Un infierno llamado Bagdad
4 de julio de 2016"¿Dónde está Karim?", grita una mujer vestida de negro, desesperada. "¿Dónde está mi hijo?". La escena se repetía, una y otra vez, esta tarde de domingo en Bagdad. Desesperados, muchos buscaban a sus familiares entre los escombros. Las fuerzas del orden tuvieron dificultades para contenerlos y mantener las barreras de seguridad.
"Hace doce horas que no veo a mi marido ", grita otra mujer su desepero, "desde que salió a comprar está desaparecido." Y eso fue poco después de la medianoche del sábado, en las primeras horas del domingo. Es Ramadán y, en el mundo islámico, la vida transcurre sobre todo de noche durante el mes de ayuno. La calle comercial del barrio de Karrada estaba llena de gente.
Ahora, algunos se sientan en silencio junto a la calle, envueltos por un calor abrasador, y miran desconcertados los automóviles carbonizados, los edificios destruidos, los escombros propulsados por la explosión. Ha sido el peor atentado de este año en la capital iraquí: al menos 200 muertos y casi 1.000 heridos en un día. Desde el fin de la guerra civil en 2008 en Bagdad, Karrara no había vivido ninguna otra explosión de semejante magnitud.
Personas como antorchas encendidas
Fue como un infierno, cuentan los pobladores. Las casas ardían a diestra y siniestra. Diez edificios en total −la mayoría de cinco pisos y uno de siete− fueron alcanzados por la enorme onda expansiva de la explosión, se incendiaron o se desplomaron. Aunque el vehículo refrigerado con la mortal carga explosiva parqueó frente a un restaurante del lado izquierdo de la calle, la explosión afectó también a los edificios de la acera opuesta.
Un atacante suicida se voló por los aires frente al vehículo, desatando la explosión, cuentan los vecinos. El aire caliente del verano contribuyó a que las llamas se expandieran con rapidez. Los bomberos necesitaron horas para controlar el incendio. "Así tiene que ser el infierno", comenta un anciano, pues el fuego no solo consumió los edificios, sino que engulló también a las personas.
Algunos intentaron escapar corriendo como antorchas encendidas, hasta que el dolor los derrotaba. Algunos ni siquiera alcanzaron a salir de los edificios en llamas y fueron sepultados bajo los escombros. Nunca olvidará esos gritos de muerte, dice el anciano, que vive en Karrada desde que nació y no ha querido dejar el barrio ni en sus peores momentos.
Ya en los tres años de guerra civil, entre 2006 y 2008, cuando sunitas y chiítas se aniquilaban mutuamente, Karrada y su conocida calle comercial "Dakhel" vivieron un ataque explosivo tras otro. "Pero ninguno tuvo esta fuerza explosiva", dicen dos hombres que parten con palas y picos sobre la calle los trozos de concreto, para transportarlos. Esa calle de Karrada permaneció bloqueada todo el domingo y aún no estaba abierta al tráfico este lunes.
Políticos en pausa de Ramadán
Cuando el primer ministro de Irak, Haidar Al Abadi, llegó a la zona del desastre para hacerse una imagen de la situación, las piedras volaron sobre él. "¡Criminal!", le gritaba la gente a su jefe de Gobierno, "¡Son todos criminales!". En vez de protegerlos, el Gobierno se consume en intestinas guerras de poder y se llena los bolsillos, opina la mayoría en Karrada.
En efecto, la anunciada renovación del gabinete para el combate a la corrupción sigue sin tener lugar y discutiéndose acaloradamente en el Parlamento. La crisis de Gobierno no tiene fin. Durante el Ramadán, la mayoría de los políticos se fue de vacaciones. Así que el anuncio de Abadi de que cambiará la estrategia de seguridad para la capital, no tranquiliza aquí a nadie.
Desde hace meses se sabe que los detectores de explosivos en los puntos de control no sirven para nada. "Ningún iraquí ha sido llamado a rendir cuentas por la corrupción en todo este asunto", asegura un vendedor de verduras, que viene diariamente desde el barrio chiíta de Ciudad Sáder para vender su mercancía en Karrada, atravesando varios puntos de control. Los aparatos siguen siendo utilizados, hombres en uniforme revisan con ellos los vehículos que pasan para, supuestamente, comprobar que no lleven explosivos.
Falsos detectores
Los detectores parecen pistolas, cuyos cañones semejan gruesas agujas metálicas. Desde 2009 se sabe que estos aparatos son inservibles y no detectan explosivo alguno. Tras adquirirlos en Estados Unidos como detectores de pelotas de golf, por menos de 20 dólares por unidad, el empresario británico James McCormick los revendió a países en crisis, como detectores de explosivos, por hasta 40.000 dólares por unidad. El Ministerio del Interior iraquí adquirió 7.000 de estos falsos detectores.
En mayo de 2013, el británico fue condenado a diez años de cárcel por fraude, pero nunca se llegó a investigar adónde fueron a parar sus sobornos dentro del ministerio involucrado. "Nos están pasando gato por liebre", dice el vendedor de verduras enojado. También este lunes, los falsos detectores continuaron empleándose.
En la noche del domingo, los pobladores volvieron a reunirse en la calle Dakhel de Karrada tras la puesta de sol. Trajeron velas para recordar a las víctimas del atentado. La madre de Karim vino también. Aún se siguen extrayendo cadáveres de entre los escombros. Muchos siguen sin saber dónde están sus parientes y las cifras de víctimas mortales siguen elevándose.
La milicia terrorista "Estado Islámico" (EI) se ha atribuido entretanto el ataque. "Estaba claro", dice un hombre de treinta y tantos años: "Cuando pierden su Estado se vengan con nosotros." El Gobierno iraquí, anunció hace dos semanas la reconquista de Faluya, un bastión del EI a sólo 50 kilómetros al oeste de Bagdad.