Un reportaje desde un país que Estado Islámico parece querer emplear como cabeza de puente para extender su ideología por Asia. Tras la destrucción total de Marawi, el estado filipino parece débil e incapaz de defender su propio territorio. Los yihadistas de Estado Islámico sufrieron una derrota militar; y sin embargo, la ardua guerra urbana contra un ejército bien equipado y apoyado por Estados Unido fue para ellos un logro propagandístico a favor del "califato”. En Mindanao, la segunda isla más grande del sur de Filipinas, en la que se encuentra Marawi, sigue rigiendo la ley marcial. Más de 60.000 habitantes de la ciudad siguen viviendo en campos de refugiados o en otros alojamientos provisionales. La reconstrucción de la ciudad podría durar años. La toma temporal de Marawi por los yihadistas representa el punto culminante de un antiguo conflicto religioso que Estado Islámico no causó, pero está aprovechando. Desde hace más de 400 años, en el sur de las Filipinas los habitantes musulmanes colisionan con los colonos cristianos del norte del archipiélago. Muchos musulmanes se quejan de que hoy en día siguien siendo discriminados por una sociedad mayoritariamente católica. Este es el caldo de cultivo ideal para reclutar nuevos combatientes para la yihad. Que la bandera negra de los islamistas ondease durante 154 días sobre Marawi podría espolear a las fuerzas radicales de toda la región. El país vecino, Indonesia, también está en la mira de los yihadistas. A esta situación, ya de por sí complicada, se suma que gobierna Filipinas un presidente, Rodrigo Duterte, más conocido por su política de mano dura que por su talento para lograr la paz.