Crisis de deuda: todo o nada
29 de agosto de 2011La crisis de deuda ha desatado viejos reflejos y nuevos temores en Europa. En los países altamente endeudados se acusa sobre todo a Alemania de beneficiarse de la situación y no ser solidaria. En Alemania, mucha gente teme que tarde o temprano tenga que pagar por los paquetes de ayuda de miles de millones de euros.
En Grecia, en el auge de las protestas contra la política de recortes presupuestarios se acusó una y otra vez a Alemania y Francia de beneficiarse de la situación. El reputado diario “To Vima” llegó a escribir: “volvió el sueño alemán de conquistar Europa, pero ahora con el euro”.
A una argumentación similar recurrió el diario británico Daily Mail: “Los alemanes de hoy son exitosos a través del comercio y la disciplina fiscal… Al resto de los países de la zona euro no les queda otra opción que orientarse por el modelo alemán… Pero quien acepta las ayudas financieras de Alemania se expone a la nueva colonización”.
Hasta Gordon Brow, primer ministro británico de 2007 a 2010, se suma al coro de los desconfiados. En un artículo para el New York Times escribió que los bancos alemanes han participado, en última instancia beneficiándose, en cuanta crisis ha agitado al mundo en los últimos años, desde la inmobiliaria norteamericana, pasando por la especulación del ladrillo en Europa hasta los créditos a los países del euro endeudados.
Temores, dudas y garantías
Los temores en Alemania no son menores. Gran parte de la población teme que al final termine pagando por las deudas que han acumulado griegos, irlandeses, portugueses y hasta quizás también por los déficits de italianos y españoles.
Ursula van der Leyen, la ministra de Trabajo alemana, llegó a proponer incluso que se les exija a los países que reciben ayuda una garantía, por ejemplo en oro de las reservas. En realidad no fue idea suya. Ya Finlandia negoció con Grecia seguridades como contraparte a la parte finesa de los créditos de asistencia financiera. Ahora también Austria y los Países Bajos exigen seguridades similares.
El tema de los eurobonos termina por transformar la otrora armonía en una cacofonía total. Sobre todo Roma exige con gran énfasis la creación de eurobonos. De esa forma, con bonos respaldados por todos los países de la zona euro, bajarían los intereses para los países con mayor riesgo. La otra cara de la medalla: subirían para países con calificación AAA, como Alemania y Francia.
Según cálculos del ministerio de Hacienda alemán, la creación de eurobonos le costaría al país 2.500 millones de euros el primer año, por el aumento en la tasa de interés. Al final del segundo, los costos serían del doble y en el décimo año, alcanzarían a entre 20.000 y 25.000 millones de euros.
Otro argumento contra la introducción de eurobonos son los efectos negativos en cuanto a los incentivos para ahorrar. Bonos con respaldo de toda la UE le quitarían a los países endeudados parte del riesgo y podrían inducirlos a aflojar la disciplina presupuestaria. Se socializarían así las bondades de una política financiera sólida, erosionando simultáneamente los incentivos para llevarla a la práctica en cada uno de los países.
De la moneda única a la política fiscal armonizada
Sin embargo, no todo es disenso. Aunque más no sea en forma subliminal, toda la zona euro parece estar de acuerdo en que una moneda común sin una política fiscal armonizada no es viable. Los mercados financieros también se han percatado de ello y exigen crecientemente a los políticos una decisión al todo o nada: o se unifican los lineamientos de política fiscal o hay que disolver la unión monetaria.
Todo parece indicar que para Europa no hay marcha atrás. El ex canciller federal alemán Helmut Kohl se lo recordó recientemente a Angela Merkel, exhortándola a no perder de vista el gran objetivo europeo. Un llamado quizás no muy justificado, ya que en la última cumbre germano-francesa, Merkel y Sarkozy llegaron a hablar incluso de la posibilidad de un “gobierno económico” para Europa a largo plazo.
Como sea, claro está que, más allá de la mayor o menor autonomía fiscal y presupuestaria de cada uno de los países, la eurozona necesita un mecanismo claro para el caso de una cesación de pagos por parte de uno de sus integrantes.
La solución no puede consistir en más ayuda y más compras de deuda soberana por parte del Banco Central Europeo. En la crisis, los pactos de estabilidad han demostrado ser hasta ahora un tigre sin dientes. ¿Es hora de que el tigre aprenda a morder?
Autor: Pablo Kummetz
Editora: Emilia Rojas Sasse