Opinión: Prisión para Lula, terremoto político
13 de julio de 2017"Nunca antes en la historia de este país..." era una de las muletillas favoritas del expresidente brasileño Luiz Inacio Lula da Silva cuando estaba en el cargo. Se refería, y con razón, a las conquistas sociales y económicas de su gobierno. El miércoles (12.07.2017), acabó volviéndose una ironía histórica. Porque nunca antes en la historia de Brasil un expresidente había sido condenado. Y por el más despreciable de los delitos que un político puede cometer a ojos de los brasileños: la corrupción, el uso del poder público en beneficio propio.
Desde el punto de vista histórico y biográfico, la sentencia del juez Sergio Moro representa una espectacular caída para quien fuera uno de los presidentes más populares en la historia de su país y uno de los más conocidos y carismáticos del mundo. Si se confirma la sentencia, supondrá un final trágico para la carrera política de Lula, que tiene 71 años.
Pero, aparte de la ironía histórica, la tragedia biográfica y el estigma de corrupción que la condena judicial le deja, acompañado del inevitable juicio paralelo de una prensa ya ávida por condenarlo, la sentencia de Moro no tiene efectos prácticos inmediatos. Lula no irá a la cárcel, como decidió el juez, ni la sentencia es definitiva, pues es de primera instancia y cabe recurso. El expresidente tampoco está incapacitado para concurrir a la Presidencia de la República en las elecciones de 2018. Lula puede todavía, además, ser absuelto en segunda instancia por el Tribunal Regional Federal de la 4ª Región.
Los efectos, de hecho, se dejarán sentir en lo que, para muchos brasileños, está detrás de la sentencia: la campaña presidencial de 2018, que está ya marchando a toda máquina. Y Lula encabeza las encuestas. Sacarlo de ahí interesa a todos los enemigos del Partido de los Trabajadores, que son muchos.
Lula y el PT van a seguir insistiendo en el argumento de la persecución política, en el intento de sacarlo a toda costa de la campaña electoral. En un país donde una presidenta perdió el mandato más por impopularidad, tanto entre parte de la población como entre la élite empresarial, que realmente por delitos que hubiera cometido; en un país donde no faltan políticos acusados de corrupción que disfruten de plena libertad, es un argumento convincente y de gran peso entre las capas de electores de Lula. Para sus detractores, la condena es la prueba definitiva de que es corrupto. Y poco importa para ellos si la sentencia es definitiva o no.
Así, la condena contra Lula da Silva a nueve años y medio de prisión supone un terremoto político que profundiza aún más la división dentro de una sociedad ya polarizada, que encona aún más los ánimos entre una derecha y una izquierda ya en pie de guerra. Es, preferencias políticas aparte, un golpe duro y de alto valor simbólico para una nación que creyó en sí misma y hoy parece no tocar fondo. E indica que la crisis política y económica que hace años atenaza a Brasil, consecuencia de esa polarización social, todavía está muy lejos de solucionarse.
Autor: Alexandre Schossler (lgc)