Farage cuelga los guantes
4 de julio de 2016"Cuando llegué aquí, hace 17 años, y dije que quería dirigir una campaña para conducir a Gran Bretaña a abandonar la Unión Europea, todos ustedes se rieron de mí. Ahora ya no se ríen, ¿cierto?"
Esas fueron las palabras de Nigel Farage la semana pasada ante el Parlamento Europeo, su dedo del medio levantado como despedida de Bruselas, tras la decisión del Reino Unido de abandonar la Unión Europea. Aunque Farage mantendrá su asiento para asegurarse de afianzar su visión para el Reino Unido por los próximos dos años y , por supuesto, para seguir cobrando su salario mensual de más de 8.000 euros como eurodiputado. Está bastante claro quién ha sido aquí el que ríe último.
Su renuncia como líder del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP) puede despertar tanta alegría como desconcierto en los pasillos del poder de Bruselas y Londres. ¡Que se vaya!, dirán muchos. Pero habrá también que escrutar con cautela los motivos de su dimisión.
A Bruselas no le gustan las sorpresas y, luego de que otro prominente defensor del brexit, Boris Johnson, se hincara con su propia espada, habrá que perdonar a cualquiera que se pregunte si este no es apenas un episodio más de una siniestra trama con guión de Albión y personajes de House of Cards. De hecho, nadie dudaría que esta movida es parte de un plan mayor de Farage para continuar representando un estorbo en el escenario político. Después de todo, él ya renunció antes, dos veces, solo para alzarse de entre los muertos y "desrenunciar". Pero, ahora mismo, se trata de un simple juego ganado: Reino Unido 1 − Bruselas 0, nos vemos en el pub.
A diferencia de Johnson, que calculó mal la trama de chanchullos del conservador partido tory, y fue incapaz de percibir el enfrentamiento entre César y Bruto que tenía lugar ante sus ojos, Farage logró apuñalar sin hincarse a sí mismo. Ha decidido irse en sus propios términos. Esta fue su obra de vida, fue por esto que entró a la política. Ahora, dice, "quiere recuperar su vida."
Personaje colorido
Pero mientras Johnson, con cierta sorpresa, se vio derrotado y obligado a actuar por su propio error de cálculo, Farage ha tomado el atajo de los cobardes. Le ha hecho un enorme mal servicio al Reino Unido y a Europa, y ha sido el principal representante de una campaña divisiva y destructiva, que ha dejado al Reino Unido en un limbo económico y político. Podrá decir que quiere recuperar su vida y tiene derecho, pero ¿qué hay de las vidas, carreras y negocios que ha destruido en la persecución de sus ambiciones políticas?
La política británica ya estaba sumida en un descomunal caos antes de esta decisión de Farage de dimitir. Y, comparado con la histórica posición e importancia de laboristas y tories (esos llamados partidos del establishment que Farage tanto ha detestado), no deberíamos darle a este hombre y su partido más atención de la que merecen. Pero su jugada es indicativa del modo en que muchos de los que ostentan un cargo político influyente abandonan el barco, una vez que este empieza a hacer agua.
Los británicos aman a los personajes, y eso –si no otra cosa− es lo que Farage representa. Lo entrevisté años atrás para uno de los programas de radio de DW y, pese a mi desacuerdo con sus políticas y tontas ideas, me resultó un tipo encantador, elocuente y bien informado. Es por eso que me gustaría encontrarlo en su local predilecto y hacer un esfuerzo, mediado por una pinta de cerveza, para entender qué es lo que ha movido y mueve ese errático odio y esas diatribas contra una UE de cuyos beneficios y ventajas ha disfrutado; qué es lo que ha movido y mueve esa retórica despreciable sobre la inmigración y los extranjeros, en un hombre que habla con fluidez francés y tiene una esposa alemana.
Su salida significa también el fin de su partido-de-un-solo-hombre, lo cual tampoco es una pérdida que podamos lamentar. Pero dejo a cuenta y riesgo de cada quien creer que Farage es ya parte del pasado político. No lo dudemos, hará miserable la vida de muchos en Bruselas en los próximos dos años −y Dios sabe que muchos en los más altos niveles del poder allí se lo merecen−, pero deberían asegurarse de que reciba una fuerte dosis de su propia medicina.