Sin un esfuerzo común, no habrá soluciones para Latinomérica
28 de octubre de 2019Hay enormes diferencias políticas entre países como Chile y Venezuela o Brasil y Bolivia. Pero todos ellos tienen claros puntos en común: su arrogante forma de poder y las parcialmente violentas protestas del pasado reciente. En Latinoamérica apenas existe un esfuerzo auténtico y duradero por lograr un equilibrio social. Se observa mucho más una tendencia hacia la distribución socialista o hacia la política de consolidación neoliberal que solo toma en cuenta a su propia clientela y que castiga o como mínimo desprecia al adversario político.
Incluso Chile, el país que estaba menos polarizado, que más ha practicado el consenso y que mejor iba económicamente no ha llevado a cabo políticas para lograr una mayor igualdad. La escisión que se ha hecho patente en Chile no reside en dos frentes políticos, sino entre aquellos que lo tienen todo y quienes quieren más y no lo reciben. La pobreza absoluta se redujo drásticamente en Chile en los últimos años, como, por cierto, también sucedió en Bolivia y en Brasil. Pero la nueva clase media surgida desea mayores posibilidades de ascenso, una participación auténtica, un futuro mejor para sus hijos y, sobre todo, no volver a la pobreza. No haber reconocido y entendido estas necesidades revela una profunda indiferencia por parte de los poderosos en Chile.
Redistribución del Estado sin contrapartida de la gente
Tanto Bolivia como Venezuela, pero también Brasil en la época que estuvo gobernado por el Partido de los Trabajadores, se limitaron a llevar una política de redistribución, pero sin invertir de forma seria y duradera en educación, infraestructura y sistemas sociales solidarios. Cuando los precios de las materias primas eran elevados, el Estado dispensaba generosamente subvenciones entre las capas más pobres de la sociedad. Pero ese tipo de beneficios se quedan tan solo en limosnas si no existe el deber anclado en la ley de que la gente lleve a cabo una contrapartida social, como, por ejemplo, el contrato entre generaciones que supone tener un sistema de pensiones decente. Pero nunca existió sobre este tema un diálogo político, que tendría que englobar a las clases ricas y a sus representantes políticos. En lugar de ello, la oposición quedó arrinconada, y se hizo un mal uso de la distribución de beneficios como medio para conservar el poder. El resultado es patente: Venezuela es una dictadura y Bolivia y Brasil van en el mismo camino, aunque por rutas diferentes.
Individualismo elevado a la máxima potencia
Argentina oscila desde hace décadas entre los extremos, sin que jamás se haya concretado un consenso entre los distintos grupos sociales. La única constante parece ser la total falta de disposición a confiar en el propio país o incluso a invertir en él. Hasta el día de hoy, gobierne quien gobierne, los argentinos que tienen dinero prefieren invertirlo antes en dólares que en su propia moneda. ¿Solidaridad con todos los ciudadanos, sea cual sea su clase social, solidaridad con el propio Estado o al menos con el país en el que al fin y al cabo se convive? ¿Pagar impuestos o contribuciones sociales para el bien común? Para nada. El lema en todas las clases sociales casi en todas partes es hacerse con todo lo que uno pueda. Las tasas impositivas son en parte demasiado bajas, la cifra de contribuyentes también y la evasión de impuestos se extiende por toda la sociedad, no en vano es tan grande el sector informal en Latinoamérica. Como consecuencia de todo ello, el Estado se financia mediante impuestos al consumo, lo que de nuevo supone una carga mayor para la población más pobre. Uruguay es tal vez el único país de Latinoamérica que ha logrado un cierto equilibrio en su legislación impositiva, aunque también allí el consenso hace aguas.
Las causas de la desconfianza y la posición de rechazo hacia la comunidad son numerosas. Abarcan desde la época colonial, con el racismo y los saqueos, pasando, por ejemplo en el caso chileno, por el extremadamente insuficiente trabajo de elaboración de la dictadura, o los conflictos civiles de Colombia y Perú, hasta la actual polarización entre distintos grupos políticos y clases sociales atizada por las redes, sin olvidar la omnipresente corrupción. A ello cabe añadir, que debido al pasado de dictaduras, a menudo no está prevista la reelección de los politicos; o solo una vez, lo que reduce la responsabilidad de la política, mientras al mismo tiempo el presidencialismo sigue limitando los controles democráticos.
Más consenso, más moderación, más centralidad
Latinoamérica tiene que superar un sinfín de problemas actuales y pasados, pero a estas alturas debería estar claro que hacerlo será imposible sin un esfuerzo común, sin un consenso social. Y en esa empresa es importante recordar un par de cuestiones básicas: no, no está justificado que nadie tenga por su origen más privilegios que otros. Sí, el que trabaja más y tiene más responsabilidad debe también ganar más dinero, siempre y cuando pague impuestos de forma proporcional. Sí, todo el mundo tiene derecho a la participación y al desarrollo, pero eso no es algo que pueda lograrse sin esfuerzo y solo mediante la redistribución. Si no amasamos todos, el pastel desaparece rápido, da igual lo grandes que sean las porciones.
Un Estado que no fija y cobra impuestos razonables ha fracasado. Quien no quiera pagar impuestos, no es un ciudadano. No llegar a acuerdos tampoco es una solución. La violencia, ya sea contra las personas o contra los objetos, ejercida por el Estado o por las calles, sin consideración hacia la vida humana, solo engendra contraviolencia. El diálogo y el consenso, la moderación y la centralidad pueden sonar aburridos, pero un poco más de todo esto le haría bien a Latinoamérica.
(ms/rrr)
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