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Opinión: Donald Trump, mil millas de retroceso

Claudia Herrera Pahl
22 de enero de 2017

¿Puede un solo hombre acabar con décadas de acercamiento? Este 20 de enero podría ser el inicio de una era de relaciones entre EE.UU. y México marcadas por una rudeza tan larga y alta como las millas del muro de Trump.

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Imagen: picture-alliance/Zumapress/A. Shurtleff

La probabilidad de que a sus 70 años, Donald Trump, el nuevo presidente de EE. UU., cambie de personalidad y de estilo es reducida, especialmente si todos se limitan solo a lamentar su tono y trato en vez de exigir otro.

Estará por verse si las estructuras oficiales de una democracia fuerte como lo es la estadounidense logran elevar la sensibilidad diplomática del estadista y perdura la esperanza de que en sus primeros 100 días profundice en el abc de la etiqueta internacional.

Pero sin perder más tiempo tiene que imperar la conciencia inmediata de que la opinión pública no tiene por qué aceptar maltratos ni verbales ni de otra índole de nadie, mucho menos del presidente de la primera potencia democrática de este planeta.

En la política, en los negocios y en el día a día las formas son básicas. Un "America great again” sin cortesía, educación y protocolo no deja de ser un slogan vacío y sin sustancia para grandeza alguna. Y quien crea que la rudeza del nuevo mandatario se limitará a humillaciones y amenazas contra sus vecinos mexicanos se equivoca.

Unidos desde y para siempre

Estados Unidos no es una isla solitaria en un planeta desierto. El año de 1846 parece una fecha lejana, pero en la historia de la humanidad fue ayer cuando la conquista territorial hizo de Estados Unidos una potencia continental con las riquezas adquiridas a expensas de México: extensos yacimientos petrolíferos en Arizona, depósitos de oro y plata en California y los puertos de la costa del Pacífico.

La grandeza del pasado y del presente la ha logrado sobre los hombros de muchos países, entre otros los de México. Por eso y mucho más, Estados Unidos, baluarte de la democracia y la libertad, le debe al mundo entero y especialmente a sus vecinos del sur un trato ejemplar y justo. El muro de Trump representaría todo lo contrario: el impulso oficial de la discriminación y el racismo. Una ruptura con toda medida civilizatoria.

Exigir puentes, no muros

La dependencia producto de la integración que han logrado México, Estados Unidos y Canadá juntos desde 1994 es enorme. Las empresas estadounidenses han aumentado sus inversiones en territorio mexicano a un ritmo constante en las últimas décadas. Los mexicanos y sus vecinos, especialmente los socios comerciales estadounidenses y canadienses, tienen la obligación de demandar una relación digna y segura y exigir el fin de políticas y discursos explosivos. Tan grande como las ganancias es también su responsabilidad. Toca a todos ellos salir a las calles como lo han hecho este sábado millones de mujeres no solo en Estados Unidos. ¡Es hora de exigir puentes y no muros!