Opinión: el EI destruye la identidad iraquí
10 de marzo de 2015Primero Nínive, después Nimrud y ahora Hatra: violentos ataques contra la herencia asiria, testimonios de la civilización sumeria del siglo dos antes de Cristo. En Nínive, los terroristas del llamado Estado Islámico destruyeron figuras de alto valor artístico. En Nimrud y Hatra, utilizaron buldóceres y dinamita para demoler las ruinas milenarias. Y aunque todavía no se sabe exactamente qué es lo que han destruido, está claro que una vez más rinden culto a la destrucción, la devastación y el exterminio. Y, cada vez, los extremistas tratan de justificar sus agresiones de la misma manera: combatir la “idolatría”.
Presente catastrófico
Su actuar se suma a una seguidilla de experiencias catastróficas que los iraquíes vivieron en tiempos recientes. Millones fueron asesinados bajo el régimen de Saddam Hussein. El dictador obligó a su pueblo a librar dos guerras. A esto siguió el embargo, después la invasión estadounidense en 2003. Esta sumergió al país en una guerra civil, de la que surgió el califato del terror del Estado Islámico, en el norte del país.
No solo se apagó la vida de un sinnúmero de personas. También se destruyeron memorias colectivas y, por ende, identidades. Si una parte de los iraquíes sunitas apoya al EI, esto se debe, en parte, a que en su presente, marcado por la violencia, no cuentan ni el pasado ni el presente. Además, en la actual situación, a muchos solo les queda una opción: el islam. No obstante, bajo la incesante violencia, este adopta formas distorsionadas, se torna maligno, celoso, intolerante.
Intercambio cultural
Para entender cómo el extremismo afecta Irak, es necesario echarle una mirada a un globo terráqueo. En ningún otro país en Oriente Medio convergen tantas regiones y culturas distintas. En dirección oeste, se encuentra el Mar Mediterráneo. En el este, limita con Irán, que, a su vez, siempre ha mantenido estrechos contactos con el norte de Asia, con Afganistán, Tayikistán y hasta con China. En el norte, colinda con Turquía. Finalmente, en el sur, se encuentran la Península Arábiga y el Golfo Pérsico, la gran vía fluvial que comunica Irak tanto con India como con el Cuerno de África.
La riqueza cultural que surgió a raíz de este intercambio cultural, está en el centro de la reciente lucha por definir la identidad nacional del país. Recordemos su nombre oficial: “República de Irak”. Irak es la patria de todos sus habitantes, tanto de los musulmanes como de los que no lo son. Por supuesto, la República de Irak también conserva la memoria de todos aquellos que alguna vez vivieron sobre su territorio actual – incluso si se trata de una cultura que desapareció hace miles de años.
Sobre todo la cultura asiria se ha conservado hasta la fecha a través del idioma: en la “Iglesia Asiria del Este”, la comunidad de creyentes católicos, sigue viva la memoria de los antepasados de los iraquíes, y les recuerda cada día que el islam es solo una piedrita del mosaico que conforma su identidad. Por ello, el EI ahora le ha declarado la guerra a la herencia asiria, al igual que a todas las culturas no musulmanas. A estas las odia tanto que ni siquiera les quiere conceder el derecho a tener un pasado.
Robo del futuro
De ahí que el ataque del EI contra el pasado sea consecuente. Así, los terroristas atacan lo más valioso que la cultura puede ofrecer al hombre: la idea de que siempre hay formas de vida alternativas. El mundo pierde uno de sus tesoros culturales más importantes. Los iraquíes pierden una parte de su identidad y de su futuro.