A tropezones hacia la felicidad
5 de agosto de 2006En el camino hacia la realización de nuestros objetivos y deseos, intentamos darlo todo para lograr lo que, suponemos, nos hará dichosos. Mirando hacia el futuro con grandes expectativas, tratamos de imaginarnos cuáles serán las decisiones correctas a tomar para que todo salga bien.
Terminar una carrera, ejercer una determinada profesión, tener hijos, amasar una fortuna. Cualquiera de estos hechos supone haber alcanzado un objetivo preciado que, por consiguiente, creemos, nos hará felices. Pero, según Daniel Gilbert, profesor de Psicología en la Universidad de Harvard en Cambridge, Massachusetts, la mente nos tiende trampas, no sólo al mirar hacia el pasado, sino también al imaginarnos cómo será el futuro.
Y en cuanto a ser feliz o no, el ser humano no se dirige hacia la felicidad, sino más bien ‘tropieza con ella’. “Stumbling on Happiness’ se llama su libro, basado en recientes investigaciones acerca de cómo funciona la mente humana, que ahora se publica en Alemania y pone sobre el tapete los conceptos de realización de sí mismo, tan pregonada por los libros de autoayuda.
'Los hijos actúan como una droga'En diálogo con Der Spiegel, Gilbert, de 48 años y ya abuelo, se declara encantado de poder jugar con sus nietos. Sin embargo, en su libro dice, causando estupor en padres y en aspirantes a serlo, que está comprobado a través de estudios que el tener hijos, al contrario de lo que comúnmente se supone, no aumenta la felicidad de las parejas, sino que la disminuye. Las dificultades cotidianas, el trabajo y la responsabilidad que acarrean tienen un efecto negativo en nuestra sensación de bienestar. Pero, como la memoria juega, probablemente, del lado del instinto reproductivo, un mecanismo de defensa hace que sólo recordemos los momentos mágicos en que nos sentimos inmensamente felices y satisfechos por su sola presencia, borrando los instantes desagradables. Los niños son sólo un ejemplo. Lo mismo sucede, según el psicólogo, con las relaciones amorosas y con el dinero.
Gilbert explica, basándose en recientes estudios, que factores como los hijos, el amor o la fortuna monetaria pueden transformarse en una droga ya que, al tener un efecto comparable a la heroína, nos abocamos a ellos y dejamos todo de lado con tal de volver a sentir aquel ‘flash’ que nos producen. Entonces queda claro que, si sólo tenemos un algo que nos hace felices, ese algo nos dará la mayor felicidad. Este sería, en pocas palabras, el escenario de ilusión en el que vivimos y hacia el cual tendemos los seres humanos.
(Lea en la página siguiente por qué según Daniel Gilbert no es posible imaginar el futuro.)
El futuro, ¿una mentira? El pasado, ¿una ilusión?
De acuerdo con los estudios en que se basa la obra de Gilbert, toda predicción de cómo será nuestra vida si tomamos tal o cual decisión o seguimos este u otro camino se basan en sofismas, es decir, en conclusiones erróneas. El por qué de esta falla tan humana está en que el cerebro no es capaz de reconocer qué opción de futuro sería mejor que otra, ya que la elección realizada en el momento de planearlo se basa en un concepto de felicidad que es momentáneo. A pesar de ello, pensamos que controlamos nuestra vida.
¿Cómo saber entonces qué es lo que me hará feliz en otra situación? ¿Y si la carrera planeada me trae más problemas de los que pensaba? ¿Y si los hijos resultan más trabajo que alegrías? ¿Y si mi amor se transforma en hastío, o mi pareja me engaña? No importa, ya que los mecanismos de defensa de la mente vendrán entonces de todos modos a socorrernos si el panorama se pone oscuro. Como por arte de magia, lo que no salió bien será anulado y se pondrán de relieve los aspectos positivos, como en el caso de los hijos, o los negativos, en el caso de la relación frustrada, para olvidar y comenzar de nuevo.
¿Qué es la felicidad?
Todo esto sucede, claro está, sin que nos demos cuenta. Porque, dice Gilbert, para eso estamos hechos: para planear, para creer que controlamos nuestra vida, para ocuparnos de alguien y amar, para levantarnos de las experiencias más dolorosas y seguir vivos. Pero eso no quiere decir que dé lo mismo tomar este o aquel camino. Siempre seguiremos aquel que creemos nos hará más felices. Por aquella sensación tan mentada en canciones y poemas, y por la cual somos capaces de engañarnos a nosotros mismos.
Pero el punto es que la felicidad no siempre es lo que creemos. Tal vez se esconda en extraños escondrijos, en una brisa que nos toca de pronto, en un viaje en un autobús atestado, y aparezca cuando menos nos lo imaginemos. Tal vez tropecemos con ella o la encontremos a tropezones. Una cosa es cierta: lo que nos hace felices aumenta nuestras posibilidades de supervivencia. En cuanto a su libro, Gilbert piensa que puede ayudar a comprender mejor cómo tomamos decisiones. Conociendo mejor la manera en que dibujamos nuestro mundo personal para alcanzar la dicha, seremos capaces de mirar con más realismo nuestras proyecciones hacia el futuro.