Los clichés del volante
10 de octubre de 2006
Alemania, país del automóvil. Donde la marca Mercedes está asociada con la autoestima de su propietario. Se dice que el corazón de un hombre late más rápido ante la vista de un exuberante ejemplar de cuatro llantas, que ante una fémina de dos. Que viven a flor de piel la relación con ese cuerpo de hojalata y que aman más a sus coches que a sus perros.
Enamorados de sus coches, dan rienda suelta a su pasión sin límites por autopistas, serpenteando a toda velocidad a bordo de sus robustos vehículos cuidados al detalle. No podría haber relación más armónica y perfecta.
Ellas al volante
"No le prestes el coche a una mujer" dice una pinta sobre un coche que apunta con una flecha a una abolladura en la cajuela, seguramente obra de alguna atolondrada dama. La fotografía que circula en Internet, alude al enojo de ellos cuando una mujer torpe como un elefante daña el tan cuidado objeto del deseo. En todo caso abundan las bromas que las señalan a ellas como un desastre al volante. ¿Será? En realidad buenos y malos conductores son tanto hombres como mujeres, eso lo dicen el sentido común y las estadísticas.
Sin embargo, un estudio realizado por la revista Focus hace pensar que son ellos los que más dificultades tienen al estacionarse. ¿También al conducir? Según el estudio, un 35% de los conductores varones desearía contar con una cámara en el trasero del vehículo, que le ayude a estacionarse. Entre las mujeres la cifra es equivalente al 27%.
El estudio se basa en una encuesta realizada por un instituto de investigación de mercado llamado Maritz Research, que sostiene que un 61% de los conductores hombres y un 58% de las mujeres echarían mano de un sensor electrónico que prevenga daños a la carrocería.
Sin embargo, el mismo estudio sostiene que un 37% de las mujeres sueñan con un automóvil que sea capaz de estacionarse en piloto automático. Lo mismo gustaría a un 29% de los varones. En la encuesta fueron interrogadas 813 personas. Definitivamente, los clichés no comprueban nada y las estadísticas tampoco. Pero ambas contienen un intrínseco mensaje que a veces ni la psicología logra decifrar.