“Mientras una sociedad calle, la reconciliación no puede tener lugar”
31 de marzo de 2009Las marcas que la violencia deja a su paso las ha podido observar Sabine Kurtenbach en sociedades muy diferentes. En Guatemala, en Chile, en Colombia, en Camboya. Y también en España. Kurtenbach ha trabajado como asesora en diversos procesos de paz y ha sido miembro, entre otros, del Instituto de Desarrollo y Paz de la Universidad de Duisburgo (INEF) y del Instituto Estudios Iberoamericanos del Centro de Estudios Globales (GIGA), con sede en Hamburgo.
Las transformaciones que los conflictos provocan en los colectivos humanos son una de las especialidades de esta científica. En el 70° aniversario del final de una de las guerras que más ha determinado la historia de España, Kurtenbach nos habla de las consecuencias de la violencia, de la revisión del pasado y de las posibilidades de reconciliación.
DW-WORLD: ¿Qué secuelas deja una guerra en una sociedad?
Sabine Kurtenbach: La guerra es un sistema social complejo que influye en los más diversos ámbitos de una sociedad. Las consecuencias de una guerra dependen, por un lado, de dónde residan sus raíces: si sus motivos fueron económicos, políticos o estaban relacionados con la convivencia en general, las diferencias en el sistema de valores, etc.
Además, las fisuras que deja un conflicto tienen que ver con el grado de violencia ejercida; con el modo en que se aplicó esa violencia- ¿fue general o contra grupos concretos?-; y del tipo de violencia vivida- ¿se practicaron actos de violencia, aprovechando la situación de guerra, que estaban completamente al margen de las razones que motivaron el conflicto, como por ejemplo, la violencia sexual que se dio en los Balcanes?-.
Y, por último, también juega un papel importante el modo en que finaliza una guerra. Si dentro de una misma sociedad una parte se proclama vencedora, como sucedió en la Guerra Civil española, la otra parte cuenta con posibilidades limitadas de asimilar lo sucedido porque lo que prevalece es la verdad de los ganadores, la justicia de los ganadores y son los ganadores quienes escriben la historia. Si el fin del conflicto es negociado, a los implicados les resulta más fácil enfrentarse a sus consecuencias.
Y cuando la guerra es civil, ¿son las heridas más profundas?
La diferencia entre una guerra entre Estados y una guerra civil es que, si no se produce una secesión, esta última obliga a las partes del conflicto a convivir. Lo difícil que resulta superar las consecuencias de una guerra internacional lo podemos comprobar todavía hoy en la discusión en torno a las relaciones germano-polacas, en las que aún influyen los estereotipos y la herencia de la II Guerra Mundial. Si los contrincantes están, además, dentro de una misma unidad territorial, la situación se complica aún más porque no les queda otro remedio que acordar algunos puntos mínimos de entendimiento.
¿Tiene una sociedad que enfrentarse a su pasado, si quiere superarlo?
Puede que en una sociedad reine el consenso de que el pasado no es relevante: resulta interesante observar como en Camboya no están siendo tanto los camboyanos, sino la comunidad internacional, quien fuerza a tratar lo acontecido durante el régimen de los jeremes rojos.
Eso significa, por un lado, que con la extendida idea de que los crímenes contra la humanidad no conocen fronteras, hoy en día a una sociedad le resulta muy difícil ignorar los capítulos negros de su historia: si no inicia ella misma el proceso de revisión, serán otros quienes lo hagan. Pero aparte de eso, enfrentarse al pasado es necesario porque la historia no desaparece. La historia es parte del presente de una sociedad. No existe la ruptura total y año cero. Sin la Guerra Civil y sin la II Guerra Mundial, España y Alemania serían hoy países muy diferentes: esos hechos los marcan todavía hoy y no pueden ser borrados.
Y otra cuestión a tener en cuenta es que toda sociedad trata de ponerle coto a la violencia, restringirla a determinados ámbitos (ya sea al monopolio de su uso por parte del Estado o su aceptación en algunos casos, como el de la defensa propia). Si paso por alto violaciones graves de los derechos humanos, resulta muy difícil explicarle a la siguiente generación por qué la violencia tiene límites.
“No me extraña en absoluto que en España haya tenido que pasar tanto tiempo antes de que se pudieran tratar la Guerra Civil y la dictadura franquista.” ¡Siga leyendo!
Han pasado 70 años desde que se pusiera fin a la Guerra Civil española, el país inició la transición hacia la democracia hace 34 años y la concluyó, suele decirse, hace 28. Ahora empiezan a abrirse fosas, a devolver cadáveres a las familias, a retirar los últimos símbolos de la dictadura de calles y plazas… ¿por qué ha tenido que pasar tanto tiempo?
