Uruguay celebra dos años protegiendo a las ballenas
20 de septiembre de 2015El 13 de septiembre de 2013, la firma del entonces Presidente de la República Oriental del Uruguay, José Mujica, hacía realidad el proyecto en el que los activistas por la protección del medio ambiente llevaban años trabajando: la Ley 19.128 creaba un “Santuario de Ballenas y Delfines” en el mar territorial y la zona económica exclusiva del país.
Una extensión de hasta 132.286 kilómetros cuadrados de territorio marino se convertía así en un refugio seguro para estos cetáceos, para quienes estas latitudes son especialmente importantes en sus rutas migratorias. Actividades como la persecución, la caza o la pesca de estos animales quedaban prohibidas tanto para nacionales como extranjeros.
Con los años, el avistamiento de ballenas se ha convertido en una de las atracciones turísticas más importantes del país. La temporada de ballenas empieza en Uruguay en julio y puede extenderse hasta noviembre. La ballena franca austral (Eubalena australis) es la especie más conocida de las que visita las costas uruguayas en este período, pero no la única.
La caza de ballenas aún pervive
Durante años, la industria ballenera tuvo libertad para dar caza a estos animales, hasta el punto que muchas especies acabaron al borde de la extinción. Hoy esta actividad todavía persiste en países como Noruega, Islandia y Japón, según Greenpeace, a pesar de que en 1982 se prohibió la caza comercial de estos animales en los países que formaban parte de la Comisión Ballenera Internacional. Algunos, como Japón, aprovechan lagunas legales, como la del concepto de “caza científica” para continuar con la persecución de estos cetáceos.
El de Uruguay no fue, sin embargo, el primer santuario. Los hay, de hecho, por todo el mundo. América Latina no es una excepción: Brasil, Chile, Costa Rica, México, Panamá o República Dominicana son algunos de los países que han creado estas áreas de conservación y protección.
La conservación como recurso
Pero el conservacionismo no es solo una cuestión moral o ecológica. El uruguayo Franscisco Rilla, representante de la Convención sobre Especies Migratoria de Naciones Unidas, cree que por fin empieza a calar “la idea de que conservar puede ser un recurso, y de hecho lo es”. El desarrollo del turismo de avistamiento, promovido desde el Ministerio de Turismo, es prueba de ello.
La medida, no obstante, también ha tenido sus límites. No basta con declarar un santuario: la implementación, lo que viene después de la publicación de la norma legal, es vital para garantizar su éxito. En este sentido, Rilla cree que se trata de un tema en el que Uruguay todavía tiene un camino por recorrer: “hay que tomar medidas concretas, establecer controles estrictos contra la pesca, etcétera”. La protección no es cuestión de una o varias especies, sino “de toda la biodiversidad que hay en el mar, desde los invertebrados a los vertebrados, pasando por la flora marina”.
Para Rilla, “el concepto de área protegida involucra al hombre in situ”. Para que el ser humano alcance una relación sostenible con su entorno, debe dejarse atrás la concepción de los espacios protegidos como áreas cerradas, valladas y donde no se puede entrar. Las “actividades de recreación, de investigación y de educación” son algunas de las dimensiones que deben estar presentes.
El experto no duda en calificar la experiencia uruguaya como un éxito. Y habla del efecto dominó, muy importante en la protección del medio ambiente: “Si esto funciona en un país, puede ser verdaderamente viable que los demás países lo tomen como un ejemplo y pueda crearse un corredor costero protegido”.