Las confesiones de Rumsfeld
5 de octubre de 2004Ni armas de exterminio masivo, ni relaciones con la red terrorista de Al Qaeda tenía el defenestrado Saddam Hussein. Múltiples expertos, sin olvidar a altos representantes del gobierno alemán, habían hecho notar, reiteradamente, que ese segundo argumento utilizado para justificar la guerra contra Irak no tenía asidero real. Nada nuevo ha dicho pues el secretario de Defensa estadounidense, Donald Rumsfeld. Lo importante es que lo haya dicho. Y el momento en que lo dijo.
Un argumento menos
En medio de la campaña electoral, las palabras de Rumsfeld tienen especial resonancia, sobre todo considerando que el conflicto iraquí está en el centro del debate. El hecho de que las supuestas armas de exterminio masivo jamás aparecieran no fue considerado por la administración Bush motivo suficiente para reconsiderar su actitud. El jefe de la Casa Blanca optó hace tiempo por restar importancia al asunto, subrayando cada vez que puede que, de todos modos, el mundo se ha vuelto un lugar mejor y más seguro desde que Saddam fue expulsado del poder en Bagdad.
George W. Bush insiste en insertar la intervención militar contra Irak en el marco de la lucha global contra el terrorismo. Según su discurso, esa es justificación más que suficiente para una guerra que, aunque sea a cuenta gotas, sigue derramando prácticamente a diario sangre de soldados estadounidenses. Eso, por no mencionar a las víctimas iraquíes, que son considerablemente más nutridas, ni la explosiva situación persistente, que convierte a Irak realmente en un riesgo de seguridad.
¿Impacto en la campaña?
Pero, si dentro del propio gabinete estadounidense se admite que tampoco existían claras pruebas de que Bagdad era un nudo en la red terrorista, ¿qué argumento queda? ¿Que Saddam era un sangriento tirano? Eso no suena muy convincente, en vista de que no es el único que encaja en esa categoría.
Las declaraciones de Rumsfeld no le facilitan las cosas a Bush. Cabe entonces la pregunta de por qué las formuló en este momento, ante el Consejo de Relaciones Exteriores, en Nueva York. De seguro el ministro de Defensa no tuvo intención alguna de entorpecer su candidatura. Quizá al exponer así las cosas, como de pasada, intente simplemente bajarle perfil al peliagudo tema y volver a desligar responsabilidades, remitiéndose a errores de los servicios de inteligencia. Si el asunto no levanta polvareda ahora, menor riesgo supone para la recta final de la campaña.