Tito, líder de Yugoslavia: 40 años después de su muerte
4 de mayo de 2020La fecha se quedó en la mente de toda una generación, tal y como sucedería, más tarde, con el 11 de septiembre de 2001. Todos sabían decir dónde habían estado cuando aquel funcionario gris de expresión triste anunció en la televisión la muerte de Tito: Era la tarde del 4 de mayo de 1980. Un domingo.
En Split, en la costa del Adriático, el equipo local de Hajduk jugaba contra la Estrella Roja de Belgrado, cuando la noticia llegó por el altavoz del estadio en el minuto 41. Decenas de miles estallaron en llanto, un jugador colapsó. Espontáneamente, la canción salió de 50.000 gargantas: "Camarada Tito, te lo juramos, ¡nunca nos desviaremos de tu camino!”
"Titostalgia" sigilosa
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Cuarenta años después, por todo ese antiguo reino de difuntos se extiende una sigilosa pero inconfundible "titostalgia", como la llama la investigadora cultural eslovena Mitja Velikonja. Los quioscos de suvenires y los mercados de pulgas son evidencia de ese fenómeno. Un área de servicio de la autopista serbia está configurada como una sala de oración, llena de figuras de Tito. Los retratos del mariscal en su uniforme blanco cuelgan en las barras de los bares de moda. Pero los testigos más fuertes de esta "vida después de la muerte” son los elogios al legendario jefe de Estado y Partido en que se deshacen repetidamente las alegres rondas de bebedores de estos bares, así como las encuestas de opinión anónimas.
Por otro lado, "El Viejo”, como se le llamó respetuosamente en vida, no ha hallado su sitio en la cultura conmemorativa oficial. Ninguno de los siete estados que emergieron de la antigua Yugoslavia ha encontrado una fórmula viable para recordar la vida y obra de Tito.
Recuerdo polémico en Croacia
En Croacia, su tierra natal, el recuerdo del líder partisano y hombre de Estado es muy controvertido. El lugar de nacimiento de Tito, en la frontera croata-eslovena, fue un monumento conmemorativo de la lucha partisana hasta la década de 1990. Luego, fue convertido en un apolítico museo de pueblo, pero siguió siendo un lugar de peregrinación. Mucho después de la desintegración de Yugoslavia, la Plaza del Mariscal Tito, frente al Teatro Nacional de Zagreb, gobernada por socialdemócratas, mantuvo su nombre. Y no fue sino hasta 2017 que una mayoría de derecha en el ayuntamiento consiguió renombrarla como "Plaza de la República de Croacia". La ciudad portuaria de Rijeka todavía tiene una gran plaza Tito.
Para la dominante "comunidad democrática croata", el mariscal es un monstruo. En lugar de a Tito, su partido conmemora a sus víctimas. Cada año, en la ciudad fronteriza austríaca de Bleiburg, los principales políticos -incluida la expresidenta Kolinda Grabar-Kitarović- honran a varios miles de colaboradores nazis que el dictador ordenó asesinar tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Pero esto no cohibió al fundador del partido, Franjo Tudjman, para imitar el estilo del líder partisano hasta en los detalles de su uniforme. Sin embargo, si uno pregunta en el país quién fue el "mejor croata de todos los tiempos", Tito gana regularmente, por delante de Tudjman.
Entre respeto y olvido
En Bosnia-Herzegovina y Macedonia del Norte, por su parte, la reputación de Tito se mantiene intacta. Cuando Yugoslavia colapsó, ambos países se independizaron más bien de mala gana. El bulevar más grande de Sarajevo, la capital bosnia, aún lleva el nombre de Tito. Y en la capital macedonia, Skopje, hay incluso un monumento suyo. En Eslovenia, la opinión está dividida, como en Croacia, en relación con el pasado histórico, pero la mayoría se inclina a la izquierda, así que la imagen de Tito es correspondientemente positiva.
En Kosovo, con su joven población, el pasado yugoslavo parece casi olvidado. Sin embargo, entre los mayores, Tito todavía es respetado por haber ayudado a Kosovo a conseguir autonomía pese a la resistencia Serbia, y por reconstruir a esa provincia pobre.
En Serbia, Slobodan Milošević, el hombre fuerte de la década de 1990, ignoró por completo el legado de Tito en el discurso público. Silenciosamente retiró la vigilia de su tumba y privó de sus privilegios a la viuda de Tito. Para los nacionalistas radicales, el croata es una figura odiada: quería contener a Serbia en beneficio de las otras naciones. Sin embargo, como la mayoría de la población aún lamenta la desaparición de Yugoslavia, el que fuera su líder por décadas todavía tiene muchos seguidores.
Además, el hecho de que ninguno de los estados sucesores tenga el prestigio que distinguió a Yugoslavia, ni internacionalmente ni entre sus propios ciudadanos, contribuye a su popularidad póstuma.
Tito: una leyenda ambivalente
Tito representaba la autoestima nacional, un sentimiento que desapareció con él. Desde la Segunda Guerra Mundial, el misterioso rebelde, que nadie había visto y del que nadie conocía sino su nombre de Guerra, era una leyenda, como la que se construiría más tarde alrededor del Ché Guevara. Que cruzara los océanos del mundo con su yate, fuera amigo de Willy Brandt, Nehru, Nasser y Sukarno, y hubiese tocado el piano para la reina Isabel de Inglaterra, así como que politicos de primer nivel de todo el mundo asistieran finalmente a su funeral, enorgulleció a contemporáneos de todas las nacionalidades yugoslavas. Pero, los buenos tiempos de las décadas de los 60 y 70 no volverían jamás.
Los historiadores tienen su propia lucha con Tito. Una extensa y más bien elogiosa biografía del esloveno Jože Pirjevec alcanzó gran circulación. Los juicios de la posteridad científica rara vez van más allá de la ambivalencia. Se reconoce su ruptura con Stalin en 1948, su compromiso con el movimiento de los no alineados y con el Tercer Mundo, y el relativo liberalismo de su régimen. De otro lado, están los asesinatos en masa del período inmediato de posguerra y la isla cárcel de Goli otok, a la que fueron enviados, inicialmente, sus opositores prosoviéticos y luego también otros disidentes.
Un problema con la apreciación de Tito es que no quedó nada de su legado. No había previsto la sucesión, así que la desintegración de su Estado comenzó con su muerte. Hoy, por muy alta que sea su reputación, ya no ofrece orientación alguna.
(rml/jov)
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