Opinión: Nadie asistió a la Cumbre Humanitaria Mundial
25 de mayo de 2016A Ban Ki-moon le falta carisma como secretario general de las Naciones Unidas. El diplomático surcoreano no logró persuadir a muchos jefes de Estado y de Gobierno occidentales de asistir a la I Cumbre Humanitaria Mundial. ¿Para qué? ¿Para oír hablar otra vez sobre la gente que pasa hambre en el sur de África debido a otra sequía? ¿Qué más se puede decir sobre la situación de los refugiados cuando los propios compatriotas se niegan a darle asilo en Europa? ¿Cuántas veces más se va a discutir sobre los millones de niños sin acceso a educación o sobre la violencia sexual perpetrada contra mujeres, incluso como arma de guerra?
El colmo del sufrimiento
“Hoy somos testigos de más sufrimiento del que jamás se ha visto desde la fundación de las Naciones Unidas”, comentaba Ban Ki-moon, esmerándose en ablandar corazones y despertar consciencias. Pero tanto el presidente de Francia, François Hollande, como su homólogo británico, David Cameron, y otros mandatarios de Estados industrializados parecen estar hartos de limitarse a hablar sobre el dolor ajeno. Ellos ni siquiera se acercaron a la cumbre en cuestión. La honrosa excepción: la canciller de Alemania, Angela Merkel… ¿o acaso fue su asistencia una mera excusa para hablar nuevamente con el anfitrión del encuentro, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, sobre el pacto entre Bruselas y Ankara?
La “mujer fuerte” de Berlín hizo alusión a la creciente frecuencia con que se bombardean escuelas y hospitales en zonas conflictivas, describiendo ese fenómeno como “una experiencia espantosa”. Al oírla daban ganas de gritarle: “¡Pues entonces haz algo al respecto, Angela!”. Las organizaciones que ofrecen auxilio directo denuncian que los ataques contra niños y personas enfermas se han convertido en “la nueva normalidad”. No son sólo los televidentes quienes se desensibilizan cuando ven repetirse las calamidades en uno u otro rincón del mundo; también los jefes de Gobierno parecen perder la perspectiva. No obstante, es su deber defender los derechos humanos y el cumplimiento del derecho internacional. Los líderes que miren hacia otro lado se convierten en cómplices por omisión.
Eso aplica para el presidente de Rusia, Vladimir Putin, que libra la guerra en Siria en defensa del régimen de Bashar al Assad y, en consecuencia, perpetúa el sufrimiento en esa región sin la menor muestra de escrúpulos. Eso aplica también para China, que contribuye a obstaculizar resoluciones de la ONU redactadas para lograr que criminales de guerra rindan cuentas por sus atrocidades. Y también aplica para los dictadores sin consciencia en el continente africano, que jerarquizan su avidez de poder por encima de todo lo demás. La lista de aludidos es larga.
Mirémonos en el espejo
Pero no nos quejemos por lo que hacen o dejan de hacer los demás; mirémonos en el espejo, veamos lo que hace Occidente. Estados Unidos tiene mucho tiempo pretendiendo que el dolor del mundo no le incumbe; acoger refugiados podría ser un riesgo para su seguridad nacional. Y a quienes supuestamente velan por los derechos humanos en Europa les temblaron las rodillas tan pronto la llamada “crisis de los refugiados” tocó a sus puertas.
Al final todos son demasiado cobardes como para enfrentarse a su propio fracaso; buscan excusas para no asistir a una cumbre donde sobre todo las organizaciones encargadas de ofrecer ayuda humanitaria les exigen hechos y no palabras huecas. Nosotros sabemos que la labor de ofrecer socorro es dura y que podría ser más efectiva. Pero es mejor que negar la existencia de millones de personas que sufren.
En el marco de la Cumbre Humanitaria Mundial de Estambul, en un foro dedicado al tema de la protección de la población civil, una mujer yazidí describió su secuestro por parte de militantes del autoproclamado Estado Islámico. Quién la haya escuchado sabe lo que está en juego. Quien la haya ignorado no es un ser humano.