Siberia en llamas, presagio de una nueva era
2 de agosto de 2019Cada vez que arden vastas extensiones de territorio en uno u otro rincón del mundo, Johann Georg Goldammer es consultado y escuchado con atención. Este científico de la Sociedad Max Planck para la Química y catedrático de la Universidad Albert Ludwigs de Friburgo, especializado en Ecología del Fuego, es también miembro del Centro de Monitorización de Incendios Globales (GFMC) de esa alma máter, un instituto clave para la coordinación entre agencias nacionales, regionales e internacionales –gubernamentales y no gubernamentales– cuando la flora del planeta se ve amenazada por las llamas, como lo es ahora la de Siberia.
Medidas extremas
Cuatro regiones de Rusia han sido declaradas en estado de excepción. Las autoridades informaron que, atizadas por temperaturas inusualmente altas, las llamas ya cubren una superficie de tres millones de hectáreas. El Gobierno ha pasado de desestimar el problema a pretender solucionarlo apelando a medidas extremas, como la de generar lluvias torrenciales artificialmente; los aviones dedicados a las labores de extinción dejaron de ser efectivos. Goldammer lleva más de un cuarto de siglo observando los incendios forestales en Siberia y, desde 1993, viene prediciendo que los fuegos de gran escala se harán más frecuentes.
“La clase política ignoró por mucho tiempo las advertencias que hicimos”, dice el experto en entrevista con DW. Goldammer trae a colación que no todos los incendios forestales deben ser apagados, esgrimiendo que es necesario reservarle un espacio en la naturaleza al fuego porque este tiene como virtud la capacidad de propiciar el crecimiento de los árboles. Por otro lado, el especialista subraya que, en muchos lugares, una gestión forestal no sustentable y el calentamiento global han reducido al mínimo el tiempo de regeneración natural de la flora. En esos parajes, simplemente dejar que los bosques y las selvas ardan ya no es una opción.
Profesión: gerente de incendios
En la zona boreal, al norte del globo, un bosque chamuscado tarda cientos de años en volver a exhibir la estabilidad y la biodiversidad que poseía antes de un incendio. Para Goldammer, la respuesta adecuada para situaciones como la registrada en Siberia pasa por invertir en la profesionalización de aquellos encargados de sofocar las llamas, por ofrecerles una capacitación con base científica para que tomen las medidas pertinentes. “A veces es muy difícil distinguir entre un incendio con efectos positivos y uno con efectos meramente destructivos”, señala. A sus ojos, no basta con dominar las técnicas para apagar incendios forestales.
Él y sus colegas recomiendan crear la figura del gerente de incendios, dotado con conocimiento ecológico. “Las crisis estándar que enfrentan los bomberos voluntarios o profesionales –los accidentes automovilísticos y los incendios urbanos– no demandan ese conocimiento especial, pero hay otros escenarios que se harán recurrentes en el futuro que sí lo ameritan”, explica Goldammer. Datos recopilados por satélites revelan que cada año se incendian terrenos de entre trescientos millones y seiscientos millones de hectáreas. Y estos desastres son una amenaza para la humanidad porque alteran su hábitat de manera dramática.
Mikhail Bushuev (erc/ms)
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