Un capitán enfrenta a la Justicia por salvar vidas
23 de agosto de 2018"Buen día, señor Reisch", dice una señora a Claus-Peter Reisch en la calle. El capitán de Lifeline ya es bastante conocido en su ciudad natal, Landsberg. A fines de junio, ese barco de rescate deambuló por el Mediterráneo con 234 refugiados a bordo, quienes habían sido rescatados por la tripulación en altamar. Cuando finalmente se les permitió atracar en Malta, las autoridades locales confiscaron la nave, y el capitán Reisch enfrentó a la justicia. Desde entonces, casi diariamente la prensa habla de él.
Reisch le cuenta a la señora que ahora enfrenta otro juicio en Malta. Aunque tiene prisa, se toma el tiempo para explicar en detalle por qué la gente que venía en el bote que rescataron quiere llegar a Europa. "Los productos agrícolas altamente subvencionados por la Unión Europea se venden en África, destruyendo las formas de vida de los agricultores de esa región", explica a la mujer.
Historias falsas
"Extraño" es una palabra de Reisch usa a menudo cuando se refiere al proceso judicial. "Por un lado, salvamos las vidas de cientos de personas, y, por el otro, ahora debemos conversar sobre el certificado de un barco", explica. La fiscalía de Malta acusa al Lifeline de portar documentos inválidos y de navegar ilegalmente con bandera holandesa. El capitán rechaza esas acusaciones con firmeza y tiene a mano una copia del certificado. "Aquí dice claramente 'bandera: holandesa'; 'puerto: Ámsterdam'", muestra.
Esta situación es "incómoda", concede el hombre. Pero dice bastante poco: el barco está hace casi dos meses en el puerto de La Valeta con tres operarios a bordo. Todo esto le cuesta dinero y tiempo a la organización "Mission Lifeline", que tiene su asiento en Dresde y a la que pertenece la embarcación. El proceso que se lleva adelante podría provocar que "en última instancia, los barcos de rescate dejen de navegar". Tras esto hay una política deliberada, acusa Reisch. Las ONG tienen presupuestos reducidos, si uno de sus barcos no puede ser utilizado, están incapacitadas financieramente para comprar otro.
De empresario a capitán
En realidad, Claus-Peter Reisch podría tener una vida cómoda en Múnich, donde vive en una hermosa casa ubicada en una tranquila calle. Desde hace 20 años navega también en Italia. Ya con 14 comenzó a familiarizarse con el mar. Montó una empresa que, en su mejor momento, tuvo cinco operarios. Reisch era un excelente ejemplo de la clase media alemana, con los pies en la tierra, podría decirse.
¿Qué lleva a alguien como él a renunciar, aunque sea en parte, a su vida de comodidades para convertirse en capitán de un barco de rescate? ¿Qué hay detrás de ello? Reisch, de 57 años, no se siente agobiado con la pregunta. "No puede ser que en el mismo mar donde salgo de paseo, pesco y buceo, otras personas estén ahogándose. No quiero ver cómo se ahogan estas personas", explica.
Mala discusión
Por respetables que sean sus motivos, su decisión no le trajo solo amigos. Él ya conoce de memoria las críticas que reciben los rescatistas privados. Hace algunas semanas, hubo una agria discusión pública en Landsberg sobre si Reisch debía recibir un honor de la ciudad. El alcalde, Mathias Neuner, temía que esto dividiera a la ciudadanía, y determinó que el tema de los refugiados tenía alcance internacional y no había un vínculo directo con Landsberg. Al final Reisch rechazó que se le entregara el galardón, poniendo fin así a un debate que calificó de "indigno".
Sin embargo, el capitán sí gusta de participar en discusiones sobre la política de refugiados. Lo que no puede entender es por qué algunas personas en Alemania temen que su bienestar se vaya a ver afectado con la llegada de inmigrantes. Incluso en el rico Estado federado de Baviera la gente apoya una política de refugiados más restrictiva. "¿Les va peor ahora que antes? ¿Tiene que tomarse una cerveza menos por culpa de los refugiados?", pregunta él. Para Reisch, sin embargo, la pregunta decisiva es: "¿Le daría la mano para ayudar a una persona que se está ahogando, sin importar si es en una piscina de Landsberg, en un lago de los alrededores o en el mar Mediterráneo? ¿Ayudaría a esa persona o la dejaría morir?".
La respuesta más radical la recibió en una heladería de Landsberg. Un hombre le dijo que si él fuera el capitán, dejaría que esa gente se ahogara. Más aún, les pasaría el barco por encima. Con gente así, dice Reisch, cualquier discusión se torna superflua. Pero esas posturas radicales son minoría, asegura el capitán.
Perder no es una opción
Cuando Claus-Peter Reisch nuevamente comparezca ante la corte en la Valeta, no debería tener nada que temer. Tras pagar una fianza de 5.00 euros, le devolvieron ya su pasaporte. O sea que puede salir de Malta las veces que quiera. Además, se muestra combativo. Quiere ganar el caso sí o sí. Para él no hay espacio para la derrota, pues ni él ni su tripulación hicieron "nada malo". Pero pese a las acusaciones que llama "difamatorias", es cuidadoso con sus críticas a la justicia maltesa. "Supongo que Malta es un estado de derecho y que en la corte se hará justicia", afirma.
Si ganan el proceso, Reisch y su gente podrían zarpar nuevamente. Lo que ellos quieren es reanudar lo más pronto posible las misiones de rescate, porque la gente sigue muriendo en el Mediterráneo. Según la Organización Mundial de Migraciones (OIM) solo en lo que va de 2018 han muerto más de 1.500 personas ahogadas en el Mediterráneo. "Vemos muchos muertos, por desgracia", dice Reisch. "Pero no me quedo con eso. Me quedo con que gracias a nuestro trabajo se han salvado muchas personas que, de otra forma, estarían muertas".
Autor: Nader Alsarras (DZ/CP)
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