Rusia apuesta por el respeto al medio ambiente por motivos económicos
3 de mayo de 2011Según la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (UNFCCC, por las siglas en inglés), Rusia es el tercer mayor emisor del mundo de gases de efecto invernadero, tras China y Estados Unidos. Además, el país genera uno de los mayores volúmenes de emisiones de CO2 per cápita en términos de consumo de energía.
"Rusia se juega mucho en el ámbito de la lucha contra el cambio climático", afirma Alexei Kokorin, experto climático del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) en Moscú. Rusia debe tomar en serio los problemas relacionados con el medio ambiente. En el pasado, sin embargo, a menudo optó por actuar justo de forma opuesta. De hecho, durante mucho tiempo el debate se vio dominado por los postulados de los escépticos respecto al cambio climático y por las más diversas teorías conspirativas. Incluso el primer ministro, Vladimir Putin, comentó en tono jocoso en una ocasión que un ligero aumento de las temperaturas no sería en absoluto negativo para un país tan frío como Rusia. Según Putin, sus habitantes podrían acabar prescindiendo de los abrigos de piel. Hasta la televisión pública rusa ha llegado a emitir documentales llenos de inquietantes imágenes para concluir que el cambio climático es un "mito".
Es por ello que, a menudo, la opinión pública ignora el problema, según explica el activista medioambiental. La protección del clima sigue figurando en la parte más baja de la lista de prioridades en Rusia. "Aunque leen en los periódicos informaciones sobre el cambio climático, los ciudadanos rusos creen que dicho fenómeno tiene lugar muy lejos, en el Ártico o en Estados Unidos", explica Kokorin, quien añade: "no son conscientes de que su comportamiento contribuye también al cambio climático, con lo cual acaban por no modificar en absoluto su forma de actuar".
Ser "verde" no tiene incentivos
Rusia se comprometió a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero entre un 10% y un 15% hasta 2020 respecto a los registros de 1990. Un objetivo ya ampliamente superado, dado que el nivel de emisiones actual se sitúa una tercera parte por debajo del registrado en 1990. El motivo hay que buscarlo en el colapso de la industria soviética tras la caída del comunismo. Es por ello que la economía rusa puede permitirse seguir creciendo durante algún tiempo antes de que sea necesario actuar de forma "verde".
"No existe una auténtica voluntad política ni conciencia alguna para desarrollar una industria 'verde' o invertir en energías renovables y nuevas tecnologías", explica Stefan Meister, experto en Rusia de la Sociedad Alemana de Política Exterior (DGAP, por las siglas en alemán). Según él, Rusia sigue utilizando en gran parte la obsoleta infraestructura industrial soviética, caracterizada por un uso intensivo de energía. Viejas centrales térmicas de carbón ennegrecen el paisaje, centros de producción de níquel venidos a menos siguen funcionando y fábricas de aluminio contaminan el aire con sus chimeneas humeantes. El auge económico de la última década en Rusia ha conducido a que millones de nuevos automóviles hayan tomado las calles, provocando gravísimos problemas de tráfico y aumentando la polución urbana.
El cambio climático abre nuevas puertas
Pero Rusia no puede seguir actuando así durante mucho tiempo. Y es que también aquí se hacen evidentes los efectos del cambio climático. Los síntomas se han agudizado de forma palpable en los últimos años: inundaciones, temporales, incendios forestales, deshielo del permafrost –la capa de suelo permanentemente congelada- y olas de calor son fenómenos cada vez más frecuentes. Para combatirlo, Moscú adoptó en 2009 una "doctrina" climática en la que, por primera vez, aceptaba la responsabilidad del ser humano en el proceso de calentamiento global. Sin duda, un gran hito. Pero aún lo es mayor el reconocimiento ruso del enorme potencial todavía por explotar en materia de ahorro energético. Limitando, por ejemplo, el consumo de energía a través de la renovación de infraestructuras anticuadas. Incluso el presidente Medvedev calificó recientemente de "incomprensiblemente ineficientes" los sistemas públicos de suministro de energía. Además, la infraestructura de los edificios constituye "un agujero negro que sencillamente absorbe enormes cantidades de energía", según el presidente ruso.
Esta retórica hay que achacarla, sobre todo, a motivos de índole económica, según la opinión unánime de los expertos. No se trata, pues, de la preocupación por el destino de los osos polares debido al calentamiento global. Más bien tiene que ver con haber admitido que la eficiencia energética puede ayudar a modernizar y diversificar a una economía como la rusa, dependiente de las exportaciones, y permitir que compita a nivel global. Al fin y al cabo, un sistema modernizado siempre es más competitivo a nivel global que uno anticuado. Una afirmación con la que coincide Anna Korppoo, experta en política medioambiental rusa del Instituto Fridtjof Nansen de Noruega. "En Rusia, no hay nada que esté impulsado por la cuestión climática", afirma. "Sin embargo, eso no es necesariamente algo negativo. Las razones económicas son mucho más eficaces que cualquier consideración climática a la hora de provocar un cambio de mentalidad", concluye Korppoo.
Moscú, por lo tanto, ha declarado la guerra al derroche de energía, que debe reducirse en un 40% hasta 2020. Las leyes energéticas recientemente aprobadas deben servir para introducir sistemas de medición, estándares de eficiencia energética para los nuevos edificios y la retirada de las viejas bombillas incandescentes. La gran pregunta, sin embargo, radica en saber si dichas medidas acabarán implementándose algún día.
Resultados palpables
"En este momento, sigue habiendo una gran contradicción entre la legislación aprobada por el gobierno y su aplicación efectiva", afirma Korppoo. Implementar en la práctica los ambiciosos planes requiere llevar a cabo medidas de acompañamiento tales como una reforma administrativa, cambios en la financiación de dichos proyectos, así como en materia de precios de la energía. Si todo esto funciona, los resultados podrían ser realmente notables. Las emisiones de gases de efecto invernadero se verían reducidas de forma palpable y Rusia podría abandonar finalmente la lista de grandes contaminadores del medio ambiente para pasar a engrosar la lista de naciones conscientes del reto del cambio climático.
Autor: Sonia Phalnikar
Redacción: Emili Vinagre