"Monos": adolescentes en la locura de la guerra
13 de febrero de 2019El espectador es transportado a un lugar inhóspito, situado en las alturas en continua niebla y húmedo por la constante lluvia. No hay una referencia concreta sobre el lugar ni porqué están ahí ocho adolescentes armados cuidando de una secuestrada, llamada Doctora (Julianne Nicholson), a la que mantienen en un agujero en el subsuelo.
Patagrande, Rambo, Leidi, Sueca, Pitufo, Lobo, Perro y Bum Bum, son adiestrados como ejército clandestino por el llamado Mensajero (Winston Salazar), que también les lleva instrucciones de la Organización. Les lleva una vaca lechera llamada Shakira, que ha sido otorgada en préstamo, que deben cuidar. El grupo comienza a desintegrarse cuando accidentalmente uno de ellos mata de un tiro a Shakira. A la muerte de uno de ellos le sigue el llamado a evacuar la zona porque han sido detectados por grupos armados enemigos.
Después de sobrevivir un ataque armado, en donde la Doctora y la joven que la tiene encañonada, ven por un segundo la cara de la muerte, el grupo encuentra un nuevo escondite en la jungla tropical. El segundo largometraje del cineasta colombo-ecuatoriano, nacido en Brasil, es una trepidante película en donde se mezcla la lógica de la guerra y la lucha por la supervivencia. El que logra salir con vida no es al enemigo al que tiene que temer, sino a ellos mismos.La producción respaldada por Colombia, Argentina, Holanda, Dinamarca, Suecia, Alemania, Estados Unidos y Uruguay, fue premiada en el Festival de Sundance y exhibida en la sección Panorama de la Berlinale 2019. Alejandro Landa habló con DW sobre la cinta.
DW: Después de tu largometraje Porfirio, y posteriormente Cocaleros, ¿Porqué ahora una película de guerra?
Alejandro Landes: Colombia es un país que lleva en guerra civil 60 años, y para mi generación es el primer momento en el que se vislumbra la paz. Una paz frágil, pero una verdadera posibilidad. Estamos viviendo muchos conflictos fragmentados, guerras civiles, particularmente en Medio Oriente. La película mezcla dos conflictos, por un lado el conflicto exterior, y el conflicto de la adolescencia que es lo que están viviendo los personajes. Esos dos conflictos generan un espejismo.
La película no hace una alusión al lugar en donde se encuentran los ocho chicos, pero uno intuye que es Colombia, claro.
Los conflictos de mi generación no son conflictos en donde las líneas están claramente trazadas como en la Segunda Guerra Mundial. Tenemos muy distintos frentes, como el de Colombia, como el de Siria, en donde las alianzas van cambiando. La trinchera no se vive de manera ideológica, no importa si causa es de derecha o de izquierda.
Después de ver la película uno reflexiona sobre lo que es ser secuestrado, lo difícil que es superar el resentimiento que ha producido un conflicto armado como el colombiano. ¿Genera un odio que no puede ser superado?
Las interrogantes que plantea la película, como el ¿qué va a pasar con Rambo, (que es capturado por el Ejército)?, ¿qué va a pasar con estos personajes que han decidido dejar las armas? ¿Van a ayudarlos a comenzar una vida nueva?, ¿o van a aparecer muertos en las calles como ha pasado antes? ¿Que pasa en casos como el de Patagrande, que arrancan sus propias organizaciones?
¿Tienes esperanzas en que haya una paz duradera en Colombia?
Aquellos que están en la trinchera peleando, que son a quienes vemos en esta película, ellos están pensando en qué van a comer ese día, como van a vivir ese día. Para mí la humanidad de los combatientes va por encima de cualquier concepto político o ideológico porque estamos muy en el presente con ellos. El tomar rehenes es común en muchos conflictos. La manera más barata de cuidar de un rehén es dárselo al miliciano más raso. En muchos casos, alguien muy joven. Es una situación de cautiverio en donde la línea entre víctima y victimario se vuelve muy delgada. ¿Quién está secuestrado?, ¿el rehén o los chicos que mandaron a cuidarlo?
En esa escena en la cueva cuando una de las chicas está encañonando a la doctora, cae una granada, y la doctora dice: nos vamos juntas. Pero luego es la doctora la que acaba matando a la chica para lograr huír.
Tal vez la película es un viaje al corazón del miedo. En el que nos preguntamos en qué bando estamos. El crimen del secuestro es uno muy peculiar porque estás viviendo, durmiendo, comiendo, bañándote con tu secuestrado, con tu captor, así que la película está navegando en los matices de gris que existen en una situación así. No es blanco y negro, ni derecha e izquierda, no es hombre y mujer, también hay una fluidez de género en la película. Cuando la doctora mata a esa niña ves como después tiembla y está completamente trastocada por lo que acaba de hacer. No es la violencia de alguien que mata a diez personas y no le cae una gota de sudor.
El personaje de Wilson Salazar es muy interesante por su trayectoria, hace no mucho ofrecían una recompensa por su captura. ¿Él te ayudó a acercar la película a la realidad?
Dentro de la investigación conocí a Wilson, una persona que dejó las armas, luego de haber empezado desde muy joven en la desaparecida guerrilla de las FARC, y no es que lo reclutaran, sino que él quiso entrar, y desertó poco antes de que yo lo convocara, inicialmente a ser un consultor. Nos asesoró sobre cómo es un entrenamiento militar, no de un Ejército regular, sino de uno clandestino. Hizo un papel tan convincente entrenando a los chicos a volverse combatientes, que lo invité a interpretar el papel que ya estaba en el guión.
Naciste en Brasil, tu madre es colombiana, tu padre ecuatoriano, vives en Nueva York, ¿dónde está tu hogar?
Soy como tantos colombianos que crecieron afuera. Mi familia es de Medellín, mis papás empezaron una vida en Brasil, y yo nací ahí, fui al colegio en Ecuador, pero sin duda en dónde más raíces tengo es en Colombia, la tierra de mi madre. Lo que me interesa del cine es un buen hogar para los despatriados, porque el cine transmite emociones sobre las cosas que nos unen, que no tienen banderas.
(jov)