Hay mucho ruido en El Salvador. En la antesala de las elecciones presidenciales de febrero de 2024, hay mucho humo en El Salvador. La maquinaria oficialista que apoya al presidente Nayib Bukele trabaja al máximo: opinadores de pago saturan las parrillas de los programas de entrevistas televisivas, youtubers que siempre aplauden a Bukele atiborran ese canal y funcionarios de todos los órganos de Estado controlados por el mismo Bukele aceptan cuanta entrevista les piden desde los medios mansos con el poder. Buscan lo mismo: explicar que la candidatura a la reelección de Bukele es constitucional,legal, legítima. Es un ruido monótono, como un zumbido, que se ampara en un único argumento: la Sala de lo Constitucional interpretó que es posible esa candidatura. Pero, a pesar del ruido, un hecho contundente continúa ahí: la Constitución de la República prohíbe la reelección en al menos seis artículos. Hay verdades que no se inmutan ante ningún ruido.
Vamos por partes, de forma didáctica, que las verdades contundentes no necesitan lírica para sostenerse.
Sí, la Sala de lo Constitucional, el máximo tribunal del país, interpretó en septiembre de 2021 que era posible la reelección presidencial y que el hecho de que nadie lo hubiera intentado desde 1944 era más bien una confusión en la lectura del texto constitucional. Vale recordar que el anterior presidente salvadoreño que se reeligió fue el general Maximiliano Hernández Martínez, el mismo que en 1932 asesinó a más de 20,000 indígenas y campesinos en solo una semana, cuando se levantaron para protestar contra las condiciones de miseria en las que malvivían.
El argumento de fondo de la Sala es tan cantinflesco que cuesta explicarlo: la Constitución prohíbe que quien haya sido presidente en el "periodo inmediato anterior” busque otro periodo. La Sala, torciendo la lógica hasta confundir, interpretó que con lo de "periodo inmediato anterior” la Constitución no se refiere al que ocurre previo a las elecciones, sino al que ocurrió antes de ese. Es difícil desgranar el sinsentido, pero quizá sea más fácil con un ejemplo: según la Sala, el presidente que ejerce el cargo sí puede optar a la reelección, y es su antecesor el que no podría competir. No hay que buscarle lógica: no la tiene. Eso viola cada pieza del espíritu de la norma, que busca que haya alternancia y que quien ostenta el poder no pueda ocuparlo para beneficiar su carrera a la reelección. Como Bukele, que ahora mismo es presidente de la República y candidato a la presidencia de la República.
Lo que los magistrados de la Sala hicieron no es interpretar la Constitución, sino torcerla.
Lo que dice la Constitución
No hay que ser un erudito constitucionalista para comprender que algunos de los artículos de la Carta Magna no dejan ni tantito lugar a duda. Por ejemplo, la amenaza del Artículo 75: "pierden los derechos de ciudadanos los que suscriban actas, proclamas o adhesiones para promover o apoyar la reelección o la continuación del presidente de la República”; o la rebeldía que descansa en el Artículo 88: "La alternabilidad en el ejercicio de la Presidencia de la República es indispensable para el mantenimiento de la forma de gobierno y sistema político establecidos. La violación de esta norma obliga a la insurrección”; ¿y qué decir de la inmaculada claridad del Artículo 154?: "el período presidencial será de cinco años y comenzará y terminará el día primero de junio, sin que la persona que haya ejercido la Presidencia pueda continuar en sus funciones ni un día más”.
El mismo Bukele reconoció en entrevistas cuando era alcalde de la capital (2015-2018) que la reelección inmediata estaba prohibida. También lo hizo en múltiples ocasiones su vicepresidente, Félix Ulloa, que ahora es parte de este atropello constitucional siendo candidato junto a su jefe. Ulloa, que desde Casa Presidencial dijo que sería "el primero en oponerme a un modelo político de esa naturaleza”, el mismo que dijo que no iba a llegar "casi en el ocaso de mi vida a traicionar mis principios”, ha sido el gran embajador de esta idea, y ha dado vuelta al mundo justificando a cuanta persona se lo permite aquel mamarracho de la Sala de lo Constitucional. Ni siquiera el poder, sino la simple cercanía con el poderoso embelesó la mente de ese político desde hace años.
El truco funciona cuando el mago es hábil y discreto. En este caso venimos viendo desde hace años las cartas bajo la manga. Bukele no fue sutil: en la primera sesión de la Asamblea Legislativa que él controla, el 1 de mayo de 2021, el presidente ocupó al primer órgano de Estado para sustituir, sin seguir los procesos de ley, al fiscal que investigaba sus pactos con pandillas y también a los cinco magistrados de la Sala de lo Constitucional. Los magistrados que fueron nombrados por su partido sin respetar los plazos legales son quienes le han concedido la tan ansiada reelección.
En esto, Bukele ha sido un mago autoritario, sin maneras ni destreza: te pone una carta en la cara y, amenazándote con la varita, sin preguntar, te dice que esa es la que habías elegido y punto.
Bukele, tan maestro de la distracción, el hombre que hizo un show donde él descendía de una nave espacial cuando anunció una imponente y dorada ciudad Bitcoin que nunca construyó, falló esta vez. El truco fue tan malo que no puede ni llamarse así. Sin pericia, un truco es un engaño vulgar.
Bukele ganará las elecciones en 2024. La mayoría de los salvadoreños lo votará. Pero la democracia no solo se trata de lo que la mayoría quiere, sino de las reglas para que puedan lograrlo, del respeto a esas reglas y del balance de poderes. La democracia no es el ejercicio único de meter un papelito en una urna cada cinco años. El mundo debe aprender la lección de El Salvador y temerle: es posible construir una dictadura y ser un hombre muy popular durante varios años.
Esta vez, Bukele quedó desnudo junto a sus intenciones de perpetuarse en el poder a como dé lugar. No hay argumentos legales para su reelección, no hay truco efectivo tampoco: nada por aquí, nada por allá.
(ers)