No me extraña en absoluto que en España haya tenido que pasar tanto tiempo antes de que se pudieran tratar la Guerra Civil y la dictadura franquista. Yo vivía en España cuando [el general] Tejero intentó dar el golpe de Estado [23 de febrero de 1981]. ¡Imagínese que en aquella época alguien hubiera hecho el amago de tematizar las cuestiones que se debaten hoy! Imposible. Ni siquiera durante los primeros gobiernos socialistas se podía hablar de ciertas cuestiones en España. A veces, la distancia temporal es necesaria. Con el tiempo cambian las estructuras de poder, los directos responsables ya no están en sus cargos y tampoco en condiciones de influir en los procesos sociales.
Y, sin embargo, todavía hoy parece que sigan existiendo dos frentes, vencedores y vencidos, hijos y nietos de vencedores e hijos y nietos de vencidos…
Eso es una consecuencia de la narrativa que rodea a este tipo de hechos. Siempre existen diferentes versiones de lo sucedido y diversas formas de entender lo que ocurrió, y éstas se transmiten de generación en generación. Mientras que los grupos no hablen entre ellos, el peligro de que las visiones opuestas queden ancladas en la sociedad es grande.
En el momento en el que los grupos dialogan, resulta mucho más fácil reconocer que los otros también sufrieron y que la violencia afectó a todos. Sólo el diálogo puede romper ese ciclo de historias que se cuentan una y otra vez. Mientras una sociedad calle y convierta ciertos hechos en un tabú, la reconciliación no puede tener lugar.
Conozco familias y círculos de amigos en España que, para evitar discusiones desagradables, esquivan en sus encuentros los temas religión y política. ¿Qué necesita una sociedad para poder hablar racionalmente de las cosas que en ella han acontecido?
No creo que una sociedad pueda llegar jamás a tratar estas cuestiones desde un punto de vista exclusivamente racional porque se trata de experiencias personales, son vidas, son sentimientos, son emociones. La violencia marca a una sociedad, la marca profundamente porque influye en su estructura, en su geografía social: hay desplazados, exiliados, perseguidos…
España no es un caso único, y tampoco hace falta retroceder mucho en el pasado. Basta con mirar a Sudán, donde se está reorganizando una parte completa del país. Aunque pasen 40, 50 o más años, Dafur no olvidará lo que está ocurriendo ahora. En la guerra de los Balcanes salieron a relucir batallas que databan de los siglos XIV, XV… Cuando hoy se debate sobre el ingreso de Turquía en la Unión Europea se argumenta recurriendo al Imperio Otomano…
La carga emocional de estas cuestiones no desaparece porque pase el tiempo. Se requieren muchas discusiones, mucha revisión, mucha investigación, mucha educación, mucho trabajo de concienciación y mucha pedagogía hasta poder dotar al tema de cierta racionalidad.
¿Se encuentra España en el camino hacia esa “cierta racionalidad”?
Yo creo que sí, pero este tipo de procesos no suelen discurrir en línea recta: a veces se avanza, otras se retrocede, en ocasiones se prosigue en zigzag y en otras todo se paraliza. Esto lo hemos podido observar ya en muchos países latinoamericanos.
Por ejemplo, el proceso contra Pinochet en Chile fue un principio de revisión del pasado que al mismo tiempo volvió a endurecer los frentes. De Chile siempre me ha sorprendido mucho que cuando uno habla con la gente, cuando yo hablaba entonces con los chilenos, parecía que existieran dos Chiles completamente diferentes, dos países dependiendo de quién contase la historia.
También los chilenos van a tener que enfrentarse en algún momento a su historia, y van a tener que dialogar. Y cuando se debatan públicamente estas cuestiones se estará dando un paso muy importante hacia una visión racional de lo acontecido.
¿Cómo lo han logrado los alemanes?
¿Lo han logrado los alemanes?
Por lo menos, aquí se habla del nacionalsocialismo con mucho más sosiego y nadie se quejaría si una estatua de Hitler desapareciese de una plaza, si es que quedase alguna…
Es cierto que existe un consenso en cuanto al no ensalzamiento del régimen nacionalsocialista, pero también está vigente una ley que prohíbe poner en duda el Holocausto o hacer apología del nazismo.
En la Alemania occidental se dieron una serie de factores que facilitaron el diálogo y la revisión del pasado. El milagro económico identificó a los alemanes con un país nuevo. Hubo también un conflicto generacional en el que los hijos les pidieron explicaciones a sus padres y a sus abuelos: ¿por qué no os rebelasteis? ¿Por qué dejasteis que pasara?
Pero el enfrentamiento de los alemanes con su pasado tiene muchos aspectos y no todos han sido concluidos con éxito. Existen aún muchas cuestiones en el tintero como, por ejemplo, el tema de los desplazados de los territorios que habían sido alemanes, en torno a los que se creó el mito de que Alemania los había acogido con los brazos abiertos, cosa que en muchos casos no ocurrió y de la que ahora se empieza a hablar tímidamente. Yo no diría que los alemanes lo han logrado.
Autora: Luna Bolívar Manaut.
Editora: Claudia Herrera Pahl.