Sudán no debe convertirse en otro Egipto
3 de junio de 2019Durante meses, las protestas fueron principalmente pacíficas. Pero ahora la situación se ha agravado y lo que muchos temían ha sucedido: las fuerzas de seguridad han atacado a los manifestantes. Han matado a personas, y han herido a otras. Los manifestantes ahora han cortado la comunicación con el consejo militar.
Este estallido de violencia se produce después de semanas de conversaciones infructuosas. El ejército quiere conservar la autoridad final en cualquier futuro gobierno interino, y aparentemente, incluso más allá.
Pero la oposición ha insistido en un gobierno de mayoría civil, que tenga perspectivas genuinas de desarrollo democrático, en lugar de una pseudodemocracia controlada por un régimen militar represivo.
Ambas partes deben ahora poner en práctica la máxima moderación posible para evitar cualquier escalada adicional. Ninguna de las partes ganará si la situación se sale de control, solo unos meses después del derrocamiento del dictador Omar al Bashir en abril. Tal situación hundiría a otro país más de la región en el caos.
Sudán se encuentra entre los países más pobres del mundo, en parte porque Sudán del Sur, rico en petróleo, se separó en 2011, pero también debido a la mala gestión y la corrupción. El aumento del costo del pan a fines del año pasado sirvió como detonante del movimiento de protesta. Desde el principio, las manifestaciones, fuertemente apoyadas por la clase media, fueron casi siempre pacíficas, algo admirable.
Sepultureros de la Primavera Árabe
Sin embargo, ni el ejército ni el movimiento de protesta forman un frente completamente uniforme. Los intereses en conflicto de ambos lados podrían complicar la situación en cualquier momento y hacer que termine en caos.
Cada una de las provocaciones trae consigo un riesgo de escalada. Es por eso que los manifestantes, que incluso en esta situación han llamado a protestar solo pacíficamente, merecen un apoyo incondicional, incluso desde Europa.
Pero hay fuerzas influyentes en la región que no tienen interés alguno en la transición exitosa de Sudán a la democracia, sobre todo los regímenes de Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Egipto, los innegables sepultureros de la Primavera Árabe.
Estos países han respaldado sistemáticamente al ejército de Sudán, y los soldados sudaneses han apoyado a la coalición liderada por los saudíes en la guerra en Yemen. Y estos regímenes están muy conscientes de que la democratización exitosa en Sudán también podría darle un impulso a las fuerzas de oposición en sus propios países.
En la masacre de Rabaa, en Egipto en 2013, cientos de personas fueron asesinadas cuando los militares se movilizaron para expulsar del poder a los Hermanos Musulmanes y evitar otros experimentos democráticos. Hoy, el régimen gobernante del presidente Abdel Fatah al Sisi es más represivo que nunca. Un desenlace similar en Sudán debe evitarse a toda costa.
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