Una visita "irreal" a Cuba
17 de noviembre de 2019La Habana fue una ciudad de carnavales y de máscaras. Aunque los tiempos del jolgorio pasaron hace mucho, a esta urbe la cubren -cada vez que hace falta- convenientes capas de maquillaje. Hace años, cuando un papa visitó la isla, las autoridades pintaron las fachadas y limpiaron las calles por las que transitaría la caravana de Su Santidad desde el aeropuerto hasta el casco histórico, una parcial restauración que no escapó del humor popular, que rebautizó la ruta como la vía Sacra.
Otro ejemplo de la capacidad para el enmascaramiento son todas esas miles, millones de fotos hechas por turistas en las que solo se ven viejos Chevrolet del siglo pasado, edificaciones restauradas y mojitos con mucho ron y poca memoria. Para conocer la ciudad que late más abajo hay que quitar capas como se le hace a una cebolla o usar el corrosivo desmaquillante de la objetividad. Lamentablemente solo unos pocos visitantes están dispuestos a esa labor de arqueología facial y cultural. En fin de cuentas llegan por un rato breve, por un tiempo que es solo un suspiro.
Este noviembre, el colorete ha vuelto a embadurnar una urbe con más de dos millones de habitantes y que arriba a sus 500 años de fundada. Los retoques "faciales" han incluido la recogida y sacrificio masivo de perros callejeros, la inauguración de algunas obras arquitectónicas que llevaban años en reparación y la prohibición a disidentes y activistas para que salgan a la calle en la víspera y la jornada de celebración del medio milenio de la Villa de San Cristóbal de La Habana.
Pero aunque solo le hubieran aplicado una fina capa de lápiz labial, poco hubieran podido descubrir Felipe VI y Letizia Ortiz en su visita de Estado de dos días a la isla. Con una agenda revisada milimétricamente, sus majestades apenas pudieron alejarse de las calles pautadas y de las escenas preparadas y de los invitados filtrados. Incluso en su reunión con representantes de la sociedad civil faltaron los activistas de derechos humanos, los líderes opositores e incluso los periodistas independientes de los medios más estigmatizados por el oficialismo.
No obstante, como en el mejor de los maquillajes, a veces una breve lágrima lo echa a perder todo. Los cosméticos valieron muy poco para tapar la realidad y el día en que los reyes españoles paseaban por La Habana Vieja un perro callejero logró atravesar frente a la pareja real y colarse en la foto de esta visita, un guiño quizás a todos esos otros que habían muerto para "limpiar" la imagen de una urbe donde una Ley de Protección Animal sigue siendo una quimera dolorosa.
La limpieza nacional de cara a la visita y las celebraciones también incluyó al arresto de ciudadanos incómodos, al estilo del artista Luis Manuel Otero Alcántara. Semanas antes, y como parte de la cotidiana falta de derechos, habían sido encerrados el periodista independiente Roberto Quiñones y el líder opositor José Daniel Ferrer, sin que hasta ahora la intermediación de organismos internacionales ni un presunto pedido de clemencia del palacio de la Zarzuela hayan logrado su liberación.
La Habana, como toda Cuba, es una secuencia de maquillajes y de máscaras. En la epidermis, muy arriba, están los colores chillones del oficialismo; pero abajo -cuando se raspa un poco- aflora el duro gris de la realidad, la sombra oscura de un país dominado por un autoritarismo sin matices.
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