Berlín, la Amazonía y la noche estrellada
7 de diciembre de 2019Lea aquí la entrada anterior de esta bitácora de viaje del equipo de DW en la Amazonía peruana.
¿Cuántas estrellas se ven en el cielo nocturno de la Amazonía? Años y años habituándome al cielo adulterado sobre la Gran Vía madrileña, la catedral de Colonia o la Torre de la Televisión berlinesa han entumecido los músculos del cuello, que parecen haber olvidado cómo mirar hacia arriba.
Unas pocas luces iluminan el claro artificial, maquillado con las líneas de pistas de fútbol y vóleibol, en torno al que gravita la hilera de viviendas que da forma a Santa Clara de Uchunya, este rincón del departamento peruano de Ucayali. Pensaba que imperarían la oscuridad y el silencio, pero resulta que hay varias farolas. Además, muchos de estos híbridos entre casa y cabaña disponen de alguna -si bien precaria- luz eléctrica.
En cuanto a la melodía de esta primera noche en la selva, al coro de sonidos animales que truena incansable se suma el ritmo de reguetón. "¡Esa es Te boté!”, le digo a Luis y al indígena que está a nuestro lado, cuyo nombre ya he tenido tiempo de olvidar, embotado por el jet lag y este salto entre dos mundos. El uchunya -anónimo por poco tiempo- se ríe, pero soy incapaz de interpretar su gesto.
Hace unas horas que llegamos a la comunidad con el objetivo de contar la historia de su lucha por unas tierras ancestrales amenazadas por una empresa que produce aceite de palma. Un paseo de unas horas ha bastado para ver todo lo que, aparentemente, merece ser visto. Incluso nos hemos bañado en el lago, que ellos llaman cocha. Primera lección: hay que secarse y largarse rápido si uno quiere evitar ser presa de mosquitos y tábanos.
Amazonía Uchunya: un especial multimedia de DW
La experiencia zoológica se ha completado con el salto de una mona domesticada sobre el regazo de Luis mientras ambos dedicábamos nuestra atención a un periquito especialmente interesado en jalar de la argolla que cuelga de mi oreja derecha. Estrella es el nombre del pequeño primate. Parecía imposible que fuese a dejarse mimar por un extraño como yo, pero su dueña nos ha enseñado un par de trucos infalibles. En unos segundos estaba en mis brazos, literalmente.
Ahora que ha caído la noche estamos en una estructura cubierta que hace las veces de sala asamblearia. Los miembros de la comunidad uchunya han sido convocados por el jefe, Efer Silvano, para conocernos y escuchar de nosotros mismos el motivo de nuestro viaje transatlántico, el interés de DW en su gesta. Hay expectación, pero también desconfianza e incluso hay quien deja ver una pasividad desconcertante. Nosotros hablamos, pero ellos también: algunos nos piden rigor a la hora de contar la historia, dar voz a un pueblo indígena, dicen, abandonado por muchos a su suerte. Otros callan. El reto será hacerles hablar.
Acaba la reunión y los uchunya se desperdigan en la noche. Nosotros no sabemos muy bien qué hacer. Hay pocas opciones más allá de observar alrededor o mirar al cielo, que exhibe un manto tejido de multitud de faroles flotantes inalcanzables. ¿Serán las mismas estrellas que brillan en casa, en Berlín?
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