Globalización: a costa del hombre y del medio ambiente
11 de julio de 2012El panorama a futuro en lo que respecta al desarrollo económico y sus consecuencias en el medioambiente y en el hombre es bastante oscuro, asegura Franz Radermacher, profesor y miembro del Club de Roma. Radermacher está comprometido desde hace varios años con la tarea de cuidar que la economía de mercado respete estándares sociales y ecológicos. Algo nada fácil, ya que los gobiernos y sus legislaciones nacionales van a rezago del desarrollo económico global, dice, y eso tiene como consecuencia que las democracias se conviertan en instituciones vacías de contenido.
Contratos internacionales, como los de la Organización Mundial del Comercio (OMC), obligan a empresas alemanas, por ejemplo, a vender sus productos “a pesar de que son fabricados por niños bajo condiciones de esclavitud”, afirma Rademacher. “Y eso, en países como Alemania, que firmó un acuerdo de las Naciones Unidas que lo prohíbe.” Los países que no permiten el acceso de esos productos a sus mercados deben someterse al tribunal arbitral de la OMC. “A causa de esa extraña lógica, en todo el planeta suceden cosas que, supuestamente, nadie quiere que sucedan”, dijo Radermacher durante una conferencia de la Academia de Formación Política de Tutzing.
“Democracias, incapaces de defenderse del proyecto neoliberal”
En los años 80 y 90, al comienzo de la globalizacion, dice el experto, la política forzó una evolución en las democracias occidentales cuyas consecuencias ya no es capaz de controlar. Las democracias, según él, “no fueron capaces en absoluto de defenderse del gran proyecto neoliberal”. “Solo quedaba una opción. Si un país quedaba fuera del proceso, se aislaba. Entonces se buscaban soluciones intermedias, ya que nadie se decidía por la mejor alternativa, es decir, imponer estándares sólidos para un orden económico que protegiera a la sociedad", dice Radermacher. Y es por eso que todavía resulta tan difícil introducir normas mínimas con ese fin.
En 1999, el entonces secretario general de la ONU, Kofi Annan, intentó convencer a algunos empresarios de formar parte de un acuerdo internacional, el Pacto Mundial. La idea era incluir a la economía privada en la nueva dinámica. “Por un lado, se quería lograr que las empresas establecieran políticas de respeto a los derechos humanos, a los derechos laborales, de protección del medioambiente y de lucha contra la corrupción para fomentarlas también en su entorno”, explica Julia Rohloff, socióloga en la Escuela Superior ESC, de Rennes, Francia. “El segundo objetivo era formar cooperaciones con empresas que sirvieran para alcanzar los objetivos de la Naciones Unidas”.
Un balance magro
Entretanto, más de 8.000 participantes de los principios del Pacto Mundial se han comprometido a trabajar para transformar la globalización en un fenómeno que tome más en cuenta a la sociedad y al medioambiente. Pero el balance es magro. La participación es voluntaria, y consiste solo en una declaración de intenciones. No hay posibilidades de control ni de sanciones. Hasta la ONU parece desconfiar de la iniciativa: una comisión de investigación criticó Pacto Mundial en 2010 por no poseer un concepto claro, por la falta de mandatos y de control.
También los gobiernos apuestan cada vez más a la participación de la economía privada. “Ese fenómeno se observa en toda Europa”, dice el experto en ética económica Michael Aßländer, del Instituto Superior de Asuntos Internacionales de Zittau. La Comisión Europea fijó por escrito sus convicciones fundamentales sobre el tema “responsabilidad social de las empresas” en un Libro Verde. “El objetivo es promover la responsabilidad de las empresas en lo que respecta a defender intereses sociales y ecológicos en forma voluntaria. Y me atrevo a decir que de ese modo lo que se está intentado es deshacerse de las responsabilidades con la esperanza de que las compañías asuman ese rol”, opina Aßländer.
¿Es necesario un retorno del Estado?
En otras palabras, cuantas más empresas privadas se comprometan con la protección del medioambiente, con la educación y la cultura, más podrá ahorrar el Estado en tiempos de crisis. El problema es, sin embargo, que las compañías pueden revocar en cualquier momento el cumplimiento de esas obligaciones.
La liberalización económica de las últimas décadas también tiene su lado positivo. Sin ella, hubiera resultado imposible el crecimiento en los países emergentes, sobre todo en China e India. Pero la brecha entre ricos y pobres es más grande allí que en el resto del mundo.
Europa, por el contrario, gozó durante mucho tiempo de sus altos estándares de bienestar social, un logro que, probablemente, no pueda mantener durante mucho más tiempo, teme Franz Josef Radermacher, ya que también en Europa las diferencias sociales van en aumento. Pero eso es algo que, según el experto, “muchos ven como normal, ya que se da en todo el planeta. Por eso lo consideran como una especie de equilibrio y de justicia social.”
Autor: Andreas Becker/ Cristina Papaleo
Editor: Enrique López Magallón