Opinión: Trump y su visión del mundo árabe
21 de mayo de 2017En sus buenos momentos, Donald Trump puede llegar a ser el gran maestro del instante. Durante la campaña electoral proclamó su "Make America Great Again" y, pocas semanas después de su toma de posesión, dio un discurso en cierto modo conciliador, en el que logró un tono algo patético, aunque muy digno, que consiguió impresionar al público. Al menos durante el tiempo que utilizó ese tono conciliador, cuyo efecto fue efímero, ya que sus discursos anteriores habían mostrado un Trump muy distinto. Un Trump que llamaba la atención por sus afirmaciones menos generosas, contradictorias con el tono altruista que utilizó después.
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De manera similar se comportó en su largamente esperado discurso ante los líderes árabes. La ocasión imponía. Reunidos estaban para escucharlo los líderes políticos del mundo árabe, aquellos que dictan a sus pueblos el camino a seguir en Cercano Oriente. Al contrario de lo que ocurrió en el discurso de Obama en 2009 ante los estudiantes de la Universidad de El Cairo, no había representación del pueblo.
El arte de la amabilidad
Trump dijo muchas cosas adecuadas ante su público, aunque esta vez su tono conciliador también venía precedido de tensión, debido a su intento de prohibir el ingreso a Estados Unidos a ciudadanos de seis países islámicos. El tono del presidente de Estados Unidos este domingo (21.05.2017) fue muy distinto de las maneras que utilizó durante el debate en su país sobre el veto de ingreso.
Hoy fue generoso respecto a ese tema, diciendo que la actual violencia en Cercano Oriente "no se debe a un conflicto entre distintas religiones, sino a una lucha entre bárbaros criminales y personas decentes de cualquier fe". También fue constructiva su afirmación de que "Estados Unidos no tiene intención de decir a nadie cómo debe vivir ni cuál debe ser su religión". También formuló en tono mesurado y amable su alusión a la responsabilidad del mundo árabe para actuar activamente contra los extremistas islámicos.
Los oídos de los otros
Sin embargo, cierto malestar queda tras su discurso. El motivo es que sus palabras tienen poco que ver con otras declaraciones que Trump hizo poco antes, durante el mismo viaje. Dijo que el megaacuerdo armamentístico con Arabia Saudí, que rondará los 110.000 millones de dólares, supone un "fantástico equipamiento militar" y que las armas garantizan una "extraordinaria seguridad".
Estas palabras debieron sonar como una burla a oídos de los yemenitas, cuyo país sufre una guerra brutal y cobardemente llevada a cabo por aire por Arabia Saudí. Y qué pensarán los egipcios, que se ven confrontados con un Estado que tira cada vez más por la borda los estándares sobre derechos humanos y cuya seguridad fue calificada por Trump durante el viaje como "muy elevada". Como si allí no existiera ninguna de las deficiencias políticas, económicas y del estado de derecho que hacen de Egipto tierra fértil para el yihadismo.
Malestar por lo silenciado
El discurso de Trump ha puesto de manifiesto también el oscuro reverso de ese apasionado fervor que el presidente siente por el instante. Trump está tan focalizado en el aquí y ahora, que deja de lado demasiados temas importantes. Por ejemplo, la difícil situación de los derechos humanos en Arabia Saudí y el pánico, un tanto exagerado, de aquel reino hacia Irán. Todos estos aspectos contribuyen poco a esa "seguridad extraordinaria" de la que habla Trump, por decirlo de forma suave.
Al menos pareció insinuar cierta crítica hacia la propagación del wahabismo patrocinada con miles de millones de petrodólares por instituciones privadas saudíes. La mayoría de lo que Trump dijo en su discurso dirigido al mundo árabe fue acertado y comprensible. Comprobamos con alivio que habló de extremismo "islamista", no "islámico". No todo el mundo confiaba en que fuera capaz de hacer tal distinción. Lo que es menos comprensible es que dejara de lado en su discurso temas decisivos. Su discurso fue edificante. Pero logró su objetivo solo hasta cierto punto.
Autor: Kersten Knipp (MS/LGC)