Nunca antes un presidente en funciones o un expresidente estadounidense había animado a un enemigo de Estados Unidos a atacar a sus aliados. Donald Trump, quien quiere regresar a la Casa Blanca en enero, dijo justamente eso, en un acto de campaña electoral. Si un socio de la OTAN no pagara a Estados Unidos por su protección, él, Trump, pediría al Kremlin que atacara precisamente a ese aliado.
La base de ese errado punto de vista radica en que no entiende el significado de una alianza militar. Y también en su plena incapacidad para entender la mecánica interna de esa organización. Ningún miembro de la alianza del Atlántico Norte le debe dinero a Washington.
Lo que tiene en mente Trump es el objetivo del dos por ciento. Se trata del compromiso autoimpuesto de destinar el dos por ciento del PIB al gasto militar. Ese sigue siendo el caso de la minoría de los miembros de la OTAN. Antes de Trump, ya los presidentes estadounidenses Barack Obama y George W. Bush habían instado a los integrantes a atenerse a ese objetivo.
En Europa, las palabras de Trump cayeron como una bomba. Sin embargo, debido a su historia compartida y su cercanía geográfica, los miembros de la alianza podrían mantenerla en pie si realmente Estados Unidos le diera la espalda.
Asia depende de la protección de EE.UU.
Distinto es el panorama en Asia. Allí, los aliados de Washington -desde Vietnam a la India, de Taiwán a Corea del Sur y de Japón hasta Australia- han reforzado en los últimos años sus tratados militares con Estados Unidos. El motivo es la actitud crecientemente belicosa de la dictadura de Pekín. El gobernante Xi Jinping reclama tierras a India en el Himalaya, quiere apoderarse del mar periférico del Océano Pacífico y amenaza a la nación insular de Taiwán con la anexión y el sometimiento de sus 23,5 millones de habitantes al yugo del partido comunista.
Estructuras regionales como el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (QUAD), integrado por India, Japón, Australia y Estados Unidos, o la alianza AUKUS, entre Washington, Londres y Camberra, no tendrían ya futuro si Trump fuera presidente y se retirara de ellas.
Pekín acusó en el pasado a Washington de querer crear en Asia una segunda OTAN. Pero, en realidad, los múltiples acuerdos de Estados Unidos con determinados países o pequeños grupos de países no se pueden comparar con la alianza defensiva del Atlántico Norte. No contienen un compromiso absoluto de defensa mutua como el que se hizo valer una única vez tras el 11 de septiembre de 2001, en apoyo a Washington; algo que Trump también parece querer olvidar intencionadamente.
Es cierto que el presidente estadounidense, Joe Biden, ha subrayado reiteradamente su intención de defender a Taiwán de una invasión china. Pero eso no supone una base jurídica vinculante para una operación militar estadounidense. Y Trump, con toda seguridad, no enviaría soldados estadounidenses a Taipéi.
¿El fin de la era estadounidense?
Con el anuncio de que permitiría una agresión bélica contra un país de la OTAN, también a los aliados asiáticos de Estados Unidos probablemente les haya quedado claro que, quizá, en el futuro tendrían que arreglárselas sin Washington. China, al igual que Rusia, podrían sentirse animados a esperar que, con Trump, Washington no interviniera si el Ejército Popular de Liberación atacara Vietnam, las Filipinas, Taiwán, o incluso India.
El mundo está ante un enorme vuelco político. Con un retorno de Trump a la Casa Blanca, llegaría a su fin la era estadounidense. Y, con ella, también la promesa de seguridad y prosperidad de la que se nutrieron abundantemente Estados Unidos y sus aliados en las pasadas décadas.
(ers/cp)