Documentando los insectos comestibles de Sudáfrica
5 de enero de 2021Bajo un gran árbol de mango en Mopye, una aldea en el noreste de Sudáfrica, Martin Boima come termitas secas crujientes. Boima conoce estos insectos, conocidos localmente como "makeke”, desde que era niño. Emplea largas tiras de paja para sacar a las termitas de sus montículos y las seca o fríe.
Hoy reparte barras caseras hechas de proteínas de termita, disponibles con sabor a queso o chocolate, a una entusiasta multitud de la aldea. Es parte de una serie de pruebas de sabor que está realizando con su nuevo negocio de alimentos a base de insectos.
Bronwyn Egan está a su lado. La zoóloga, trabaja en la Universidad de Sudáfrica en Limpopo. Comparte su fascinación por los insectos comestibles: por razones culinarias, pero también científicas. En los últimos dos años, ha trabajado estrechamente con Boima y otros habitantes de la zona. Egan ha aprendido mucho sobre los nutritivos bichos y ha recogido algunos para su investigación. Está tratando de construir una base de datos científica de estas especies, como un primer paso para su conservación.
Según las estimaciones, en las próximas décadas podrían extinguirse hasta un cuarenta por ciento de las especies de insectos. Principalmente debido a la pérdida de hábitat. Y es que cada vez se crean más tierras agrícolas, se emplean más pesticidas y se expanden las zonas urbanas. Con el fin de preservar las especies de insectos, Egan quiere registrarlas científicamente.
La bióloga teme que en Sudáfrica sea particularmente difícil determinar el alcance de la pérdida de biodiversidad, debido a una inadecuada clasificación de los insectos, también llamada taxonomía.
"Ni siquiera tenemos nombres para todas las criaturas que perdemos cada día”, lamenta. Incluso a nivel mundial, solo una fracción de todas las especies ha sido identificada y registrada genéticamente hasta ahora.
Enriqueciendo la ciencia con conocimientos tradicionales
Egan espera que su proyecto ayude a la conservación de los insectos, que son una fuente de alimento particularmente valiosa para las comunidades locales. Atrapar, cocinar y comer insectos enteros es una práctica común en muchas partes de la Sudáfrica rural, incluida la exuberante región montañosa de Bolobedu South en Limpopo, donde vive Boima.
Le encantan los insectos por su sabor terroso y a nuez. "No importa cómo se preparen, siempre son deliciosos”.
Boima, así como otros lugareños, comparten los nombres, el hábitat y comportamiento de las especies comestibles locales con Egan. Así es como quieren apoyar la protección y promoción de los insectos y preservar sus conocimientos tradicionales.
Martin Boima muestra cómo atrapa su cena en los campos cercanos a su pueblo. Para ello, simplemente sacude las hojas de las plantas. Los saltamontes, o "ditšie” caen, Boima extiende sus manos y los recoge.
Poniendo un código de barras a la biodiversidad
Algunas de las presas de Boima se colocan en una bolsa de plástico y se destinan al laboratorio de Egan. Allí, la científica preserva los insectos y registra toda la información para identificarlos. Una selección de los especímenes preservados se envían a su vez a Barbara van Asch, profesora del Departamento de Genética de la Universidad de Stellenbosch, cerca de Ciudad del Cabo.
Van Asch secuencia el ADN de los insectos para crear un código de barras genético. Esta información, junto con otras clasificaciones como el género y el nombre científico, se añaden a continuación a la base de datos del Código de Barras Internacional de la Vida, una biblioteca mundial de información genética de diversas especies que tiene por objeto proteger la biodiversidad.
Hasta ahora, van Asch ha identificado nueve "etnoespecies” procedentes de las muestras de Limpopo. Se trata de agrupaciones de animales conocidas por los lugareños, pero que no aparecen en ningún sistema de clasificación científico occidental.
Este tipo de trabajo se ha llevado a cabo con otros insectos comestibles en países asiáticos. Pero los conocimientos africanos han sido a menudo pasados por alto por la ciencia académica, explica van Asch.
"Es como si les diéramos vida”, dice. "Pero solo para nosotros. Para la gente de aquí, después de todo, los insectos existen desde hace mucho tiempo”.
Amenazas ambientales
Desde el campo donde ha atrapado a los saltamontes, Boima señala un punto al otro lado de un valle verde, donde solía haber muchos insectos. Ahora apenas hay, explica, y las hojas han empezado a secarse. Sospecha que el terrateniente roció pesticidas con el fin de convertir la tierra para la urbanización o agricultura.
Egan y van Asch ven su trabajo de identificación como un primer paso esencial para la conservación. "Si un bicho no tiene nombre, no habrá nadie quien lo proteja”, señala Egan. Ambas esperan que esta base de conocimiento científico ayude a los investigadores y conservacionistas que quieran rastrear y defender las poblaciones de insectos.
Comercializando insectos
Ya sea en alimentos para humanos o en concentrados para animales, los insectos han ganado fama en los últimos años. Por ejemplo, la proteína del grillo es popular entre los atletas de los Estados Unidos y Europa, mientras que en Sudáfrica está disponible el helado de insectos. Las dos científicas ven un enorme potencial en este desarrollo.
"Los insectos necesitan una cantidad muy pequeña de recursos en comparación con el valor nutritivo que proporcionan”, aclara van Asch.
Los insectos son una alternativa más sostenible que la proteína de la carne, ya que requieren menos agua y tierra, y producen menos emisiones de gases de efecto invernadero.
Más allá de la continua labor de secuenciación genética, van Asch tiene previsto buscar financiación para establecer proyectos piloto que prueben cómo los hogares de Sudáfrica podrían establecer pequeñas granjas de insectos. Los resultados de la investigación de campo de Egan ayudarán a determinar qué especies podrían ser más adecuadas.
Un estudio realizado este año por la Universidad alemana de Bonn concluyó que, si bien el cultivo de insectos tiene un gran potencial como sector, se necesita más investigación sobre la idoneidad de las especies, así como la inversión y los marcos normativos necesarios para apoyarla.
Egan cree que reunir el conocimiento tradicional de regiones como Limpopo con datos científicos puede ser de gran ayuda. De este modo, se podría identificar qué especies de insectos podrían ser explotadas comercialmente. La termita soldado, por ejemplo, que se encuentra todo el año, sería una mejor opción que la termita voladora estacional.
Martin Boima planea vender pronto sus barras de proteínas de termita. Su sueño es emplear a otros en el sector. También está muy interesado en transmitir el conocimiento tradicional a la gente.
"Tenemos que entender que estos insectos son muy importantes para nuestra cultura, que solo podemos vivir gracias a ellos”, dice. "Así que tenemos que cuidarlos”, concluye.
(ar/few)