Hambre y corrupción
20 de julio de 2011
Dadaab, en el norte de Kenia, es el campamento de refugiados más grande del mundo. A él llegan, día tras día, entre 1.000 y 2.000 refugiados de Somalia huyendo del hambre y de un Estado que ya ha dejado de ser tal, abandonando a su gente.
“La situación es tan terrible e intrincada en el sur de Somalia que hasta para nosotros es peligroso llegar hasta allí. Los grupos rebeldes crean un clima de violencia y, además, hay una sequía extrema. Por eso, el precio de cereales como el mijo –un alimento muy importante en Somalia- se ha duplicado en un corto tiempo. La gente no tiene otra alternativa”, explica Ralf Südhoff, del Programa Mundial de Alimentos (WFP, por sus siglas en inglés).
Violencia, sequía y muerte
No sólo se trata de la sequía permanente, sino, sobre todo, de la violencia continua que hace imposible que llegue ayuda externa. Se trata de seres humanos abandonados a su suerte, Somalia es un estado fallido, sin gobierno, subraya Michael Brüntrup, experto en Ciencias Agropecuarias del Instituto Alemán de Desarrollo (DIE). Y esa es una de las típicas características de las crisis alimentarias.
“A un conocido economista, Amartya Sen, se le otorgó el Premio Nobel en parte por haber demostrado que en los sistemas democráticos casi no hay muertes por hambre. Y lo demostró en su propio país, India, que estaba asolado por crisis alimentarias y ahora ya no lo está”, señala Michael Brüntrup. Sin embargo, según él, el hambre crónica también es un fenómeno común en democracia.
El hambre afecta a más de 1.000 millones de personas
Pero el mal que se extiende por el Cuerno de África no es el hambre normal que sufren más de 1.000 millones de personas en todo el mundo, sino una crisis alimentaria que cobra dimensiones de catástrofe. La gente muere huyendo de ella, los niños fallecen, luego de caminatas a pie que duran semanas, antes de llegar al campamento de refugiados de Dadaab porque están completamente debilitados. Llegan de Somalia o de Etiopía, uno de los países más pobres del mundo, cuyos habitantes luchan desesperadamente contra el hambre.
“Etiopía es un país muy pobre que ha invertido mucho en el sector agrario y que logró reducir el número de personas que sufren de hambre en un 1 a un 1,5 por ciento anual. La mitad de la población de Etiopía está subalimentada. A eso se suma el crecimiento poblacional. Se puede decir que se ha hecho mucho, pero que aún no es suficiente en absoluto”, advierte Michael Brüntrup.
“No hay suficiente dinero”
El experto del Instituto Alemán de Desarrollo aplaude la Declaración de Maputo de la Unión Africana, en la que los países africanos se comprometieron en 2003 a invertir el 10 por ciento de su presupuesto en la agricultura. Sólo así es posible combatir las catástrofes alimentarias como la que afecta al Cuerno de África, dice Michael Brüntrup.
“En caso de crisis agudas como la actual, se debe invertir reservas de dinero o de alimentos para poder alimentar a la población. O, en su defecto, se debe solicitar ayuda a la comunidad internacional, como se ha hecho ahora”, señala Brüntrup.
Pero, a pesar de todas las promesas, estas ayudas adicionales de la comunidad internacional han sido bastante escasas y no alcanzan en absoluto para combatir una catástrofe alimentaria de esta magnitud. “Tenemos el siguiente problema: sólo para la segunda mitad de este año nos faltan aproximadamente 140 millones de euros para ayudar a cientos de miles de niños y adultos que están a punto de morir de hambre. Eso significa que nuestra tarea, que también fue encomendada por los gobiernos, es ayudar a esas personas, pero no tenemos el dinero suficiente”, alerta Ralf Südhof, del Programa Mundial de Alimentos.
Es por eso que muchas organizaciones humanitarias advierten que ya se avecina la próxima crisis alimentaria, y será en Sudán del Sur, el Estado más joven en la organización de las Naciones Unidas desde que declaró su independencia, en julio de 2011. Y la espiral del hambre sigue en aumento.
Autora: Helle Jeppesen/ Cristina Papaleo
Editor: Enrique López Magallón