Una década tras la guerra, Kosovo sigue buscando a sus desaparecidos
24 de junio de 2009Kosovo, el país de los mirlos, es desde la Edad Media un lugar de historia cambiante. Aquí, los otomanos vencieron en 1389 a los ejércitos del príncipe serbio Lazar. De esta derrota surgió el victimismo de la nación serbia. 600 años después, en junio de 1989, Slodoban Milosevic pronunciaba en la Casa Cultural de la ciudad de Kosovo Polje un discurso cargado de nacionalismo y orientado a enfrentar entre sí a albanos y serbios. Las palabras del líder yugoslavo anunciaban con redoble de tambores la puesta en marcha de la limpieza étnica y el principio de la guerra por la "gran Serbia", en cuyas campañas acabaría sucumbiendo la unidad de país.
Antes de que en 1999 se desatase el conflicto kosovar, el 90 por ciento de los habitantes de Kosovo Polje eran serbios. Hoy, la situación se han invertido y la ciudad conserva un solo nombre: Fusch Kosova, en albanés.
Contra las atrocidades del pasado
En el garaje de Ahmed Krajtschewzi en Fusch Kosova ya no queda sitio para los coches. Este hombre que se acerca a la cincuentena ha instalado aquí su despacho: un escritorio y algunas estanterías cargadas de archivadores y material fílmico. De las paredes cuelgan multitud de fotos que lo muestran trabajando: rodeado de fosas comunes y cadáveres terriblemente deformados y mutilados. También pueden verse retratos de familias desaparecidas, de niños sonrientes junto a las imágenes de sus cuerpos carbonizados. En el archivo de Krajtschewzi hay más de 20.000 fotografías de exhumaciones y ellas bastan como argumento, dice, para no olvidar nunca las atrocidades del pasado.
Con la minuciosidad de un contable les sigue Krajtschewzi la pista a los parientes y los vecinos de destino incierto. Casi 2.000 de estos casos llenan todavía hoy las páginas del "Libro de los desaparecidos" de la Cruz Roja Internacional, para quien investiga Krajtschewzi. Su labor la califica de "multiétnica" porque se dedica a todos por igual: no sólo a los albaneses, sino también a los serbios, a los gitanos, a los ashkali. Y Krajtschewzi cuenta la historia de su colega serbia del enclave kosovar de Gracanica, a la que un grupo de serbios pegó una paliza por colaborar con la Comisión Internacional sobre Personas Desaparecidas.
Falta el coraje para hablar
"Yo fui testigo presencial", dice Krajtschewzi recordando los bombardeos de la OTAN, "con mis propios ojos pude ver como las bombas incendiaban casas albanesas, quemando a todos sus inquilinos. Sólo en Fusch Kosova fueron asesinadas 169 personas. A día de hoy seguimos sin haber encontrado, o sin haber recibido de la parte serbia, todos los cadáveres".
Primero, los serbios escondieron los cuerpos cerca de la ciudad, cuenta Krajtschewzi, después los trasladaron a Batajnica, a 20 kilómetros de Belgrado, con la intención de borrar las huellas de sus actos. Las negociaciones para recuperar los cadáveres continúan. El trabajo con las autoridades serbias es difícil, pero tampoco los kosovares facilitan las cosas. Ninguno de los que lucharon entonces y hoy se han hecho un nombre en la sociedad o en la política quiere verse implicado en un caso de violaciones de los derechos humanos.
"Las amenazas nos llegan de todas partes: las recibimos en albanés, en serbio y a veces incluso en inglés. Pero nosotros seguimos haciendo nuestro trabajo. Vivimos en peligro, pero estamos convencidos: no vamos a parar hasta que todos los crímenes hayan sido juzgados por un tribunal", asegura Krajtschewzi.
Las pruebas existen, pero la labor de la Cruz Roja en Kosovo se vuelve cada vez más difícil. "Estamos más o menos estancados", lamenta Beat Schneider, empleado del organismo, "en 2007 logramos esclarecer 150 casos, en 2008 fueron 60. Si seguimos así, pronto llegaremos al cero". El miedo se extiende, no sólo entre los autores de las vejaciones, sino también entre la población. Muchos testigos están sometidos a una tremenda tensión y "a muchos les falta el coraje para decir lo que saben. La premisa es: no hablaré si mi vecino tiene una pistola más grande que la mía", comenta Schneider.
Los gobiernos de ambas partes están en teoría obligados a informarse mutuamente del hallazgo de fosas comunes, y a comunicar a las familias de las víctimas el paradero de sus seres queridos. Sin embargo, en la práctica las cosas transcurren de otro modo. Diez años después de la guerra en Kosovo, en este rincón de Europa muchos siguen sin saber qué fue de sus parientes, amigos, vecinos.
Autor: Andrea Mühlberger
Editor: Pablo Kummetz