“Nadie se puede imaginar lo que es un campo de concentración”
12 de septiembre de 2008“Llevaré un distintivo para que sepas que soy español”, me había dicho David Moyano por teléfono, “tú no te preocupes, que enseguida vas a ver que soy un español”. Más información no había logrado extraer, así que allí estaba: en la estación central de Bruselas intentando descubrir a mi español entre la masa que abarrotaba la gare.
¿Qué es lo que distingue a un español? En los campos de concentración nacionalsocialistas, a los españoles se les reconocía por el triángulo azul con la “S” de “Spanier”, “español”, que portaban sobre la camisa del uniforme.
En Mauthausen, a David Moyano aquella etiqueta le salvó la vida. Acusado de un robo tan insignificante como improbable, los SS le golpearon hasta darlo por muerto. Inconsciente acabó a las puertas del crematorio. Tirado sobre la nieve alguien descubrió que aún vivía, vio la “S” en el triángulo azul y fue a avisar a los otros españoles. Los compatriotas acudieron al rescate.
David Moyano sobrevivió a Mauthausen, y yo lo encontré andando por la estación central de Bruselas con un pañuelo al cuello. Era un triángulo azul con una “S”. Lo reconocí al momento.
“Yo no soy un desertor”
David Moyano tiene hoy 86 años y vive en una residencia de ancianos belga que le cuesta toda la pensión, comenta indignado. Pero de Francia recibe aún una pequeña renta por sus servicios en el ejército “y esa es toda para mí”. Del bolsillo saca una bolsita de plástico para enseñarme su tarjeta de ex combatiente y su carné de deportado político. “Yo no necesito pasaporte. Yo voy a Francia, les enseño esto, y basta. No me hacen más preguntas”, dice orgulloso.
Moyano y los demás republicanos españoles son curiosos héroes que han perdido todas las batallas. Fueron derrotados en la Guerra Civil. Aunque en la II Guerra Mundial ganaran los buenos, mientras Franco siguiera en su puesto la victoria continuaría sabiendo a fracaso. España los abandonó. Y sin embargo, la convicción de haber arriesgado la vida por lo que era justo y correcto les concede el aura de quien ha triunfado en cada frente.
“Yo tenía 14 años, hacía poco que los había cumplido, cuando me alisté en el ejército republicano. 118 batería”, recuerda Moyano, “y nos enviaron al Campo de la Bota. Allí estaban los internacionales, que eran rusos, pero los habían hecho marchar y los sustituimos nosotros como voluntarios. Yo estaba en las baterías antiaéreas, y cuando te decían 'aviones de Palma en vuelo' significaba que los alemanes y los italianos venían a bombardearnos.”
La Guerra Civil española duró tres años, de 1936 a 1939. El apoyo que el bando nacional obtuvo de los regímenes fascistas de Alemania e Italia dobló casi la ayuda que del exterior, sobre todo de Rusia, obtuvo la República. Sin ser ese el único ni el principal motivo, los republicanos no pudieron defender sus posiciones. “Yo tenía un tío que estaba en el Gobierno y un día me dijo que ellos se iban esa misma noche, y que yo no volviera a la batería porque los falangistas estaban al caer. Pero yo no soy un desertor.”
“¡Aquello era la caraba!”
Sin embargo la Guerra estaba perdida. David Moyano acabó pasando la frontera y refugiándose, como tantos otros, en Francia. “En Francia nos dijeron: 'los que quieran ir con Franco que se pongan a la derecha, y los que se quieran quedar aquí, a la izquierda'. A los que fueron a la derecha los mandaron para España, y nosotros nos quedamos, con la República”, dice.
La Gran Guerra europea acababa de estallar, y el ejército francés pidió voluntarios para luchar contra la Alemania nazi. Moyano y sus camaradas ingresaron en una compañía militarizada gala. “Era el Batallón 'Alpin', Alpino”, recuerda Moyano, “y nosotros fuimos a la montaña para construir una carretera militar que tenía que llegar hasta la frontera con Italia. ¡Ja, ja, ja! ¡Aquello era la caraba! Éramos todos jóvenes y merecía la pena hacer todo aquello.”
