''Convendría hacer de las Malvinas un área de convergencia con Gran Bretaña''
21 de febrero de 2010Vicente Palermo es sociólogo e investigador independiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), del Instituto Gino Germani, de la Universidad de Buenos Aires, y autor del libro “Sal en las heridas. Las Malvinas en la cultura argentina contemporánea” (Editorial Sudamericana, 2007). Así analiza él la reacción del Gobierno argentino a los avances en la exploración petrolífera en las aguas que rodean a la islas.
DW-WORLD: Tanto el Gobierno argentino como el Gobierno británico han realizado intentos de perforación y explotación petrolera en la región. ¿Cuál es el motivo de la reacción actual del Gobierno argentino? ¿Está manipulando el tema para distraer de problemas más graves, o para reforzar el consenso de la sociedad?
Vicente Palermo: La política oficial argentina, salvo durante los años 90 siempre ha sido la misma frente a cualquier iniciativa de desarrollo por parte de los malvinenses: cólera, indignación, apuntando a la opinión pública interna, y hostigamiento a los malvinenses. Creo que esa especulación, es decir, obtener un rédito político doméstico, tiene lugar. Pero, por otra parte, hay un mecanismo prácticamente automático, la propia cancillería reacciona de este modo, como si se tratara de un reflejo condicionado. En cada ‘crisis', los comportamientos son siempre los mismos. Repito que la gran excepción es la década del 90.
Con excepción de algunos momentos fugaces de innovación, Argentina ha llevado adelante desde 1983, en la cuestión Malvinas, una pseudo-política: diplomacia querellante, autorreferencial, para consumo doméstico, y juego duro con los malvinenses. El conflicto se mantiene por falta de imaginación y pragmatismo de parte de Argentina. Los costos de esta ortodoxia malvinera son muy altos. Perdemos tiempo y malgastamos oportunidades de mejorar nuestra inserción internacional, nuestro capital de confianza e imagen ante el mundo, y desperdiciamos las posibilidades de crear, con ingleses y con malvinenses, un escenario de cooperación múltiple. Nos convendría mucho más – en arreglo a consideraciones que hacen a nuestra identidad, nuestros valores y nuestros intereses materiales – hacer de Malvinas una frontera estable, y un área de cooperación y convergencia con Gran Bretaña.
¿Cúal es el propósito del decreto presidencial 256/10 del Gobierno de Cristina Fernández de Kichrner?
Desde hace tiempo, la política oficial ha sido la de intentar obstaculizar por distintos medios los esfuerzos de los malvinenses para desarrollar las islas. Lo malo no es que esos intentos han sido y seguirán siendo inocuos; lo malo es que nos infligimos un daño persistente a nosotros mismos. En base a la ciega obsesión por recuperar las islas, y en la equivocada creencia de que las aparatosas posturas malvineras conllevan réditos de aprobación pública, estamos reforzando la desconfianza y la ojeriza de los malvinenses y malgastando un tiempo valioso en lugar de aprovechar las potencialidades del área del Atlántico Sur en pro del mejor interés argentino. Cada día de tozuda insistencia en esa política destructiva equivale lamentablemente a meses de andar por el camino que será necesario para revertirla.
¿Qué peligros ve usted en la posición del Gobierno con respecto a la recuperación de la soberanía en Malvinas?
Estamos logrando que Malvinas sea un obstáculo prácticamente crónico en nuestros esfuerzos, no muy serios y sostenidos además, en dirección a resolver la difícil inserción internacional del país. La política de Menem y de Guido Di Tella al respecto tuvo sus méritos, pero también sus serios inconvenientes. En principio porque, si bien estaba orientada por un proclamado afán de realismo y por la teatral pretensión de romper el aislamiento alineándose a los poderosos, le dio al tema Malvinas una prioridad descollante que sólo se explica por cierta ensoñación personal y por la expectativa de volver a sacar réditos domésticos del mismo.
Bajando fuertemente la reclamación de soberanía en la lista de prioridades de agenda política y diplomática, y proponiendo la cooperación en sus términos más amplios, en todas las materias posibles (desde comunicaciones hasta recursos energéticos), Argentina se coloca en las mejores condiciones para aprovechar inteligentemente los beneficios que podrían provenir de la economía de la región, así como para valerse de la región como un escalón en su mejor integración al mundo.
¿Cuál sería la opción, teniendo en cuenta a los habitantes de Malvinas y a los intereses argentinos y británicos en la zona, para terminar con la disputa y llegar a una solución viable y beneficiosa para ambos países?
Primero, asumir que la opinión pública argentina no es malvinera. Muchos porque piensan que las Malvinas son definitivamente irrecuperables, otros por pragmatismo y otros porque privilegian valores poco afines con el territorialismo obcecado, suman una opinión pública abierta a propuestas innovadoras y originales.
Segundo, reducir cualitativa y cuantitativamente el estatus del diferendo, y dejar de supeditar objetivos relevantes y alcanzables, al de "recuperar el ejercicio de la soberanía". En la propia política diplomática argentina deberíamos dar muestras de que nos importa que los isleños sean libres de decidir lo que ellos quieran. Y que, mientras tanto, lo mejor que podemos hacer es colocar el "conflicto Malvinas" en el lugar irrelevante que le correspondería, abriendo el abanico de posibilidades de amplia cooperación regional. No se trata de una renuncia formal a derechos, pero sí de hacer patente nuestra percepción de que no nos asiste toda la razón en el conflicto.
Tercero, contribuir a instalar en el área un espíritu de cooperación, en arreglo a intereses concretos en diferentes campos: explotación de recursos vivos y energéticos, turismo, comunicaciones, desarrollo científico-tecnológico, política ambiental, etc.
Entrevista: Cristina Papaleo
Editor: Enrique López