El esfuerzo por ignorar en público el enorme problema que tienen por delante ha sido descarado. Varios funcionarios del Gobierno de Nayib Bukele, incluido él mismo, han actuado como si nada ocurriera. Pero algo ocurrió, algo muy grave. El martes 9 de noviembre de este año, agentes del FBI, del servicio de Marshals de Texas y del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos capturaron en el aeropuerto internacional George Bush, en Houston, al líder pandillero salvadoreño Élmer Canales Rivera, alias Crook.
Crook fue uno de los creadores en 2002 de la Ranfla Nacional, el organismo de dirección de la Mara Salvatrucha-13 que controla desde El Salvador las operaciones criminales de esa pandilla en países como México y Estados Unidos. Fue condenado en 2020 en El Salvador a 40 años de cárcel por homicidios. Fue acusado en 2020 en la Corte Este de Nueva York por varios cargos, entre ellos narcoterrorismo.
Entonces, ¿qué hacía Crook fuera de una cárcel salvadoreña si tenía décadas de condena por delante? Antes de cancelar su pacto con las pandillas, en noviembre de 2021, el Gobierno de Bukele lo liberó ilegalmente de la cárcel de máxima seguridad del país para que pacificara a sus soldados en las calles y mantuviera los homicidios controlados. Uno de los funcionarios de Bukele, el encargado de la Dirección de Reconstrucción del Tejido Social, Carlos Marroquín, lo admitió a un pandillero en un audio que El Faro hizo público. Aseguró que liberó a "El Viejo" (Crook) para demostrar su "lealtad" a la pandilla, y que él mismo lo llevó a Guatemala para que saliera hacia México.
Dos años después, las autoridades mexicanas lo capturaron y, como ya habían hecho antes con otro líder de la MS-13, lo deportaron a Estados Unidos para que sea juzgado allá y no ocultado por las autoridades salvadoreñas.
Ese es el nivel del escándalo internacional ante el que el Gobierno de Bukele intenta actuar como si se tratara de un día normal de verano: un asesino múltiple, un líder de la única pandilla en la lista de organizaciones transnacionales del crimen del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos, un líder de la pandilla que obligó a las autoridades de justicia norteamericanas a crear un grupo exclusivo para su persecución (Fuerza de Tarea Conjunta Vulcano), fue liberado por el Gobierno salvadoreño y ahora está en manos de los estadounidenses y rumbo a un juicio bajo la Ley Rico contra las actividades mafiosas.
Y los funcionarios salvadoreños, como si nada, bromean, desfilan, posan. Literalmente. Aparentan. Porque sí pasa algo. Y lo saben.
El 8 de noviembre, cuando trascendió en medios la captura de Crook en México, el presidente Bukele se limitó a lo siguiente: puso una carita en Twitter. Eso mismo: pegó la noticia tomada del periódico de propaganda de su administración y la acompañó con el emoji de la carita con un ojo cerrado y una sonrisa pícara. El guiño de a quien no le importa. El gesto de quien cree que todo está bajo control. Finge.
Un par de días después de que la noticia se supiera, el director de Centros Penales y viceministro de Seguridad y Justicia, Osiris Luna, apareció desfilando en el área de invitados a uno de los eventos de Miss Universo, que esta vez ocurrió en El Salvador, país que camina hacia una dictadura, y que ganó la concursante de Nicaragua, país que desde hace años padece una dictadura. Luna caminaba despreocupado, como quien tiene tiempo para un poco de trivialidad al final de la jornada de trabajo. Finge.
Días después, en las redes de diferentes cuentas gubernamentales, el funcionario Marroquín, el que prometió "lealtad" a la MS-13, posaba para las fotos, mientras inauguraba espacios de esparcimiento ante niños salvadoreños de comunidades que otrora estuvieron controladas por las pandillas. Se veía orgulloso, sereno, en lo suyo, como si lo del Crook no lo inmutara. Finge.
Crook es la prueba viviente de que el Gobierno de Bukele negoció con la Mara Salvatrucha-13. Crook es la prueba viviente de su liberación ilegal a pesar de que debía a toda la sociedad salvadoreña 40 años de condena por las barbaries que cometió. Crook es el conocedor de los secretos de esas negociaciones. Algunos hechos delictivos ya han sido mencionados en el documento de la primera entrevista que le hicieron los Marshals nomás Crook aterrizó en Estados Unidos: que, tras liberarlo, altos funcionarios salvadoreños lo llevaron con un traficante de personas, para que lo sacara del país y lo condujera por Guatemala para entrar sin documentos también a México; que le dieron un arma de fuego. Esto apenas empieza.
Crook enfrenta cadena perpetua en el caso de ser hallado culpable de todos los delitos de los que se le acusa en Estados Unidos. Crook ya había colaborado antes con autoridades estadounidenses y salvadoreñas mientras estaba preso en El Salvador, según anotaciones en los libros de novedades hechas por los custodios de máxima seguridad. No es descabellado pensar que Crook va a colaborar con las autoridades estadounidenses.
Lo descabellado es pensar que ni Bukele ni sus funcionarios entiendan que lo que Crook revele en Estados Unidos puede perseguirlos en unos cuantos años, cuando no tengan el poder que ahora mismo tienen.
Cuando Estados Unidos ha querido acusar a un funcionario centroamericano de delitos graves, ha sabido esperar. Si no, pregunten al expresidente hondureño Juan Orlando Hernández, extraditado en abril de 2022, dos meses después de terminar su segundo mandato, y acusado de tráfico de drogas y armas por un tribunal federal de Nueva York.
Aunque los funcionarios salvadoreños no lo vean ahora mismo o hagan como si no lo ven, Crook puede ser la clave que abra un proceso que les perjudique y les deje en una situación donde ninguna carita alegre valga la pena.
(rml)