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“Para Rusia, la ‘línea roja’ es la OTAN”

Jeanette Seiffert(ERC)17 de marzo de 2014

La ONU no pudo evitar que Rusia se saliera con la suya en Crimea. Para el experto en derecho internacional Johannes Varwick, Moscú pone a prueba la capacidad de los organismos internacionales para resolver conflictos.

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Imagen: Reuters

Aparte de ser profesor de Relaciones Internacionales y Política Europea en la Universidad Martín Lutero de Halle-Wittenberg, Johannes Varwick es miembro del consejo de investigación de la Sociedad Alemana para las Naciones Unidas y del comité consultivo del Ministerio alemán de Exteriores para atender todo lo relativo a la ONU. Deutsche Welle habló con Varwick sobre el significado que tienen la reciente intervención del Kremlin en la crisis ucraniana y el enfrentamiento entre Rusia y Occidente significa para los organismos internacionales.

Deutsche Welle: Siete reuniones extraordinarias del Consejo de Seguridad de la ONU en sólo dos semanas no pudieron evitar que Rusia allanara el camino para su anexión de Crimea. El poder de veto de Rusia en dicha organización bloqueó la capacidad de actuación del consejo. ¿Puede la ONU jugar un papel significativo cuando afloren otros conflictos como el de Ucrania?

Johannes Varwick: Creo que la capacidad de maniobra de organismos internacionales como la ONU es muy limitada. Rusia impone sus intereses de tal manera que ni siquiera es imaginable que mediadores externos puedan jugar papel alguno en la materia. En este caso, el ejercicio del poder y el ejercicio del derecho han sido cosas muy distintas. Pero eso es algo que no se les puede reprochar a los organismos internacionales. Esta es simplemente una situación en la que un Estado está decidido a todo y los demás países no están en situación de truncar sus aspiraciones. La única alternativa disponible es radicalizar las posturas y dejar que el conflicto se intensifique; pero hay muy buenas razones para que nadie quiera pone en práctica esa opción. Lo más probable es que Rusia se salga con la suya esta vez.

¿Significa eso que, en general, la ONU pierde peso en la arena internacional? Y de ser así, ¿qué implica eso para las otras tareas en las que está involucrado ese organismo: la guerra de Siria y la misión de la ONU en Afganistán, por ejemplo?

En las áreas que no le competen al Consejo de Seguridad de la ONU, el resto de la organización funciona como lo ha hecho hasta ahora. Las Naciones Unidas tienen un campo de acción enorme. La situación es la siguiente: ninguna moción de peso puede tener lugar sin la voluntad de las potencias con poder de veto en el Consejo de Seguridad. Eso no es así por accidente, sino que está claramente estipulado en la Carta de las Naciones Unidas. La filosofía que sustenta ese convenio es que un organismo como la ONU vive del consenso en su seno y no puede funcionar en contra de los intereses de los Estados más poderosos. Este sistema de veto tiene una cierta lógica. Claro que, en casos como el de la crisis ucraniana, esa lógica colinda con el cinismo. Pero esa es la realidad de la política internacional.

¿Y qué hay de las otras organizaciones internacionales? En este momento se habla de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) como una instancia que podría actuar como mediador?

Allí existen los mismos problemas que vemos en la ONU. De hecho, esos problemas afloran en todos los gremios imaginables. Los intereses de Rusia no son compatibles con los de otros Estados. Ese es un hecho que ningún organismo internacional puede compensar, ni siquiera apelando al mediador más capaz. Uno sólo puede aceptar la manera de proceder de Rusia o defenderse contra esa manera de proceder y pagar el precio que eso implica. Eso aplica para el caso de las sanciones económicas, que, por cierto, no van a impresionar a Rusia porque Moscú sabe que los otros Estados no están dispuestos a ir muy lejos con esas medidas. En ese tipo de situaciones no está mal entablar negociaciones: es posible crear grupos de contacto, mantener canales de conversación. Por otro lado, uno no debería hacerse demasiadas ilusiones y esperar que Rusia deje de actuar como lo hace.

A su juicio, ¿qué actitud debería asumir la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)? También esa alianza se encuentra en un dilema: una cooperación más estrecha con Ucrania es inevitable, pero ofrecerle la membresía a toda prisa puede crear las condiciones para una guerra…

Así es. El escenario que usted describe propiciaría un conflicto militar y eso es algo que nadie en pleno uso de razón querría. Ucrania desearía que los otros Estados estuvieran dispuestos a ir a la guerra por ella, pero, en realidad, esa opción no existe. Por otro lado, eso no quiere decir que la OTAN no sea un organismo significativo: yo creo que la OTAN tiene un efecto estabilizador porque los Estados que ahora se sienten amenazados por Rusia –sobre todo Polonia y otros países de Europa Oriental y los Balcanes– perciben su posible adhesión a las filas de la OTAN como un escudo contra las agresiones rusas. Ojalá los miembros de la OTAN tengan la certeza unánime de que los territorios de la OTAN son una ‘línea roja’ para Rusia; una línea que Moscú no se atrevería a cruzar sin arriesgar verse implicado en un conflicto militar. Se puede debatir sobre si una admisión temprana de Ucrania y Georgia en las filas de la OTAN hubiera sido apropiada: si eso se hubiera hecho en 2008, por ejemplo, hoy estaríamos presenciando una situación totalmente distinta. Pero esa iniciativa también habría podido conducir a la intensificación de las tensiones militares. En todo caso, el conflicto ucraniano es relativamente fácil de aislar porque la ‘línea roja’ de Rusia no es Crimea ni el este de Ucrania, sino las fronteras de los Estados miembros de la OTAN.

¿Cómo puede tener éxito la solución de conflictos a escala internacional en el marco de un orden mundial multipolar, con actores e intereses tan distintos?

Uno tiene que considerar los intereses de todos los participantes tempranamente. Esa es una de las lecciones de la crisis de Ucrania. En el caso que nos ocupa, eso pasa por considerar los intereses rusos en el cálculo que se está haciendo. El intento de mediación de Alemania, Polonia y Francia en Kiev, en febrero de este año, exhibió una actitud muy ingenua porque ninguno de esos países pensó en todas las implicaciones posibles. Ellos habrían debido reflexionar sobre el efecto que un golpe de Estado tendría sobre Crimea y el este de Ucrania. Ellos habrían debido involucrar estrechamente a Rusia y llegar a un acuerdo en esa fase inicial. Es evidente que eso no fue lo que pasó, porque los ‘mediadores’ se confiaron demasiado.