Se habla de "biopiratería” cuando empresas se apropian del desarrollo o de la investigación de recursos genéticos o de sus correspondientes conocimientos tradicionales, sin recompensar a las comunidades indígenas. En su mayoría se trata de plantas comestibles y medicinales cuyos efectos y preparación fueron descubiertos y cultivados por comunidades indígenas. Los consorcios se apoderan de estos conocimientos y obtienen grandes beneficios con ello. Siglos atrás, los paí tavyterá en el noreste de Paraguay, descubrieron el efecto edulcorante de la planta de estevia. Hoy se ha transformado en un negocio multimillonario del cual los paí tavyterá quedaron excluidos. Ahora viven en reservas indígenas, rodeados de monocultivos y explotaciones ganaderas. Y la planta de estevia silvestre está casi extinguida. Los descendientes de los khoikhoi y de los san se encuentran en una situación similar: los indígenas de Sudáfrica fueron los primeros en preparar el rooibos para su consumo. La planta, que sólo crece en la región sudafricana de Cederberg, se cultiva ahora con fines comerciales y se vende en todo el mundo, sobre todo como infusión de rooibos. La lucha contra la biopiratería no solo se centra en las patentes y en lo económico, sino también en la protección de la biodiversidad: los pueblos indígenas disponen de unos grandísimos conocimientos y comprensión de la naturaleza. La UNESCO y otras instituciones reconocen a estas comunidades como importantes guardianes de la biodiversidad. Mientras que los convenios internacionales deberían garantizar a los pueblos indígenas y a los países de origen un reparto justo de los beneficios por proporcionar el acceso a sus recursos genéticos, la realidad es otra: Tanto por parte de la industria como de la política se manifiesta una falta de voluntad para regular las compensaciones económicas. Como consecuencia, la biopiratería es un fenómeno que se ha extendido, especialmente en las áreas ricas en biodiversidad en el Sur Global.