Desde África con amor
14 de febrero de 2017Es temporada alta para las granjas que rodean el lago africano de Naivasha. Las ciudades y aldeas alrededor del segundo lago de agua dulce más grande de Kenia forman el corazón de la industria de flores del país.
La primera granja se estableció en 1982, y desde entonces ya hay 60 granjas y 50.000 empleados. Algunos comparan el área del Gran Valle del Rift africano con las ciudades californianas del lejano oeste, a las que muchos acudieron para hacer fortuna durante la fiebre del oro. Hoy, las flores son el tesoro.
Durante gran parte del siglo XX, los Países Bajos fueron el mayor productor de flores del mundo. Actualmente, aunque siguen a la cabeza con una cuota de mercado del 10 por ciento aproximadamente, otros países están ganando terreno. Un tercio de las flores que se venden en Europa, por ejemplo, provienen de Kenia. La mayoría van a Alemania y Gran Bretaña. Después de Colombia, Kenia es el tercer mayor productor de flores del mundo y el más importante de África.
San Valentín y el Día de la Madre son las temporadas del año más importantes para la industria de flores en Kenia. El 30% de las ventas tienen lugar durante este período. No obstante, las flores también son un gran negocio durante el resto del año, según Jane Ngige, presidenta del Consejo de la Flor de Kenia.
"Es una industria que genera alrededor del 1,3% del PIB de Kenia”, explica Ngige. "Emplea a cerca de 100.000 personas directamente y a otras 500.000 indirectamente, y tiene un impacto en la vida de unos dos millones de personas en Kenia".
¿Una rosa ética y respetuosa con el medio ambiente?
El cultivo, la recogida, el embalaje y el transporte de rosas, y otras flores, es una operación que se realiza con precisión militar. El proceso de producción, que dura de ocho a doce semanas, carece de todo tipo de romanticismo y está profundamente marcado por el capitalismo – al igual que el Día de San Valentín, como dirían algunos cínicos.
Las rosas deben florecer exactamente en el momento adecuado y ser enviadas al extranjero, antes de que sobrepasen su cenit. La cercanía de Naivasha a la capital de Kenia, Nairobi, y sus buenas conexiones con Europa, lo convierten en un lugar técnicamente ideal para el transporte y comercio internacional de flores. Además, el cálido clima asegura que países como Kenia, Etiopía y Ecuador puedan producir flores de la misma calidad durante todo el año.
Sin embargo, el cultivo y el envío de flores tiene un gran coste, tanto económico como medioambiental. Y las grandes cantidades de agua que se necesitan, así como los pesticidas que se usan, son una carga para el lago Naivasha.
El agua se desvía hasta los invernaderos de las granjas, reduciendo el nivel hídrico del lago. Asimismo, a menudo, los productos químicos que se emplean para el cultivo se bombean directamente hasta el lago. "La presión sobre el lago por el crecimiento demográfico, la deforestación, la agricultura agresiva y el cambio climático, junto con la mala gestión de los recursos, conducen a una escasez y degradación de las tierras y del agua”, explica Julia Karlysheva, de la organización para la consolidación de la paz International Alert. "Eso, a veces, conduce a conflictos que son exacerbados por la pobreza, la desigualdad y la tensión étnica”, añade.
"Para los ganaderos masáis tradicionales, por ejemplo, para quienes los rebaños de vacuno son parte de su patrimonio cultural, la industria de flores, y otras industrias, dificultan el acceso al agua del lago para su propio ganado. A pesar del éxito económico de la industria de flores muchos masái tienen la sensación de no beneficiarse de ello”, explica a DW.
Los productores locales de flores han tratado de mejorar las prácticas de empleo y la gestión de los recursos a través de la colaboración con grupos conservacionistas como WWF Kenia.
De acuerdo con una investigación de International Alert de 2015 las condiciones de la industria de la jardinería en Kenia han mejorado. Entre otras medidas, los empleados han recibido asistencia sanitaria, se ha implantado el permiso de paternidad y se han creado guarderías para mujeres – que son mayoría en la fuerza laboral.
"En cuanto al medio ambiente, existe una creciente comprensión de la necesidad de utilizar el agua con más cuidado y responsabilidad”, dice Karlysheva. "Sin embargo, la actitud hacia la industria de flores tiende a ser negativa. Muchos empleados encuentran el trabajo duro, creen que está mal pagado y sufren problemas de salud debido al uso de diferentes productos químicos”, explica.
El presente es naranja
Aunque los Países Bajos ya no son el único productor importante de flores, todavía distribuyen alrededor del 60% de las flores que llegan a todo el mundo. Y es que una vez que las flores, muchas de ellas provenientes de África, llegan al norte transportadas por aire van a parar cerca del aeropuerto de Ámsterdam-Schiphol, a la subasta de flores más grande del mundo, en Aalsmeer.
Unos 20 millones de tallos cambian de manos aquí cada día. Postores, de todo el mundo, pueden a través del ordenador emitir una oferta y espectadores, sobre pasarelas elevadas, pueden observar los pequeños tractores, que arrastran remolques llenos de flores a través de las grandes naves del mercado.
Desde la década de 1990, las empresas holandesas han trasladado sus negocios hacia el sur, a países como Kenia y Etiopía, donde dicen que las condiciones de sol han impulsado la producción hasta en un 70%. Salarios más bajos y un mejor clima son los principales atractivos. Y si bien cabe pensar que enviar flores a miles de kilómetros podría tener un grave impacto en el medio ambiente, la visión completa es bien distinta.
Un estudio realizado en 2007 por la británica Universidad de Cranfield, comparó las rosas cultivadas en Holanda con las de Kenia. Teniendo en cuenta la energía consumida en la fabricación y transporte – ya sea por avión o camión – los investigadores llegaron a la conclusión de que 12.000 rosas kenianas dan lugar a 6.000 kilogramos de emisiones de CO2, mientras que el mismo número de rosas holandesas, cultivadas en invernaderos, genera alrededor de 35.000 kilogramos.
Por lo tanto, si en este Día de San Valentín se decide a comprar rosas de nuevo, eche un vistazo a la etiqueta y piense en lo que ha sido necesario para su cultivo.
Gren Norman