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14 de diciembre de 2019Es la hora de emprender el camino, de regresar. Nos esperan otras dieciséis horas de vuelo. Y algunas más de espera en los aeropuertos de Lima y de Madrid. Para la venida me traje para leer un libro clásico de la antropología estructuralista francesa, la Declaración de Derechos de los Pueblos Indígenas de las Naciones Unidas y el Convenio 169 de la OIT de 1989. "Un magnífico documento", me había dicho el antropólogo peruano Alberto Chirif antes de partir, "si solamente se cumpliera lo que ahí está estipulado, la situación sería muy distinta". Por ejemplo, su artículo 14.1:
"Deberá reconocerse a los pueblos interesados el derecho de propiedad y de posesión sobre las tierras que tradicionalmente ocupan. Además, en los casos apropiados, deberán tomarse medidas para salvaguardar el derecho de los pueblos interesados a utilizar tierras que no estén exclusivamente ocupadas por ellos, pero a las que hayan tenido tradicionalmente acceso para sus actividades tradicionales y de subsistencia. A este respecto, deberá prestarse particular atención a la situación de los pueblos nómadas y de los agricultores itinerantes".
Parece escrito pensando en los uchunya.
O los artículos 8.2b, 32.2 y 32.3 de la citada Declaración:
"Los Estados establecerán mecanismos eficaces para la prevención y el resarcimiento de todo acto que tenga por objeto o consecuencia enajenarles sus tierras, territorios o recursos". (...) "Los Estados celebrarán consultas y cooperarán de buena fe con los pueblos indígenas interesados por conducto de sus propias instituciones representativas a fin de obtener su consentimiento libre e informado antes de aprobar cualquier proyecto que afecte a sus tierras o territorios y otros recursos". (…) "Los Estados establecerán mecanismos eficaces para la reparación justa y equitativa por esas actividades, y se adoptarán medidas adecuadas para mitigar las consecuencias nocivas de orden ambiental, económico, social, cultural o espiritual".
El rumbo perdido del escribano
Pero esta vez no nos llevamos nada para leer, sino recuerdos… y más de 250 gigabytes de imágenes y grabaciones. Tampoco vamos a ver ninguna película durante el vuelo, que se nos acaba haciendo increíblemente corto. Enrique me contagia su entusiasmo y aprovechamos el tiempo revisando entrevistas y montando los videos. En las doce horas de vuelo ni siquiera enciendo el sistema de entretenimiento del avión. Mi compañero tampoco. Tampoco dormimos siquiera. Sí que me tomo, no obstante un momento para la reflexión.
Hace poco tuve la oportunidad de visitar el Archivo de Indias de Sevilla, donde está recopilada toda la documentación que generó el comercio con América, que durante varios siglos tuvo en exclusiva la capital andaluza y, luego, Cádiz. La acreditación de prensa suele dar acceso a los archivos fácilmente. Esa vez fue merced a un amigo, cuya tía trabaja allí, que pudimos ver donde restauran y digitalizan los documentos. Llevan haciéndolo desde 1992 y han escaneado ya una décima parte de todos los legajos.
La documentalista tenía abierto sobre la mesa de cristal iluminado un cuaderno de bitácora de Francisco de Pizarro. "¿Esto está escrito por Pizarro hace quinientos años?", pregunté sorprendido ante tamaño tesoro. "Probablemente por su escribano, parece ser que no se le daba muy bien escribir", me contestó entonces la especialista. No recuerdo en qué fecha estaba datado el documento, pero constataba que, durante la noche, habían variado el rumbo y no sabían exactamente dónde estaban.
Es lo emocionante de viajar, que se sabe cómo se empieza pero no cómo se acaba. Yo sí sé dónde y cómo terminaría el viaje de Pizarro, aunque en ese día asentado en la bitácora pareciera que él y su tripulación estaban perdidos, porque es algo que ya pertenece a la historia: acabaría conquistando el Perú de los incas. Lo que no sé ahora es dónde acabará el nuestro. Porque no se trata de volver a casa, sino de llevarles a ustedes a la suya un pedacito de una Amazonía de la que, según los expertos, a los que les gusta calcular este tipo de cosas, depende una quinta parte del oxígeno que respiramos en todo el mundo. Mucho más fácil es calcular cuánto tiempo le queda a la Amazonía si la deforestación sigue al ritmo actual. Pero, como el contramaestre de Pizarro, nos limitamos, como meros escribanos, ya que nosotros no llevamos el timón, a constatar que durante la noche hemos perdido un poco el rumbo. Pero eso no quiere decir que estemos del todo perdidos. Todavía.
Amazonía Uchunya, un especial multimedia de DW
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