Hay que recordarlo una vez más: Turquía y los Países Bajos son miembros de una misma comunidad de valores llamada Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Asimismo, Turquía está postulando para ser miembro de otra gran comunidad de valores: la Unión Europea (UE). Tanto la libertad de expresión como el respeto por los demás son de suma importancia para ambas comunidades. Y, con la manera grosera en la que se ha comportado el Gobierno turco este fin de semana, Ankara básicamente se ha autodescalificado para ser miembro de ellas.
Si Turquía no fuese tan geoestratégicamente importante en la alianza militar intergubernamental y tan urgentemente necesaria para la retención de refugiados y migrantes, muchos políticos europeos ya habrían mostrado la tarjeta roja a su instigador y nacionalista presidente Recep Tayyip Erdogan. Pero, a pesar de las atroces acusaciones a Alemania de emplear "métodos nazis" y de las amenazas de sanciones contra los Países Bajos, la UE sigue doblegada ante Turquía.
Las provocaciones de Ankara y la estrategia de trasladar la campaña electoral turca a las democracias liberales de Europa no fueron tema en la recién concluida cumbre de la UE en Bruselas. La UE tampoco ha amenazado con el posible retiro de sus ayudas a Turquía: cientos de millones de euros seguirán estando disponibles para ser desembolsados como "ayuda a la preadhesión", entre otras cosas para el desarrollo del Estado de derecho. Pareciera una sátira.
Una respuesta común, que hasta ahora solo ha sido propuesta por el canciller austríaco Christian Kern, no se ha materializado. La canciller alemana no ha pronunciado un claro 'no' a las maniobras electorales del Gobierno turco en su país. No obstante, su intento por rebajar así tensiones ha salido mal, y ese error seguirá haciéndose notar en el trascurso de las próximas semanas. El Gobierno turco no dejará de presionar hasta el referéndum constitucional del 16 de abril y seguirá tratando de enfrentar entre sí a los miembros de la UE.
Ahora mismo, los ministros turcos pueden presentarse en Francia; en Alemania, solo a veces; en Holanda, entretanto, han sido incluso señalados como "persona no grata". En Suecia, un contrato de alquiler para una sala de eventos ha sido anulado. Sin embargo, en Dinamarca, han invitado incluso al primer ministro turco. No es así como luce un frente unido. Y la UE, ciertamente, podría mostrar un frente unido.
La libertad de expresión tiene límites
El derecho a la libertad de expresión también aplica a extranjeros en la UE, pero no es un derecho absoluto. Las campañas electorales, las expresiones de odio y las reuniones que requieran permisos de aprobación no están cubiertos, como lo ha confirmado el Tribunal Constitucional Federal alemán.
Argumentar con el derecho internacional, como lo intentó ahora la ministra turca Fatma Betül Sayan Kaya, expulsada de Holanda, es absurdo. La Convención de Viena sobre misiones diplomáticas otorga derechos especiales al jefe de la legación, pero no a los miembros gubernamentales extranjeros. Si la seguridad pública se ve comprometida, el acceso a un consulado puede, por supuesto, ser denegado como en Róterdam. Y esto es lo mismo que ha hecho el Gobierno turco cuando selló la embajada holandesa en Ankara.
¿Quién saca provecho de esta indigna disputa entre Estados que en realidad son aliados? Erdogan, por un lado, seguirá afianzando la lealtad de sus seguidores. Ya un hombre en Estambul izó la bandera turca en el consulado holandés cantando "Dios es grande", lo que da alas a los críticos del islam, a los partidarios del ultraderechista holandés Geert Wilders, para alentar a los indecisos y recoger así más votos en las elecciones parlamentarias de este miércoles (15.03.2017). Mientras tanto, lo mismo los populistas de derecha de Wilders que el primer ministro liberal Mark Rutte intentan sacar provecho mostrando músculo en la disputa con Turquía.
Los turcos pagarán la factura al final
En este sentido, a corto plazo, tanto los contendientes electorales turcos como los holandeses van sacando provecho de la situación; pero, al final, son las empresas y la economía turca quienes pagarán la factura. El turismo se ha desvanecido aún más desde el golpe fallido y la radicalización de Erdogan. Ahora, los inversores esquivan Turquía. Los europeos opinan con sus pies: nadie quiere ser insultado, acusado de nazi, para después pasar unas vacaciones "relajadas" en Antalya, bajo estado de excepción. Y, con todo esto, no es difícil imaginar que la posibilidad de viajar sin visado a la UE se aleja cada vez más del alcance de los ciudadanos turcos.
El Gobierno de Turquía, que pisotea sistemáticamente la libertad de expresión en su país y que considera incluso a periodistas alemanes como terroristas, ha perdido efectivamente su derecho a la libertad de opinión en la UE. Imaginémonos por un momento que el político ultraderechista holandés Geert Wilders quisiera criticar, en un evento de campaña en Estambul, la política islamista del gobernante partido turco AKP. ¿Cómo reaccionaría entonces el Gobierno turco?