"¡Nunca más a la antigua Unión Soviética!
7 de marzo de 2022Dejaron sus gallinas, cabras y perros a los vecinos. Los jubilados Ludmila y Vasile han llegado al triángulo fronterizo donde se encuentran Rumania, Moldavia y Ucrania.
La pareja procede de un pueblo cercano a la ciudad ucraniana de Tatarbunary, a medio camino entre Odesa y la ciudad portuaria rumana de Galati. Pusieron sus pertenencias más importantes en una pequeña maleta roja de apenas diez kilos.
Con dificultad, caminaron una hora y media desde el puesto fronterizo ucraniano hasta la ciudad moldavo-rumana de Giurgiulesti, en el triángulo fronterizo. Sus rostros están rojos de frío, afuera hay solo dos grados centígrados y sopla un fuerte viento. La larga caminata los ha agotado.
Ludmila está triste y preocupada. Ella y su marido llevan toda la noche caminando, sin embargo, no han querido tomar el autobús.
"Hubiera sido aún más doloroso ver a tantas madres solas con sus bebés en el autobús", dice Ludmila en una entrevista con DW. Su marido, Vasile, añade: "No puedo escuchar el llanto de estos pobres niños, sin saber cuándo volverán a tener un hogar".
Antes de huir, habían oído en las noticias que debían contar con bombas entre las dos y las cinco de la mañana. "¿Cuándo se supone que vamos a dormir? ¿Cómo vamos a vivir así?", pregunta Ludmila.
Rusia, tema tabú
La pareja no quiere hablar de Rusia, ni de política, ni de la guerra. Como si aún tuvieran miedo de culpar a alguien por su dramática situación.
Ludmila y Vasile imaginaban una jubilación tranquila. "Después de décadas de duro trabajo, queríamos disfrutar de unos años felices, pero en lugar de eso, ahora tenemos que huir de una guerra", dice Vasile.
Un agente de la Policía Fronteriza rumana llama al primo de Ludmila desde su propio teléfono móvil para que recoja a la pareja de jubilados en Giurgiulesti. Mientras tanto, los dos esperan en una gran sala donde los voluntarios rumanos les ofrecen té y café.
Pero Ludmila y Vasile no quieren beber ni comer. Sólo quieren alejarse lo antes posible de la frontera con Ucrania. Nos cuentan que tienen dos hijos mayores que viven en Austria desde hace tiempo. Esperan llegar hasta allí.
Hacia el oeste en auto de lujo
Cada día, miles de refugiados de Ucrania cruzan la frontera en Giurgiulesti. La mayoría, en sus propios automóviles. Según las autoridades locales, alrededor del 75% sigue viaje hacia la frontera occidental de Rumania. El sábado, el Ministerio del Interior rumano informó que casi 2.400 refugiados ucranianos han solicitado asilo en el país.
En la zona fronteriza de los tres países hay un llamativo número de coches de lujo. La mayoría pertenece a refugiados ricos de la región de Odessa. Un Audi Q7 blanco acelera enérgicamente después de que el conductor y su pareja muestran su documentación a los agentes fronterizos rumanos.
La voluntaria Mariana, que lleva tres horas de pie en el frío ofreciendo tarjetas telefónicas gratuitas a los refugiados, murmura: "Tantos refugiados que se están congelando y no tienen medios de transporte, y en un auto tan grande solo van dos personas".
Mariana es ucraniana y lleva 15 años viviendo en Rumania. Desde que empezó la guerra, colabora como voluntaria y ayuda a traducir. Sus padres vinieron a visitarla a Rumania desde Ucrania justo un día antes de que comenzara la guerra, se alegra.
"Aceptaré cualquier trabajo"
En la gran sala donde se atiende a los recién llegados, a veces hay más voluntarios rumanos que refugiados. En el lado rumano, todo está bien organizado, las cosas se mueven rápidamente. En el puesto de control fronterizo moldavo suele ser donde se producen los atascos más largos. Pero tanto en Rumania como en la República de Moldavia, la solidaridad con los refugiados de Ucrania es grande: hay numerosos voluntarios, y las autoridades ofrecen transporte gratuito y alojamiento de emergencia a los refugiados. En Giurgiulesti se pueden ver numerosos autobuses con matrículas moldavas que llevan a los refugiados a la ciudad rumana de Galati, que es más grande.
Una bibliotecaria de la ciudad ucraniana de Kiliya y su amiga también han llegado a Giurgiulesti, cada una con dos hijos. Ya es la segunda vez que tiene que huir, dice a la reportera de DW. Tuvo que dejar atrás su hogar en Crimea en 2014, después de que Rusia anexionara la península.
No quiere saber nada de los rusos, no quiere volver nunca más. En Kiliyá cerró con llave la puerta del departamento que acababa de comprar, y no miró atrás.
La mujer, de 46 años, está divorciada y lleva mucho tiempo luchando por llegar a fin de mes como madre soltera de dos hijos. "Aceptaré cualquier trabajo", dice a DW.
Empezar de nuevo en un país extranjero no será fácil, sobre todo si hay que aprender un nuevo idioma. Pero hará todo lo posible para que sus hijos puedan estudiar y tener un futuro mejor, "para que nunca tengan que volver a la antigua Unión Soviética". "Nunca fue feliz allí", admite, "ni siquiera cuando era joven".
En la ciudad fronteriza de Giurgiulesti ya se siente mejor, porque no se oyen sirenas. Todavía no está claro cómo seguirá. Pero uno de sus mayores deseos tiene que ver con el político por el que dos veces tuvo que abandonar su casa: "Quiero que Putin vaya a la cárcel".
(md/cp)