Historias de cocaleros
26 de noviembre de 2006Quien consigue llegar al campo de coca de Epifanio, respira hondo. Conducir hacia los valles tropicales de los Yungas atravesando La Paz supone sobrevivir a la “carretera más peligrosa del mundo”. A 4.600 m de altura, el camino serpentea por una montaña a la vera de precipicios por los que caer significaría precipitarse hasta 3.000 m de profundidad. El paisaje es grandioso, pero la carretera estrecha y resbaladiza.
De pronto, los acantilados se reducen y se divisan campos de coca por todas partes. Ya durante el reinado de los Incas se cultivaba coca. En la actualidad, se cosechan 12.000 hectáreas legales con fines tradicionales.
Un cerdo gruñe frente a la casa de Epifanio. A través de las plantaciones de bananas Epifanio se dirige hacia al campo de coca. Ahora mismo estaba secando las plantas del día en el llamado “Cachi”, detrás de su casa.
“Mi campo de coca es algo mayor que un cato. Un cato son cuatro veces 40 metros. Aquí cultivo coca desde hace 15 años. La planta de coca requiere muchos cuidados. En primer lugar, hay que preparar la tierra: se tiene que remover y apilar. Y la planta tiene que ser podada a menudo. Por suerte, yo no tengo que usar pesticidas. Hay quien las abona con urea. De este modo, la planta crece mejor pero ya no puede mascarse.
Al contrario que en Chapare, aquí las plantas crecen muy despacio. En Chapare no se necesitan siquiera seis meses para poder llevar a cabo la primera recolecta. En los Yugas, hay que esperar hasta dos años. Las plantas aquí son mucho más pequeñas, por lo que la recogida da enormes dolores de espalda.
Pero una vez hecha la primera cosecha, los campos de los Yugas aseguran por lo menos cuatro recolectas al año. En los meses de enero y febrero, cuando llueve mucho, las hojas de coca pesan más que el resto del año. Este campo nos provee de cuatro a cinco 'taques'. Un 'taque' son aproximadamente 25 kg. Las hojas son arrancadas y después extendidas sobre el 'cachi' para que se sequen. El secado dura unas tres horas. Después las empaquetamos en sacos y las llevamos al mercado de La Paz. Por cada taque nos pagan cerca de 100 dólares.
Tengo también mandarinas y naranjas. Pero esas sólo puedo cosecharlas una vez al año. Además, lo que recibo por ellas es mucho menos y los árboles son propensos a las enfermedades. Por eso intento con mucho esfuerzo criar abejas. Quizá alguna vez consiga tener tantas que pueda vivir de ellas.”
En los Yungas los campos de coca caracterizan el paisaje. En Chapare por el contrario, hay que buscarlos. Viajando por la cuidada carretera principal no se ve ningún campo de coca. No es porque los cocaleros quieran esconder sus cultivos, sino porque Chapare es una de las regiones con mayor abundancia de lluvias. Esto favorece el desarrollo de mucha vegetación que simplemente tapa o camufla todo lo demás.
Felipe es de la ciudad minera de Potosí. La mayoría de los habitantes de Chapare son inmigrantes. El camino hacia el campo cocal de Felipe no es fácil. Hay que viajar 30 minutos por un camino de gravilla atravesando la selva virgen hasta la casa de Felipe. Dejamos atrás plantaciones de bananas y estanques de peces. En esta región, la Unión Europea subvenciona la piscicultura. Desde ahí caminamos 15 minutos sobre suelo pantanoso y cruzamos tres arroyos sorteando los troncos. Finalmente, tras una valla nos encontramos en el campo de coca. En él, mosquitos arremeten contra los mamíferos.
“Aquí los mosquitos son muy desagradables. Te pican a través de la ropa. Y cuando recolectamos aún es peor. En estos momentos los arbustos tienen pétalos y semillas. En mi “cato” hay unas 3.000 plantas. Cosecho hasta 150 kilogramos. Lo que alcanza para un sueldo básico. Tengo además cerca de 20 reses. Antes tenía de dos a tres hectáreas de coca.
Pero en 2004 nos pusimos de acuerdo para que cada familia cultivase solamente un cato. El sindicato en el que estamos organizados se encarga de todo. Hemos pasado malos tiempos. Se nos insultaba como si fuéramos vendedores de drogas. Estados Unidos nos ha discriminado. No era justo. Venían a nuestros campos, la policía y los militares, y destruían nuestra coca.
No queremos más ser tratados como traficantes de droga. En esta zona el narcotráfico se ha reducido mucho. Antes estaba mucho más presente ¡Mire a su alrededor! No tenemos agua corriente. Allí donde hay pobreza, el narcotráfico tiene su influencia. Ahora es diferente. Ahora gobiernan nuestros compañeros", dice Felipe.