“Pero entonces nos mandaron a la Línea Maginot”. La Línea Maginot debía servir a Francia como protección para sus fronteras, pero cuando en 1940 la Wehrmacht logró quebrarla, el camino hacia París quedó despejado. “Estábamos rodeados. Nuestro capitán dijo 'sálvese quién pueda' y nosotros, éramos una docena de ellos, huimos a la montaña. Yo creo que yo temblaba como una hoja del miedo que tenía de los alemanes.”
En la Línea Maginot, Moyano y sus compañeros cayeron prisioneros. El 25 de enero de 1941 los deportaron al campo de concentración de Mauthausen, en Austria. “Yo me acuerdo bien porque el día que nos hicieron ir a la estación, y nos dijeron que no teníamos que llevar nada porque en el sitio al que íbamos nos darían ropa y demás, era mi cumpleaños”.
Mauthausen: el campo de los españoles. ¡Siga leyendo!
“Pude salir de la cantera”
“Rendezvous” pone sobre el día en que visito a Moyano en el calendario que cuelga de la pared. El “rendezvous” soy yo. A Moyano le cuesta acordarse de las cosas actuales, la memoria la reserva para no olvidar el pasado. Con su mujer habita un pequeño apartamento en la residencia de mayores. Un baño, una cocinita, un salón y un dormitorio. La puerta que da al pasillo está siempre abierta. Por él circula sin cesar un ejército de enfermeras.
Moyano insiste en hacer un café, aunque me cuenta que cada noche le traen un termo para él y otro para su mujer, y que casi nunca logran acabárselos. Y le hubiera gustado poder invitarme a comer. Eso también distingue a un español, pienso.
La casa de Moyano parece un museo de Mauthausen. En cada esquina una foto, un recorte de prensa, un libro sobre el campo de concentración. Moyano pasó cuatro años en Mauthausen, conocido como el “campo de los españoles”. Sólo a Mauthausen fueron deportados 7.000. Más de 4.300 murieron. “Nadie se puede imaginar lo que es eso”, dice una y otra vez, y me doy cuenta de que muchas de sus historias giran entorno al hambre y al frío. De ambos tuvo que sufrir bastante.
Los nazis eligieron aquel lugar para construir Mauthausen porque, como dice Moyano, “había buena piedra”. Los presos sacaban granito de una cantera, que servía para asfaltar las calles de Viena y de ciudades alemanas. Con los bloques de piedra cargados a la espalda recorrían la escalera de la muerte: 31 metros y 186 peldaños. A los SS les divertía hacerlos caer. “El dueño de la cantera no era un alemán, era un austriaco. A veces venía por ahí y siempre saludaba.”
“Yo sobreviví al campo porque era joven, y porque no estuve todo el tiempo allí, en la cantera”, cuenta Moyano. Cuando las tropas estadounidenses liberaron Mauthausen, el cinco de mayo de 1945, ya no trabajaba en el campo. A algunos presos los mandaban a las fábricas cercanas para que sirvieran como mano de obra gratuita.
“Para España estoy muerto”
“Después de la guerra nos llevaron obligatoriamente a Francia”, recuerda Moyano, “allí nos trataron bien, nos atendieron médicos… porque a mí me faltaban algunos dientes, de las palizas, y en Mauthausen me habían operado de una úlcera. El doctor me preguntó que dónde me habían hecho esa operación, y yo le contesté que en el campo. Ya no dijo nada”.
Aunque Moyano parece no darle importancia, seguramente el médico pensó lo mismo que yo en ese momento: los nazis tenían la mala costumbre de experimentar con sus presos, y precisamente Mauthausen es conocido por estas prácticas.
Después de la II Guerra Mundial, Francia se ocupó de la mayor parte de las víctimas españolas del genocidio nazi. España, que permitió el internamiento en los campos nazis de sus nacionales, aprobó en 1951 un decreto por el cual se les retiraba la nacionalidad a todos los deportados, a todos los que hubieran luchado en los ejércitos aliados y a los llamados “niños de la guerra”, los menores que la República envió fuera del país para que no vivieran los rigores de la Guerra Civil.
Recuperado de sus años en Mauthausen, David Moyano se trasladó a Bélgica, donde por fin tuvo tiempo para aprender a leer y a escribir. Hoy es electricista jubilado y ciudadano belga. En España, las leyes que le retiraron la nacionalidad siguen vigentes. “Yo de España no espero nada”, dice, “yo estoy muerto para ellos”.