Colombia: pedagogía musical en contra de la guerra
8 de noviembre de 2019Desde que se firmaron los acuerdos de paz entre el Gobierno colombiano y las guerrillas de las FARC en 2016 se ha dicho, una y otra vez, que el camino para la consolidación de una verdadera paz apenas comenzaba, y que los verdaderos desafíos estaban aún por venir. Y no era difícil de adivinar: después de tres años, y a pesar de los avances, el proceso de paz sigue luchando por llevar a cabo lo pactado. En la actualidad, el proceso se encuentra bajo la amenaza constante de las disidencias, del auge de grupos armados ilegales –en disputa por el control del territorio para el narcotráfico– y del asesinato de líderes sociales y defensores de derechos humanos.
Más allá del acuerdo y de sus ejes centrales -reforma rural, participación política, lucha contra las drogas, cese del conflicto armado, reparación de víctimas e implementación-, hay quienes consideran que los esfuerzos para lograr una verdadera reconstrucción del tejido social en Colombia han sido insuficientes. Este es el caso del músico colombiano César López, quien, desde mucho antes del inicio del proceso de paz, le ha apostado al arte y a la música como método alternativo para superar la violencia en Colombia.
"Al acuerdo de paz le hace falta una pata", reveló López en entrevista con DW. "A mí lo que me interesa es el modelo educativo que desactive la guerra, donde el arte no sea solo esa educación vocacional del colegio, sino una asignatura transversal al desarrollo de la persona y la comunidad", agregó.
Música y reparación en el mundo
López no está solo en el mundo en la larga historia de artistas que han movilizado canales "alternativos" para sanar los traumas de un conflicto armado. Proyectos célebres en el mundo incluyen el de "Pavarotti Music Centre" en Bosnia, fundado en 1997 después de la guerra, fruto de la organización War Child y de músicos como Luciano Pavarotti, Brian Eno y U2; la "West-Eastern Divan Orchestra", del músico Daniel Barenboim y el filósofo Edward Said, que congrega en una misma orquesta a jóvenes palestinos, árabes e israelíes; o en África, con la agrupación Ingoma Nshya, el primer grupo de mujeres tamborileras de Ruanda, compuesto por hutus y tutsis, que enfrentaron el genocidio y el trauma a través del uso terapéutico de la música.
En el contexto latinoamericano, sobresalen proyectos como el de la Orquesta de Instrumentos Reciclados Cateura, en Paraguay, donde niños en condiciones de vulnerabilidad tienen la oportunidad de generar un cambio a partir de la música, o el del Sistema Nacional de Orquestas de Venezuela, conocido por muchos como "el milagro musical venezolano". Este ultimo ha logrado fama internacional por sus métodos y resultados, convirtiéndose, en cuanto a educación musical se refiere, en punto indiscutible de referencia.
Colombia: educar en contra de la guerra
Así, "El sistema", también enfocado en generar oportunidades para jóvenes que viven en la pobreza y contextos violentos, fue replicado en muchos países del mundo con ciertas transformaciones. El primero de ellos en adoptarlo fue Colombia, dando origen a la Fundación Nacional Batuta en 1991. Bajo este nuevo concepto, la práctica musical trascendió lo puramente técnico y artístico, convirtiéndose en una herramienta de transformación social.
Músicos como César López han dedicado gran parte de su carrera artística a esta premisa. En particular, López defiende la idea que la música tiene el gran poder de trabajar las emociones de las personas y, por ende, el poder de "crear seres humanos que no sean proclives a la guerra".
"Detrás de cada acción violenta, digamos un disparo, hay una decisión, pero, antes de esta, hay una emoción. Si atendemos a este primer impulso, que califico como "emoción", podemos evitar el disparo. Podemos ofrecerle a la persona un escenario distinto al uso de la violencia", aseguró López.
Del mismo modo, Manuel Antonio Sierra, fundador de la escuela musical "In Crescendo" en el municipio de Sincé, en el caribe colombiano, considera fundamental el manejo de las emociones como un método de supresión de espacios de violencia. Según Sierra, "la enseñanza de la música, con el manejo de emociones, la empatía y relaciones interpersonales, son de gran aporte a la sociedad".
"Estos procesos crean en nuestros niños nuevas conexiones cerebrales y nuevos estados mentales; nuevas emociones, actitudes, hábitos y sentimientos de solidaridad que erradican de sus mentes los escenarios de la violencia", añadió Sierra en entrevista con DW.
La aparición de escuelas como "In Crescendo" en las zonas más vulnerables de Colombia evidencia que existe una gran interés humano y artístico por querer generar un cambio para que el proceso de paz en Colombia llegue a buen puerto. Otro modelo similar es la escuela de música Lucho Bermúdez de Carmen de Bolívar, en los Montes de María, que con su labor ha logrado aportar a la transformación de la sociedad a través de su música y tradiciones.
Heridas del pasado, reconciliación en el presente
Según diferentes actores culturales, para que Colombia pueda realmente sanar sus heridas, su sociedad no debe lidiar solo con los traumas del pasado, sino debe también construir el presente. Es por esta misma razón que se dio inicio este año a un coro en Medellín que reúne a excombatientes y a víctimas del conflicto. El coro, que comenzó como una iniciativa de la Orquesta Filarmónica de Medellín en conjunto con la Unidad para la Víctimas y las Agencia para la Reincorporación y la Normalización, se ha convertido en un ejemplo claro del poder terapéutico de la música y de que sí es posible doblar la página y mirar hacia el futuro.
"Desde el primer encuentro se desvaneció el tema de víctimas y excombatientes. Nos unió el interés por el coro. Esto muestra la efectividad de la música y el coro en la reconciliación, ya que ni siquiera hubo objeción por parte de las víctimas", aseguró Weimar Hernández, integrante del coro y líder del equipo psicosocial de la dirección territorial de Antioquia de la Unidad de Víctimas, a DW. "Con tal de pertenecer al coro, se trascendió el hecho de que hubiese excombatientes. El coro en sí mismo, por su naturaleza, tiene la capacidad de reconciliación", agregó Hernández.
Si bien el proceso de paz en Colombia tiene una prominente dimensión política y administrativa, el factor social constituye, según expresan músicos y pedagogos, el eje central para que exista una verdadera reconciliación. La sanación de una sociedad depende del empeño diario de los diferentes sectores de la sociedad, incluidos músicos y artistas, más aun en un país estrechamente ligado a sus músicas y tradiciones. "La mesa de negociación no era solo para diseñar una política y pactar unos términos –afirmó López–, sino también había que atender y meterle trabajo a las emociones del país. Y esa labor la tienen que cumplir los artistas".
(cp)
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