Subvenciones: alimentos insalubres y más pobreza
9 de julio de 2009A pesar de los miles de millones de euros en subvenciones de la Unión Europea para el agro, los pequeños productores lecheros alemanes no logran sostenerse económicamente, y a muchos los amenaza la quiebra. Mientras tanto, en África cada vez más campesinos renuncian al cultivo de algodón, dado que los precios en el mercado textil son muy bajos. Ambos fenómenos están relacionados con las subvenciones agrarias.
Una vaca en el campo europeo le cuesta al contribuyente 2,50 euros por día. A pesar de que muy pocas personas, sólo un 3 por ciento de la población, vive de la agricultura y la ganadería, la mitad del presupuesto de la UE está destinado a las subvenciones agropecuarias. Como contrapunto, en muchos países africanos, un 80 por ciento de la población vive del campo. Y no recibe subvención alguna. Esto no sucede, claro está, sólo en África, sino también en América Latina.
Injusto reparto de recursos
En Europa, los campesinos deberían vivir mejor que en ningún lugar del mundo, y también los consumidores tendrían que poder elegir sus alimentos, a cual más sano, de la enorme diversidad existente. Después de todo, los habitantes de este continente financian con sus impuestos las subvenciones agrarias.
Pero dichas subvenciones no benefician directamente al consumidor, y esto es lo que muchos no saben. El apoyo económico al campo va a parar derecho a los grandes establecimientos agrícolas y a las empresas que elaboran y venden los alimentos. Debido a ello, en la Unión Europea sólo un 60 por ciento de los productores agrícolas recibe únicamente un 10 por ciento del total de las subvenciones. Y el dos por ciento de las grandes empresas, un cuarto del total.
La imagen de la producción agrícola-ganadera que tiene la mayoría de los consumidores europeos cuando van a hacer las compras es la de la pequeña granja familiar, imagen que ya no condice con la realidad. Como tampoco corresponde a la realidad la idea de que gracias a las subvenciones se asegura una alimentación sana para la población. Esto es lo que subraya Benedikt Haerlin, de la Fundación para el Futuro de la Agricultura, que fue uno de los que realizaron el Informe Agrario Mundial: “Hay que tener en claro que, hoy en día, la industria nos engaña a nosotros, los consumidores, promoviendo el consumo de alimentos perjudiciales para la salud financiados con miles de millones de euros. Toda la publicidad dedicada a la industria alimentaria es, en realidad, publicidad para la venta de productos insalubres. Nuestro problema como consumidores es que en el mundo ya hay tantas personas enfermas de sobrepeso como hay personas desnutridas.” Esto habla a las claras de un desequilibrio alimentario global.
Maximizar la producción no es la solución
Si se echa una mirada a quienes reciben las mayores subvenciones, se comprende el por qué de este desequilibrio. Son las grandes fábricas agrícolas y la industria alimentaria las que las reciben, y no las pequeñas o medianas empresas. Las fábricas de lácteos y de azúcar se llevan las subvenciones a la exportación, mientras los trabajadores y empresarios del campo luchan por la supervivencia. “Productos lácteos deliciosos y naturales”: con este slogan publicitario de una de las mayores industrias alimentarias alemanas se sugiere a los compradores que obtendrán alimentos de granjas pequeñas e idílicas, y no de las fábricas agrícolas.
“Caímos en esta industrialización al tener en cuenta cuánto produce un animal. Una gallina ponedora, por ejemplo, produce 300 huevos al año. Una vaca, 10.000 litros de leche en el mismo lapso. Y hemos tratado, a través de la industrialización, de incrementar estas cifras sin contemplar los efectos secundarios, es decir, lo que llamamos costos externos”, remarca la Dra. Susanne Gura, quien colaboró en un informe internacional sobre agricultura y cambio climático.
Pero los contribuyentes no sólo pagan las consecuencias del cambio climático. Las subvenciones, por más absurdo que parezca, han contribuido directamente al aumento de precios de los alimentos. En Gran Bretaña, una organización del consumidor calculó en el año 2000 cuánto le cuestan las subvenciones al consumidor en forma de impuestos y precios de comestibles. Llegó a la conclusión de que una familia tipo, compuesta por cuatro personas, gasta 100 euros más en alimentos con subvenciones que sin ellas.
En los EE.UU., un 60 por ciento de los granjeros no reciben nada del Estado, mientras un 10 por ciento obtiene el 72 por ciento del total de subvenciones. A causa de eso, no importa cuánto produzcan los campos europeos o estadounidenses, ya que el dinero se gana con subvenciones, y no con la cosecha. El exceso de producción conduce a una sobreoferta en el mercado, y así los precios bajan, por ejemplo, para el algodón de los africanos.
Los EE.UU. gastaron alrededor de cuatro mil millones de dólares entre 2001 y 2002 para apoyar a sus productores algodoneros, más de lo que se obtuvo con la cosecha total de algodón en el mercado mundial. Según expertos, estas subvenciones le cuestan a los campesinos africanos más de 250 millones de dólares anuales, lo cual lleva a millones de ellos a la ruina.
¿Una luz al final del túnel?
Si se cancelaran las subvenciones, África podría exportar un 75 por ciento más de algodón, según un estudio basado en cifras del Banco Mundial. Y todo esto no recaería, como lo hace ahora, sobre las espaldas de campesinos, consumidores y del medioambiente.
Por suerte parece verse una luz al final del túnel, un cambio en la política de subvenciones agrarias, dice Achim Steiner, jefe del Programa para el Medioambiente de las Naciones Unidas: “Pienso lo que seguramente la mayoría de los ministros de Medioambiente, que el desarrollo de nuestra agricultura no puede ser simplemente un desarrollo del modelo del siglo veinte. Es decir, el concepto agrícola-ganadero de maximización de la producción que, según convenga, se subvenciona con más o menos dinero. Tenemos que intentar aprender de los errores del pasado y corregirlos, plasmando los conocimientos en una nueva política agropecuaria. También en la UE se está discutiendo un nuevo concepto, pero no sólo discutiendo, sino que se lo está comenzando a aplicar”, explica Steiner.
Pero no son los ministros de Medioambiente quienes deciden sobre las subvenciones, sino los ministros de Hacienda y de Economía, y también los lobbys financieros. Hasta que el mercado agrícola se libere verdaderamente, como se propaga a menudo en las cumbres de la Organización Mundial del Comercio (OMC), todos pagaremos caro por la política de subvenciones actual, tanto los consumidores en los Estados subvencionadotes como los campesinos del tercer mundo.
Autor: Helle Jeppesen
Editora: Emilia Rojas Sasse