Zona de tránsito en un almacén de muebles
19 de octubre de 2015En algún momento se hartó Georg Grabner. Es gobernador de distrito en la Alta Baviera, fronteriza con Austria, un buen trabajo en un buen sitio. El lago Chiem está a tiro de piedra y se ve las vacas pastar en el paisaje alpino. Pero desde la implantación de controles fronterizos a mediados de septiembre todo es diferente.
Sólo a Freilassing, la primera ciudad a este lado de la frontera, llegan hasta 15.000 refugiados en un fin de semana. Más o menos la población total de esa pequeña localidad. La gente se registraba en la misma estación. ¡Inconcebible! Grabner alquiló entonces sin dudarlo una antigua tienda de muebles abandonada. "Ni la policía federal ni yo sabíamos entonces si era una decisión correcta", dice en entrevista con DW.
La nueva zona de tránsito
Dos mil personas caben en sus salas. A diferencia de los campamentos al aire libre, aquí la "zona de tránsito" es cálida y seca. En primer lugar, los refugiados son reconocidos por la policía y se someten a una revisión médica, explica Grabner. También hay ropa para los que visten sólo una camiseta y chanclas.
"Aquí reciben algo de comida y bebida y después son transportados en autobuses a la estación", continúa Grabner. A partir de ahí se distribuyen en trenes fletados expresamente para distribuirlos por toda Alemania. Todo discurre organizadamente. El gobernador de distrito se encoge de hombros: "trabajamos todo el día, la noche y los domingos, los refugiados siguen llegando igual".
Nada funcionaría sin los voluntarios
El Ejército está presente y ayuda, en coordinación con la Policía, la Cruz Roja y Cáritas, en el reparto de alimentos y el registro. Sin embargo, sin los voluntarios no se podría llevar a cabo la tarea. Markus Hohenadel, de 23 años, es uno de ellos.
En realidad, él quería empezar en Würzburg este octubre su Maestría en Administración de Medios. Ahora dirige la organización 'Freilassing ayuda'. Desde hace cinco semanas echa una mano día tras día: "distribuimos paquetes de ayuda a los refugiados que parten, básicamente con barras de cereales, pasteles, agua y un poco de fruta".
Es un trabajo duro: " las primeras semanas estábamos todo el día, las 24 horas, en acción". El gobernador Grabner no escatima elogios hacia los voluntarios. Aunque es consciente de que tienen un límite. "Nuestras organizaciones de ayuda están ahí para las emergencias, pero no se puede esperar que se encarguen durante semanas o meses". Para los políticos en Múnich, Berlín y Bruselas tiene un mensaje claro: "la situación no puede manejarse por más tiempo de esta manera, el Gobierno Federal tiene que involucrarse con personal a tiempo completo".
Giro en la opinión pública
Que se espera ayuda externa queda claro al hablar con la gente del lugar. Hay una sensación de impotencia y de haber sido olvidados por "la política". Muchos prefieren no hablar, por miedo a que los tachen como de extrema derecha. Un hombre anónimo, rozando los cincuenta años, por cuyo aspecto nadie lo encuadraría como un hooligan derechista, pone voz a estos temores. Tiene miedo por el futuro de sus hijos: "nada volverá a ser como antes, lo notaremos en el bolsillo, en la vida diaria, en nuestra cultura". "Somos conscientes de que esas masas que ahora llegan a Alemania, a Europa, dejarán su huella en el conjunto de la sociedad".
En una línea similar, más diplomática, habla el gobernador del distrito. La situación actual ya se está controlando de alguna manera. Pero Georg Grabner expresa su preocupación por el futuro: "si la integración de los refugiados al final no funciona, tendremos un problema grave en este país". Para el derecho al asilo, concluye, no debe haber límites. Pero una cosa está también clara: "Alemania no puede acoger al mundo entero".