La limpiadora sin miedo
26 de noviembre de 2006En ese instante, no hay nada más hermoso para Casimira Rodríguez que moverse en círculos. No quiere volver a la orilla y le pide al remero que le dé otra vuelta. La barca de madera levanta pequeñas olas. Para hacer una corta escapada al lago Titicaca, la ministra se ha tomado una mañana libre. Disfruta del sol y respira profundamente, como si quisiera aspirar toda la paz posible. Sabe que dentro de poco tiene que volver a la locura diaria de su Ministerio.
Casimira Rodríguez está acostumbrada a el viento esté en su contra. Pero ahora que es ministra, el viento se ha convertido en huracán. El sistema judicial al completo está alborotado desde que Evo Morales colocó a una quechua al mando. Abogados, fiscales, jueces y funcionarios: todos contra Rodríguez. La acusan de carecer de la cualificación necesaria. Pero en realidad temen que les recorte los beneficios de los que hasta ahora han disfrutado. Incluso en el mismo Gobierno tiene opositores. La tendencia de Rodríguez a resolver los problemas por la vía del consenso es calificada de pasividad.
En el mercado judicial
A la ministra le ha tocado una de las carteras más complicadas. El sistema judicial boliviano es corrupto, ineficiente y está sobrecargado hasta el límite. En las prisiones no cabe un alfiler. Con frecuencia, las sentencias se dictan al arbitrio. Pasan años hasta que un proceso comienza. Los jueces y los abogados, sin embargo, han sabido adaptarse al funcionamiento de las cosas y sacar de él su provecho.
Para ellos, la designación de alguien como Rodríguez es lo peor que les podía pasar. La ministra dice cosas como: “nuestro sistema judicial es como un mercado. Quien paga mejor, decide lo que es justo y lo que es injusto”. Estas declaraciones suenan a declaración de guerra a oídos de los letrados. Y Rodríguez quiere además reforzar la tradicional “justicia comunitaria” de los indígenas en la legislación boliviana. Para el poder establecido, toda una provocación.
“Aceptar que una indígena también está capacitada para tomar decisiones y actuar con justicia, molesta. Eso crea conflicto”, asegura Rodríguez, “el racismo es horrible”.
Duros años como limpiadora
Luchar contra la corrupción es su prioridad. De joven, Casimira Rodríguez tuvo la oportunidad comprobar en carne propia las injusticias del sistema. Durante dos años trabajó como empleada en un hogar de clase media en Cochabamba. Unas 20 horas al día. Cocinar, limpiar, Rodríguez se ocupaba de 15 personas. Sólo la compra era cosa de los señores de la casa. Rodríguez puso una denuncia. Pero el juez se dejó comprar por la familia y el proceso cayó en el olvido.
Con 13 años, Casimira abandonó su pueblo. Un hombre la convenció de que en la ciudad podría ganar mucho dinero. En realidad, se dedicaba a abastecer a familiar ricas de asistentas baratas. Los padres de Casimira estaban en contra de que se marchara, pero la joven decidió probar fortuna. Casimira quería ayudar con sus ingresos a la familia, e ir a la escuela.
“Llegué a la ciudad y perdí mis derechos y la autoestima”, cuenta hoy. Después de la primera familia siguieron otras cuatro. En una ocasión, regresó a su pueblo, pero enseguida se dio cuenta de que allí carecía de los medios para sobrevivir. Y continuó limpiando. “Éramos seres invisibles. No podíamos hablar, no podíamos tener opiniones. Teníamos que estar continuamente al servicio de la señora”, recuerda Rodríguez. Pasó por lo mismo por lo que han pasado miles de indígenas. Pero al contrario que muchos otros, no quiso rendirse ante el destino.
Recuperar la autoestima
“En algún momento me desperté de la pesadilla y perdí el miedo. Me encontré con otra empleada del hogar y le dije: también nosotras tenemos nuestros derechos. Y debemos luchar por ellos”. A partir de entonces empezó a colaborar con la Asociación de Empleadas Domésticas. Primero en secreto. Luego a bombo y platillo. Hasta que se convirtió en presidenta de la organización. Su mayor éxito fue lograr la aprobación de una ley que regula el trabajo en las tareas domésticas.
Rodríguez luchaba por un lado, era atacada por el otro. Vivió insultos, ofensas y amenazas. “Vas a ser la culpable de que las empleadas pierdan sus puestos de trabajo”, le advertían los mismos para los que durante años trabajó como criada. Pero muchos estaban con ella. Entre ellos, el cocalero Evo Morales. Una y otra vez, sus caminos se cruzaban en las diversas batallas. Dos veces rechazó la propuesta de Morales de entrar en política. A la tercera aceptó, y se convirtió en ministra.
“No he llegado aquí como política profesional, sino como ciudadana normal y corriente”, acepta la ministra. El nombramiento de Evo Morales como presidente fue un momento histórico. “Para los indígenas fue como volver a nacer. Han recuperado la confianza en sí mismos y sobre todo la esperanza”, dice.
“No estamos aquí porque seamos perfectos, sino porque representamos todas las lágrimas, todos los muertos de 500 años de lucha”. Rodríguez no quiere venganza. También huye de conceptos como el marxismo o el comunismo. “Mi punto de partida es la cultura andina. Se trata de que las riquezas se repartan justamente”, afirma. El principio es positivo para todos los bolivianos. Que no todos comparten su visión lo sabe muy bien. Por eso, la tormenta no parará nunca.