Los estudiantes contra el poder
22 de febrero de 2014Vanessa Eissig, y sus compañeros de protesta, han tenido que escuchar muchos insultos en los últimos días: reaccionarios, lacayos de Estados Unidos, espías, traidores… Sin embargo, lo que peor le ha sentado es la acusación de pertenecer a una banda de nazis y fascistas que pretenden dar un golpe de Estado en Venezuela. Ella, de 22 años y estudiante en Caracas, proviene de una familia judía alemana. Familiares suyos estuvieron en los campos de concentración alemanes. Vanessa conoce la diferencia entre dictadura y democracia.
Sin embargo, cada vez se le hace más insoportable la retórica socialista cuando ve la respuesta del presidente Nicolás Maduro ante las protestas estudiantiles. Con insultos, amenazas, y Maduro en pie de guerra tratando de mantener el control sobre un país tambaleante. Noche tras noche, Maduro demuestra que tiene que justificar su desgobierno, casi que por cualquier medio.
Noches de violencia
La Plaza Altamira en Chacao, uno de los mejores barrios del Este de Caracas. Apenas el sol se pone se apilan barricadas a las que se prende fuego. Motoristas arman jaleo en todas direcciones, sembrando el caos. Los mayores huyen de los alrededores de la popular plaza. Pero cada vez más estudiantes llegan con lo básico que necesitarán para pasar la noche: agua y vinagre para los gases lacrimógenos. Pañuelos para cubrirse la cara. Y botellas de plástico con tierra, gasolina y tiras de tela.
Enseguida comienza la primera escaramuza. El poderoso chorro de agua mezclada con gas lacrimógeno apunta a las barricadas. Tras el humo, se distinguen luces parpadeantes rojas y azules. Y, también, los escudos de la Guardia nacional Bolivariana, la Policía Nacional. Entrevistamos a Vanessa entre los ataques, cerca de una granada de gas lacrimógeno. Los manifestantes huyen, tosiendo y maldiciendo. Minutos después vuelven y tiran sus botellas de plástico hacia la policía. Cada vez que una de esas bombas incendiarias caseras estalla, se oyen aplausos. “Tenemos que defendernos”, dice secamente la estudiante.
Defender el futuro
Al igual que todos los que noche tras noche acuden a las calles, ella está convencida de que lo que defienden es nada menos que su futuro. Al principio, protestaban por la incertidumbre y la falta de suministros básicos. Los alimentos escaseaban y los objetos de uso diario, también. Una madre nos cuenta que estuvo tres meses sin poder conseguir leche para sus hijos. El país, con una de las mayores reservas de petróleo, tiene que importar papel de baño. Incluso los periódicos se ven afectados por la falta de papel. La gente sufre una violencia desenfrenada: Venezuela tiene una población más pequeña que Canadá, pero una tasa de criminalidad más alta que los Estados Unidos. A menudo, hay 60 asesinatos en un solo fin de semana en Caracas.
Mientras el gobierno ignoraba o minusvaloraba las quejas, la gente joven como Vanesa decidía que no quería seguir viviendo así. “Tengo estudios, pero aun así no consigo un trabajo; yo quiero vivir en una Venezuela libre, quiero formar una familia y tener hijos aquí… no peleo por un partido, lucho como ciudadana, como mujer”, dice. Como no encontraba trabajo al terminar sus estudios, ha seguido estudiando. Según el conocido periodista Yasmin Velasco, mucha gente piensa lo que los estudiantes gritan: “Quieren más seguridad y calidad de vida”. Algo que marco Antonio Ponce, investigador en el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social, confirma: “Los jóvenes tienen en Venezuela tradicionalmente una alta reputación y gozan de muchas simpatías, porque ellos son el futuro”.
Lejos de una solución
Pero no por eso el gobierno actúa con tacto contra “el futuro” del país. Después de dos horas de tormenta policial en la Plaza Altamira los gritos siguen atravesando las emanaciones de gas lacrimógeno y los manifestantes se refugian en restaurantes o portales. Muchos son brutalmente arrastrados y golpeados por las fuerzas de seguridad. Hay bastantes heridos, pero al menos esta vez no hubo muertes. Los “colectivos”, infames pandillas de moteros armados que apoyan al gobierno y disparan contra los manifestantes indiscriminadamente, esta noche no han aparecido.
Al día siguiente, el presidente Maduro volverán a hablar de una “conspiración fascista” contra su país. Ordenará nuevas detenciones de políticos opositores, amenazará con cerrar los medios de comunicación críticos y enviará a los militares a las provincias para acallar a los manifestantes. Parece más lejos una solución desde el diálogo y el compromiso para este país dividido. Vanessa y los otros estudiantes saben que tienen que protestar todavía mucho tiempo para lograr que algo cambie.