"Se abre un conflicto social nuevo"
3 de abril de 2007La segunda parte del informe de Naciones Unidas sobre el cambio climático parece presentarse tan desoladora como la primera. Las consecuencias del daño ocasionado a nuestro ecosistema se hacen cada vez más visibles: no sólo para las plantas, los aires y las aguas, sino también para los seres humanos.
Por ejemplo, millones de personas se podrían verse obligadas a abandonar sus lugares de residencia, dice Thomas Faist, profesor de la universidad de Bielefeld. Con fondos de la Unión Europea, Faist se dedicará a estudiar la forma que podrían tomar estos procesos migratorios y el modo de contribuir a frenarlos o, en el mejor de los casos, a evitarlos. La tarea no es un imposible, asegura.
DW-WORLD: Usted dirige un proyecto, financiado por la Unión Europea, que se encarga de estudiar la relación entre el cambio climático y los futuros procesos migratorios. ¿Quiénes forman parte de su equipo?
Thomas Faist: En el proyecto participan ocho institutos de investigación, empresas privadas y universidades en Alemania, Holanda, Bélgica, Austria y Hungría. Es decir: se trata de un variopinto grupo de institutos, privados y públicos, que estudian la relación entre la destrucción del medio ambiente y la migración forzada.
DW-WORLD: Si el nivel de los mares crece y las costas se inundan, millones de personas se verán obligadas a emigrar…
T. F.: Esa sería una consecuencia directa del cambio climático que podría llevar a un proceso migratorio. El cambio climático también puede conducir a conflictos étnicos y políticos si, por ejemplo, se vuelven escasas las reservas de agua subterránea o aumenta la deforestación, y éstos a su vez obligarían a muchas personas a emprender la emigración.
Pero quedarse aquí es no pasar de una visión demasiado simplista del problema. La destrucción del medio ambiente no desata sola los procesos migratorios. Por ejemplo, la guerra en Ruanda a mediados de los años 90 se entiende como un conflicto causado por la escasez de recursos, es decir, de tierra, entre hutus y tutsis. Pero el conflicto nunca se habría producido si antes no se hubieran dado tensiones políticas entre esos grupos. Es decir, que no es sólo la destrucción del medio ambiente lo que genera flujos de migración forzada, sino ésta en combinación con factores políticos.
DW-WORLD: Pero los países del Tercer Mundo se verán más afectados por el problema ecológico y migratorio que los del Primer Mundo…
T. F.: Sí, porque los Estados de Europa, América del norte o Australia cuentan con sistemas y políticas mucho mejores para hacer frente al cambio climático.
En los Países Bajos existe un sistema muy eficiente de diques y otras medidas de seguridad para protegerse de la subida del nivel del mar. Esos sistemas de prevención no existen, por ejemplo, en Bangladesh: no tanto porque el país carezca de recursos para construir diques, sino más bien por falta de capacidad gubernamental para proceder a este tipo de programas.
¿Un nuevo concepto de frontera y nacionalidad? ¡Siga leyendo!
DW-WORLD: Si se llegan a producir esas migraciones, ¿tendremos que modificar nuestros conceptos de frontera y nacionalidad?
T. F.: Creo que, hasta el momento, la temática de la migración se ha venido abordando desde la idea del control. La Unión Europea ha creado a su alrededor un cinturón de seguridad, en el norte de África y el este de Europa, que es muy eficaz y sobre el que la presión no va aumentar significativamente. Pocas de las personas que perderán sus hogares a consecuencia del cambio climático tendrán la posibilidad de emigrar a los países industrializados. Por lo general, permanecerán en sus países o en los países vecinos.
Por lo tanto, no creo que en este sentido el cambio climático vaya a llevar a un cambio de mentalidad en lo que a migración, pluralismo y diversidad étnica se refiere.
DW-WORLD: Cada día vivimos cómo miles de personas abandonan sus países de origen por motivos económicos. Si esas personas se ven obligadas a huir de un lugar que además ya no existe, ¿podría desencadenarse una catástrofe humanitaria?
T. F.: Sí. Si las cosas no cambian, la brecha entre ricos y pobres se hará cada vez más profunda y la destrucción provocada por el cambio climático afectará a unos países más que a otros, de un modo absolutamente desigual. Aquí se abre un conflicto social nuevo. Un nuevo dilema social, agudizado por los problemas ecológicos.
DW-WORLD: 634 millones de personas viven en regiones que con toda probabilidad, si seguimos contaminando el planeta, acabarán bajo agua. ¿Es posible prepararse para una situación tal?
T. F.: Existe un ejemplo concreto, el de la isla Tuvalu en el sur del océano Pacífico, que ha llegado a un acuerdo con Australia para que todos sus habitantes puedan emigrar a este país en caso de necesidad. Pero este tipo de medidas no son la solución al problema. Es poco probable que se pueda encontrar refugio para 634 millones de personas.
Por eso, es urgente que las regiones que están amenazadas por las inundaciones comiencen a protegerse con diques y otros sistemas, como llevan haciendo los holandeses desde hace siglos. El ejemplo de los Países Bajos demuestra que las posibilidades tecnológicas existen. El problema reside en que la motivación política acompañe.
DW-WORLD: ¿Quedan por lo tanto aún motivos para la esperanza?
Sí, yo creo que existen aún probabilidades para el éxito porque, por un lado, tenemos ejemplos positivos a los que hacer referencia y, por el otro, porque es evidente que tenemos que actuar. No podemos esperar a enfrentarnos a más consecuencias del cambio climático. Con cada postergación minimizamos nuestras posibilidades de acción.