un genio que se rodeó de la intelectualidad de la época y tuvo por amigos al poeta Federico García Lorca y al cineasta Luis Buñuel. De “su Gala” se enamoró perdidamente, y se encerró en el exilio personal de su castillo de Figueras cuando ella, once años mayor, murió.
El surrealismo soy yo
“La única diferencia entre un loco y yo es que yo no estoy loco”, dijo Dalí en una ocasión, y ésta es una de sus muchas frases insólitas que el pintor dejó en herencia a quienes quisieran ocuparse en el futuro de la complejidad de su figura. Muchas de ellas sacan a la luz el egocentrismo que tanto le gustó exhibir: “no le teman a la perfección, ustedes nunca la alcanzarán”, y cuando el movimiento surrealista afincado en París trató de desvincularlo del grupo, Dalí les espetó: "¡No podéis expulsarme porque yo soy el Surrealismo!”.
Salvador Dalí fue el Surrealismo. Su tendencia a nadar contracorriente, y esa seguridad en sí mismo que no lograba ocultar la prepotencia, le puso las cosas difíciles en el mundo artístico de su España natal. Por eso, Dalí decidió trasladarse a Francia: allí, el dadaísmo, el cubismo y todas las vanguardias de principios del siglo XX habían allanado el camino para que pudieran circular personajes como Dalí.
De joven, el pintor asumió de todas las tendencias un poco, hasta dar con su estilo único e inconfundible. Sus obras cuentan sueños, incluyen lecciones filosóficas, reflejan obsesiones sexuales, retratan elementos cotidianos y contienen motivos religiosos: Salvador Dalí nunca renegó de la Iglesia católica y se colocó políticamente del lado conservador.
“Picasso es un genio. Yo también. Picasso es español. Yo también. Picasso es comunista. Yo tampoco”, aclamó Dalí en un discurso, y con su amigo Buñuel terminó peleándose por el ateísmo y la “causa nacional” franquista: el pintor no se distanció del dictador como la mayoría de la intelectualidad española. También aquí, Dalí defendió a ultranza los cantos que le impedían caber en ningún molde.
Cuando hace 20 años pereció en su castillo de Figueras, Dalí estaba solo y atormentado por la ausencia del amor de su vida. En torno a sus obras giraba el escándalo: se sospechaba que plasmaba su firma sobre lienzos en blanco para que imitadores pintaran cuadros y luego los vendieran como “Dalís” auténticos. Pero “don Salvador” había pasado ya, como soñó desde la infancia, al firmamento de los que casi nada puede hacer para arruinar su imagen.