Schiller y su amor por la música
28 de septiembre de 2005Alegría, centella divina,
Hija de Elíseo,
Ebrios de fuego
penetramos, ¡oh diosa celeste!,
tu santuario.
Con estas palabras de la Oda a la alegría comienza el famosísimo coro final de la Novena Sinfonía de Ludwig van Beethoven. Esta obra tiene una historia ambivalente: así como Adolf Hitler ordenaba ejecutarla en sus aniversarios, Leonard Bernstein también conmemoró con la oda la caída del muro de Berlín el 10 de noviembre de 1989.
Recibid un abrazo, millones de criaturas,
¡este beso es para el mundo entero!
El poema de 1785 es tal vez el más famoso, pero apenas uno de los innumerables ejemplos de la profunda e intensa relación de Friedrich Schiller (1759-1805) con la música. Para el poeta, nacido en Marbach, dicho arte era un asunto de enorme seriedad, e iba mucho más allá de la pura diversión o del juego con los sonidos.
Arrebato, no cosquillas
En su ensayo "Sobre lo patético", Schiller revela lo que espera de la música: que entusiasme a quien la escucha, que no le provoque sólo "cosquilleos agradables". Por otro lado, ese arrebatamiento debe obedecer a ciertas reglas. Según Schiller "La música de los innovadores también parece apoyarse únicamente en la sensualidad. Una expresión de una sensualidad rayana con lo animal acostumbra revelarse en todos los rostros; los ojos ebrios se quedan paralizados, la boca abierta es deseo puro, un temblor voluptuoso posee los cuerpos. Afirmo que el gusto noble y masculino excluye del arte todas esas sensaciones."
Tamaño compromiso explica la pasión de sus opiniones sobre determinadas obras y personajes de la escena musical. Schiller despreciaba al compositor y musicólogo Johann Friedrich Reichardt (1752-1814), tachándolo de "hombre astuto, insoportablemente atrevido e impertinente" y de "insecto": "Realmente deberíamos atraparlo y matarlo, si no, no nos dejará en paz". Sin embargo, esa antipatía no llega a destruir la admiración de Reichardt por el poeta, ni impedirle componer varias canciones basadas en textos schillerianos.
Cierta vez, el representante del movimiento Sturm und Drang caracterizó una presentación del oratorio La creación de Joseph Haydn como "una miscelánea sin carácter". Por otro lado, la ópera Ifigenia en Tauris, de Christoph Willibald Glück, representó para Schiller un "placer sin fin" y un paradigma del clasicismo musical. En 1800, escribió al colega Johann Wolfgang Goethe: "Esa música es tan celestial que en el ensayo, entre las bromas y distracciones de los cantantes, me conmueve hasta las lágrimas."
Asesinato con acompañamiento musical
Aunque jamás se haya arriesgado a meterse en el campo del libreto para ópera, la concepción teatral de Schiller es frecuentemente operística. En 1797, en otra carta a Goethe, confesó: "Siempre tuve una cierta confianza en la ópera, y en que la tragedia se libraría de una forma más noble, como en los coros de las antiguas bacanales."
Por ejemplo, la primera escena de Guillermo Tell abunda en rúbricas musicales sugestivas:
aún con el telón bajo, el público oye una melodía folclórica suiza y el "badajo armónico de los cencerros", que se prolonga luego dentro de la escena. Sube el telón, y, antecediendo al texto dramático propiamente dicho, un aprendiz de pescador canta desde su canoa, un pastor responde desde la montaña con otra canción, hasta que un cazador alpino finaliza la introducción musical. Schiller especifica que las canciones siguientes deben ser variaciones sobre la melodía suiza que se escucha al inicio.
Más tarde, en la escena central de la obra, la tercera del cuarto acto, Schiller compone un momento de compleja ironía dramático-musical, digna de Puccini. Durante el conflicto con Gessler, un cortejo nupcial se aproxima por atrás del escenario: la alegría despreocupada ofrece un contrapunto eficiente a la creciente tensión del primer plano. La entrada del cortejo coincide con el flechazo fatal de Tell: el tirano sangra hasta la muerte, y la música alegre continúa hasta que uno de los dos hombres de Gessler dice:
¿Está loca esta gente, que acompaña el asesinato con música? ¡Hacedlos callar!
Lieder y ópera
Además de los ya mencionados Beethoven y Reichhardt, prácticamente ninguno de los grandes compositores románticos dejó de recorrer las palabras, ideas o tramas teatrales de Schiller como fuente de inspiración musical. Aquí se pueden mencionar los lieder de Franz Schubert, Robert Schumann, Félix Mendelssohn, o el poema sinfónico N° 12 de Franz Liszt, basado en el poema Los ideales.
Schiller se transformó en el favorito de libretistas y compositores italianos por su representación emocional de los destinos humanos, plena de episodios dramáticos. Entre 1813 y 1876 nada menos que 19 de sus obras subieron a los escenarios de Italia transformadas en ópera.
Tal vez debido a la calidad de las adaptaciones, que eran superficiales y simplificadoras, la mayoría de esas obras desapareció completamente del repertorio. Dentro de las que sobrevivieron se cuentan María Stuart, de Gaetano Donizetti y Guillermo Tell, de Gioacchino Rossini. Y, sobre todo, los cuatro dramas de Guiseppe Verdi: Joana d´Arc, I Masnadieri (basada en Los bandidos), Luisa Millar (Cábala y amor) y Don Carlos. De éstas, sólo la última preserva en su libreto algo de la calidad y dimensión poético-teatral del original.
Escapándose con la música
Schiller y la música: una relación tumultuosa y apasionada. Para terminar, un episodio interesante de su biografía, con significado casi alegórico: en septiembre de 1782, Schiller fue obligado a huir de la guarnición militar de Stuttgart, donde actuaba como médico, escapándose de la persecución del duque Carlos Eugenio.
No sólo las prácticas literarias estaban prohibidas entre los militares: como algunos meses atrás el duque castigó al poeta con prisión por haberse retirado sin su permiso a fin de asistir a un recital de Los bandidos en Mannheim. Significativamente, Schiller eligió como compañero de fuga a ningún otro que Andreas Streicher, su gran amigo y…músico.